«¿Es que no tengo libertad para hacer lo que quiera en mis asun­tos?»

23 Sep 2023 | Evangelio Dominical

El Evangelio testimonia la irrupción de Dios en la realidad humana a fin de sanarla, restaurarla. Y si esta irrupción se hace en el hombre Jesús, que es también el «Hijo del Dios vivo», y así se podría pensar que este acercamiento se produce del modo más claro e indiscutible, la realidad es que no es así. Dios se ha querido manifestar en toda su verdad y eso, como nos recordaba la primera lectura, siempre supone un choque entre sus planes y los nuestros, entre el modo de llevarlos a cabo y cómo lo haríamos nosotros. Y para poder acoger, para creer, para vivir en esta fe es preciso hacer un esfuerzo por entender, y después por vivir, las consecuencias de esta irrupción de Dios. Y es que todo ha cambiado de modo radical y el de actuar Dios, de llamarnos, de «premiarnos» o «castigarnos» es de difícil comprensión pues no se ajusta a nuestros parámetros. La parábola afirma varias cosas: la primera, que la intervención o llegada de Dios en Cristo no es para premiar a nadie, de momento, sino para que trabajemos. La llamada de Jesús en el Evangelio es para acudir a la viña, esto es, al pueblo a Dios, a trabajar dando testimonio y cuidando de lo plantado para que dé fruto y este fruto no se pierda. Segunda, que Él llama a todos, que la iniciativa es suya y la ejerce a cualquier hora, a todas las horas, hecho. En realidad, su llamada acaba por no excluir a nadie, busca, quizá, el momento más adecuado para cada uno o, sencillamente, cuando quien ha sido llamado ya no aspira a nada y está más dispuesto a escuchar. Esto solo lo sabe Él y a quienes llama. La tercera enseñanza es la que más choca con la mentalidad humana: lo que sucede a la hora del pago, de recibir la recompensa. Resulta que reciben lo mismo todos, justamente el denario sobre el que habían se habían puesto de acuerdo. Con plena lógica humana, los que comenzaron de buena mañana y han trabajado, por tanto, más y soportado las condiciones más duras, sienten o saben que merecen más que el que solo trabajó la última hora pero el dueño de la viña no procede así sino que da a todos lo mismo y los justifica en que no hace ninguna injusticia, pues ese había sido el acuerdo con todos: un denario por un día de trabajo, el salario estipulado. El dueño justifica lo que ha hecho en su liberalidad, en su libertad, en su bondad, al final. Se nos señala que no se puede entender el Evangelio sin hacer este cambio de mentalidad de lo humano a lo divino: Dios es libre en sus asuntos, en su creación, para dar cómo mejor le parezca y a quien mejor le parezca sus dones extraordinarios, significados por esta llamada a trabajar en su viña, en su creación, entre su pueblo. También es verdad que el don de Dios no es como las pagas humanas, que son riqueza previamente creada y luego repartida según criterios. Lo que Dios da es su propia vida, presencia, compañía, santidad. Se nos da a sí mismo y, en realidad, la medida de la recompensa la ponemos cada uno de nosotros según lo acogemos y respondemos a esa llamada. Por último, por si aun fuera poco, en ese único denario que es el signo humano de este inmenso don divino de su propia vida, hay más de lo suficiente para vivir y sostenernos. Significa el amor verdadero, sino en cantidad (cosa que en amor no sirve demasiado) sí en calidad y no hay amor ni dedicación como el Dios. No experimentaremos nada ni remotamente parecido.

Primera lectura: Isaías 55, 6-9

Segunda lectura: Filipenses  1, 20c-24. 27a

Evangelio: Mateo 20, 1-16