«Es imposible para los hombres, no para Dios. Dios lo puede todo»

12 Oct 2024 | Evangelio Dominical

Los encuentros de Jesús en su camino a Jerusalén donde culminará su Misión proporcionan la ocasión, a Él y al evangelista, para transmitir su enseñanza sobre los temas esenciales de la vida y de la fe. En este caso hemos escuchado a uno que le pide «consejo espiritual», le pregunta cómo puede hacerse con un puesto en la vida definitiva que Dios prepara para sus hijos. En su respuesta, Jesús le recuerda los mandamientos de la alianza por los cuales, y contando siempre con la gracia, con la bendición de Dios, se camina para encontrar está vida para siempre. La Ley también es Palabra de Dios y nos acerca a Él y su santidad al apartarnos del egoísmo y la codicia, así nos hace también santos, nos «aparta» del camino equivocado que lleva a la muerte. El que pregunta afirma que todo eso ya lo cumple desde que era un niño. Jesús, entonces, lo mira con cariño y le propone su propio camino, el que ha de restaurar al hombre por dentro y al mundo entero: vende lo que tienes y dalo a los pobres y luego vente detrás de mí; eso es lo que te falta, ese es, ahora, el camino que lleva a la vida eterna. El joven no puede con ello –era demasiado rico–, tampoco había sido llamado -la llamada capacita- y esto da pie al Maestro para hablar sobre la riqueza y cómo su posesión hace difícil la entrada al reino que llega. Es necesaria la desapropiación de lo que se posee aunque su venta y entrega a los pobres es solo un consejo, bueno para ser seguido, porque es de Jesús, pero no es una de las exigencias fundamentales. Con todo la desapropiación sí lo es y es difícil y para lograrla hay que contar con la gracia de Dios: hay que vaciar el corazón de cosas y cachivaches (pues con cualquier cosa «se embaraza», decía S. Juan de la Cruz), hay que dejar de poner la seguridad en las propiedades y «derechos» para saber ponernos en manos de Dios (y los demás). Al final del texto, Jesús habla a lo han seguido o quieren seguir su consejo de pobreza: quien realmente lo deja todo no ha perdido nada sino que lo ha intercambiado por las riquezas de Dios mismo, en este mundo y en el otro. Aquí disfrutarán de lo bueno de la vida (amor verdadero, familia, bienes con moderación y «persecuciones») y después, ni más ni menos que la vida eterna.

Primera lectura: Sabiduría 7, 7-11

Segunda lectura: Hebreos 4, 12-13

Evangelio: Marcos 10, 17-30