La Cuaresma comienza cada año hablándonos de las tentaciones que sufrió Jesús, hombre como nosotros, en su carne, en la faceta humana de su Misión. El Malo quiso influirlo, como a nosotros, enseñándole cómo funcionan aquí las cosas, cómo tenía que obrar para ganarse el corazón de los hombres. Se nos dice así, con toda claridad, que nuestra vida cristiana y creyente es lucha, es enfrentamiento continuo con todas las fuerzas humanas y espirituales que nos quieren desviar de nuestro camino. Y es lucha espiritual, esto es, del espíritu y la carne, en primer lugar, a fin de someter nuestro instinto y apetitos (como diría san Juan de la Cruz) a la razón, a nuestro espíritu, que es capaz de conocer y valorar mejor la propuesta divina, pero también, después es lucha entre nuestro espíritu y el Espíritu, a fin de que sometamos también, voluntariamente, nunca destruyamos o «crucifiquemos» como algunos dices, nuestra razón. Hoy se nos recuerda, en primer lugar, que Jesús no rehuyó esta lucha, al contrario, vino a buscarla: Él mismo marcha al desierto a encontrar al enemigo a solas y luchar con él. El Evangelio nos cuenta este enfrentamiento. En primer lugar, el enemigo, conociendo su lado más débil, que, como hombre que es, siente hambre después de cuarenta días sin comer, le ataca por ahí: si de verdad eres el Hijo de Dios, haz que estas piedras se conviertan en panes. Le está proponiendo que use su especialísima relación con Dios –es su Hijo– para satisfacer esta hambre y, de paso, le está sugiriendo, a Él y a nosotros, que si realmente es el Hijo de Dios, Dios hecho hombre, debería volver a convertir este mundo, este desierto, en un paraíso, convirtiendo las piedras en panes para, por ejemplo, acabar con el hambre, endémica en este mundo. Jesús les responde sucintamente que «no sólo de pan vive el hombre», que podemos entender en el sentido de que el lugar de Dios en nuestra vida no es la construcción de un paraíso terrenal, el facilitarnos la vida con magia, haciendo por nosotros lo que ya somos capaces de hacer. Ciertamente, no podemos hacer panes de las piedras, pero sí cultivar la tierra y hacerla germinar y con nuestro esfuerzo e inteligencia, hacer que produzca pan para todos (cfr. Gn 1,28-29). Dios hizo todo cuanto existe, visible e invisible, y nos bendijo. Y sigue ahí para alimentarnos con su Palabra, para recordarnos nuestro valor y capacidad para hacer frente a los problemas del mundo, a invitarnos a deponer la codicia y el egoísmo, a mirarnos como lo que somos, verdaderos hermanos. A continuación, el enemigo pretende engañarlo otra vez al mostrarle, desde una cima alta, todos los reinos del mundo, pretendiendo que son suyos y que puede dar todo ese poder y gloria a quien le adore, especialmente si es Él. Jesús le responde también muy concisamente que es solo a Dios a quien hay que adorar y dar culto y que hacerlo con alguien más es una falsedad y una mentira. Jesús tampoco ha venido a tomar el poder, estos no son los medios que Dios quiere utilizar para salvarnos. Él y todos los hombres tienen que adorar a quien es el Verdadero Poderoso, al Dios verdadero y con los ojos puestos en Él, gobernar y gobernarse. La tercera tentación ataca directamente lo que será la Misión concreta de Jesús: el enemigo lo invita a usar su «poder divino» o lo que nosotros entendemos como tal, para validar su palabra y sus obras. Le está diciendo cómo entrar en el corazón de los hombres, como hace él, mediante la mentira, la propaganda, la manipulación. El enemigo lo intenta con Jesús: le cita la Palabra misma de Dios que, según él, Jesús puede forzar para conseguir lo que quiera, puede «obligar» a Dios a cambiar de modo de proceder. Y es cuando Jesús le responde, definitivamente, que el camino del creyente no puede ser «tentar» a Dios sino solamente obedecerle. Jesús, el Hijo de Dios, hará lo que tiene que hacer como Dios quiere, en verdadera obediencia filial a Él. Así mostrará quien es y podrá, de verdad, realizar la redención planeada por Dios mismo.
Primera lectura: Dt 26, 4-10
MOISÉS habló al pueblo, diciendo:
«El sacerdote tomará de tu mano la cesta con las primicias de todos los frutos y la pondrá ante el altar del Señor, tu Dios.
Entonces tomarás la palabra y dirás ante el Señor, tu Dios:
“Mi padre fue un arameo errante, que bajó a Egipto, y se estableció allí como emigrante, con pocas personas, pero allí se convirtió en un pueblo grande, fuerte y numeroso.
Los egipcios nos maltrataron, nos oprimieron y nos impusieron una dura esclavitud. Entonces clamamos al Señor, Dios de nuestros padres, y el Señor escuchó nuestros gritos, miró nuestra indefensión, nuestra angustia y nuestra opresión.
El Señor nos sacó de Egipto con mano fuerte y brazo extendido, en medio de gran terror, con signos y prodigios, y nos trajo a este lugar, y nos dio esta tierra, una tierra que mana leche y miel. Por eso, ahora traigo aquí las primicias de los frutos del suelo que tú, Señor, me has dado”.
Los pondrás ante el Señor, tu Dios, y te postrarás en presencia del Señor, tu Dios».
Segunda lectura: Rm 10, 8-13
HERMANOS:
¿Qué dice la Escritura?
«La palabra está cerca de ti: la tienes en los labios y en el corazón».
Se refiere a la palabra de la fe que anunciamos. Porque, si profesas con tus labios que Jesús es Señor, y crees con tu corazón que Dios lo resucitó de entre los muertos, serás salvo. Pues con el corazón se cree para alcanzar la justicia, y con los labios se profesa para alcanzar la salvación.
Pues dice la Escritura:
«Nadie que crea en él quedará confundido».
En efecto, no hay distinción entre judío y griego, porque uno mismo es el Señor de todos, generoso con todos los que lo invocan, pues «todo el que invoque el nombre del Señor será salvo».
Evangelio: Lc 4, 1-13
EN aquel tiempo, Jesús, lleno del Espíritu Santo, volvió del Jordán y el Espíritu lo fue llevando durante cuarenta días por el desierto, mientras era tentado por el diablo.
En todos aquellos días estuvo sin comer y, al final, sintió hambre. Entonces el diablo le dijo:
«Si eres Hijo de Dios, di a esta piedra que se convierta en pan».
Jesús le contestó:
«Está escrito: “No sólo de pan vive el hombre”».
Después, llevándole a lo alto, el diablo le mostró en un instante todos los reinos de! mundo y le dijo:
«Te daré el poder y la gloria de todo eso, porque a mí me ha sido dado, y yo lo doy a quien quiero. Si tú te arrodillas delante de mí, todo será tuyo».
Respondiendo Jesús, le dijo:
«Está escrito: “Al Señor, tu Dios, adorarás y a él solo darás culto”».
Entonces lo llevó a Jerusalén y lo puso en el alero del templo y le dijo:
«Si eres Hijo de Dios, tírate de aquí abajo, porque está escrito: “Ha dado órdenes a sus ángeles acerca de ti, para que te cuiden”, y también: “Te sostendrán en sus manos, para que tu pie no tropiece contra ninguna piedra”».
Respondiendo Jesús, le dijo:
«Está escrito: “No tentarás al Señor, tu Dios”».
Acabada toda tentación, el demonio se marchó hasta otra ocasión.


