«Está escrito: “No tentarás al Señor, tu Dios”»

8 Mar 2025 | Evangelio Dominical

La Cuaresma comienza cada año hablándonos de las tentaciones que sufrió Jesús, hombre como nosotros, en su carne, en la faceta humana de su Misión. El Malo quiso influirlo, como a nosotros, enseñándole cómo funcionan aquí las cosas, cómo tenía que obrar para ganarse el corazón de los hombres. Se nos dice así, con toda claridad, que nuestra vida cristiana y creyente es lucha, es enfrentamiento continuo con todas las fuerzas humanas y espirituales que nos quieren desviar de nuestro camino. Y es lucha espiritual, esto es, del espíritu y la carne, en primer lugar, a fin de someter nuestro instinto y apetitos (como diría san Juan de la Cruz) a la razón, a nuestro espíritu, que es capaz de conocer y valorar mejor la propuesta divina, pero también, después es lucha entre nuestro espíritu y el Espíritu, a fin de que sometamos también, voluntariamente, nunca destruyamos o «crucifiquemos» como algunos dices, nuestra razón. Hoy se nos recuerda, en primer lugar, que Jesús no rehuyó esta lucha, al contrario, vino a buscarla: Él mismo marcha al desierto a encontrar al enemigo a solas y luchar con él. El Evangelio nos cuenta este enfrentamiento. En primer lugar, el enemigo, conociendo su lado más débil, que, como hombre que es, siente hambre después de cuarenta días sin comer, le ataca por ahí: si de verdad eres el Hijo de Dios, haz que estas piedras se conviertan en panes. Le está proponiendo que use su especialísima relación con Dios –es su Hijo– para satisfacer esta hambre y, de paso, le está sugiriendo, a Él y a nosotros, que si realmente es el Hijo de Dios, Dios hecho hombre, debería volver a convertir este mundo, este desierto, en un paraíso, convirtiendo las piedras en panes para, por ejemplo, acabar con el hambre, endémica en este mundo. Jesús les responde sucintamente que «no sólo de pan vive el hombre», que podemos entender en el sentido de que el lugar de Dios en nuestra vida no es la construcción de un paraíso terrenal, el facilitarnos la vida con magia, haciendo por nosotros lo que ya somos capaces de hacer. Ciertamente, no podemos hacer panes de las piedras, pero sí cultivar la tierra y hacerla germinar y con nuestro esfuerzo e inteligencia, hacer que produzca pan para todos (cfr. Gn 1,28-29). Dios hizo todo cuanto existe, visible e invisible, y nos bendijo. Y sigue ahí para alimentarnos con su Palabra, para recordarnos nuestro valor y capacidad para hacer frente a los problemas del mundo, a invitarnos a deponer la codicia y el egoísmo, a mirarnos como lo que somos, verdaderos hermanos. A continuación, el enemigo pretende engañarlo otra vez al mostrarle, desde una cima alta, todos los reinos del mundo, pretendiendo que son suyos y que puede dar todo ese poder y gloria a quien le adore, especialmente si es Él. Jesús le responde también muy concisamente que es solo a Dios a quien hay que adorar y dar culto y que hacerlo con alguien más es una falsedad y una mentira. Jesús tampoco ha venido a tomar el poder, estos no son los medios que Dios quiere utilizar para salvarnos. Él y todos los hombres tienen que adorar a quien es el Verdadero Poderoso, al Dios verdadero y con los ojos puestos en Él, gobernar y gobernarse. La tercera tentación ataca directamente lo que será la Misión concreta de Jesús: el enemigo lo invita a usar su «poder divino» o lo que nosotros entendemos como tal, para validar su palabra y sus obras. Le está diciendo cómo entrar en el corazón de los hombres, como hace él, mediante la mentira, la propaganda, la manipulación. El enemigo lo intenta con Jesús: le cita la Palabra misma de Dios que, según él, Jesús puede forzar para conseguir lo que quiera, puede «obligar» a Dios a cambiar de modo de proceder. Y es cuando Jesús le responde, definitivamente, que el camino del creyente no puede ser «tentar» a Dios sino solamente obedecerle. Jesús, el Hijo de Dios, hará lo que tiene que hacer como Dios quiere, en verdadera obediencia filial a Él. Así mostrará quien es y podrá, de verdad, realizar la redención planeada por Dios mismo.

Primera lectura: Dt 26, 4-10

Segunda lectura: Rm 10, 8-13

Evangelio: Lc 4, 1-13