La pregunta que hacen a Jesús en el Evangelio sobre si serán pocos o muchos los que se «salven» no sé cómo nos suena como creyentes «ilustrados» que somos. ¿Hasta qué punto pensamos si vamos por buen camino para llegar al cielo o alcanzar la meta a la que se dirige la vida cristiana? La cuestión no es pensar si estamos invirtiendo lo suficiente en esta especie de «plan de jubilación definitivo» que sería la salvación sino si nuestros pasos nos llevan donde Jesús quiere que vayamos. Él mismo responde a esta pregunta afirmando que esta salvación está ahí, abierta a todos, es una puerta que Dios ha establecido en Jesús y mantiene abierta desde entonces para todos. Para entrar no se requiere ser judío (o cristiano «viejo») ni ninguna otra «condición» humana (ser pobre o rico, alto o bajo) sino querer entrar on todas sus consecuencias. Según, Él, esto es lo que nos tiene que preocupar. Y, además, la puerta es «estrecha», no es fácil ni el acceso y requiere que nos «estrechemos» nosotros también lo que significa un esfuerzo más que importante. Pero no hay otro modo, no hay alternativas, más que encontrar esta puerta, que es el mismo Jesús y su Palabra, y entrar efectivamente por ella, esto es, imitando real y verdaderamente la vida de Cristo. Será esta «amistad» verdadera y no un conocimiento superficial, esto es, «sentir admiración» por Cristo la que forjará la comunión que lleva a la meta, a la salvación, a la misma vida eterna. Evidentemente, Dios, el Padre, quiere esta salvación para todos, por esto ha abierto esta puerta y la sostiene así hasta que nos decidamos y obremos en consecuencia. Tenemos un problema de tiempo, fuerzas, energías, ya que estamos sujetos al espacio y al tiempo, y estos son limitados (hasta que nos decidimos y entramos efectivamente) y por eso la puerta no estará eternamente abierta. Además, eliminadas las barreras, los prejucios, los «enchufes», hay una multitud que «compite» por entrar, en el más positivo de todos los sentidos. Ojalá esto nos estimule, nos ayude, nos «empuje» si es preciso para no perdernos lo mejor de la vida, que es la comunión con el amor verdadero, esto es, la salvación.
Primera lectura: Isaías 66, 18-21
Esto dice el Señor:
Yo vendré para reunir
a las naciones de toda lengua:
vendrán para ver mi gloria,
les daré una señal, y de entre ellos
despacharé supervivientes a las naciones:
a Tarsis, Etiopía, Libia,
Masac, Tubal y Grecia;
a las costas lejanas
que nunca oyeron mi fama
ni vieron mi gloria:
y anunciarán mi gloria a las naciones.
Y de todos los países, como ofrenda al Señor,
traerán a todos vuestros hermanos
a caballo y en carros y en literas,
en mulos y dromedarios,
hasta mi Monte Santo de Jerusalén
–dice el Señor–,
como los israelitas, en vasijas puras,
traen ofrendas al templo del Señor.
De entre ellos escogeré sacerdotes y levitas
–dice el Señor–.
Segunda lectura: Hebreos 12, 5-7. 11-13
Hermanos:
Habéis olvidado. la exhortación paternal que os dieron:
«Hijo mío, no rechaces el castigo del Señor,
no te enfades por su reprensión;
porque el Señor reprende a los que ama
y castiga a sus hijos preferidos.»
Aceptad la corrección, porque Dios os trata como a hijos,
pues, ¿qué padre no corrige a sus hijos?
Ningún castigo nos gusta cuando lo recibimos, sino que nos duele;
pero después de pasar por él,
nos da como fruto una vida honrada y en paz.
Por eso, fortaleced las manos débiles,
robusteced las rodillas vacilantes,
y caminad por una senda llana:
así el pie cojo, en vez de retorcerse, se curará.
+ Evangelio: Lucas 13, 22-30
En aquel tiempo, Jesús, de camino hacia Jerusalén, recorría ciudades y aldeas enseñando.
Uno le preguntó:
–Señor, ¿serán pocos los que se salven?
Jesús les dijo:
–Esforzaos en entrar por la puerta estrecha. Os digo que muchos intentarán entrar y no podrán. Cuando el amo de la casa se levante y cierre la puerta, os quedaréis fuera y llamaréis a la puerta diciendo: «Señor, ábrenos» y él os replicará: «No sé quiénes sois.» Entonces comenzaréis a decir: «Hemos comido y bebido contigo y tú has enseñado en nuestras plazas.» Pero él os replicará: «No sé quiénes sois. Alejaos de mí, malvados.»
Entonces será el llanto y el rechinar de dientes, cuando veáis a Abrahán, Isaac y Jacob y a todos los profetas en el Reino de Dios y vosotros os veáis echados fuera. Y vendrán de Oriente y Occidente, del Norte y del Sur y se sentarán a la mesa en el Reino de Dios.
Mirad: hay últimos que serán primeros y primeros que serán últimos.