«Era verdad, ha resucitado el Señor»

22 Abr 2023 | Evangelio Dominical

Se nos recuerda hoy, especialmente en el Evangelio, que Jesús no resucitó solo para volver al Padre, esto es, para volver a la derecha de Dios y «quedarse» allí sin más, una vez completada y con pleno éxito su misión. Ciertamente, Jesús subió al Padre, recuperó la plena comunión y condición divina, la que no «había querido retener ávidamente» (cfr. Flp 2,6) pero sigue aquí con nosotros, recorriendo los caminos del mundo en búsqueda, especialmente, según nos recordaba el Evangelio, de discípulos desencantados y desesperanzados. Si lo pensamos un poco, la condición o clase de estos discípulos, hoy abunda. A cuántos hemos conocido y tratamos que se han desilusionado de su experiencia de fe, en especial de la oración, la comunión fraterna y el tomarse en serio los mandamientos de Cristo por muchas razones. Se nos decía que no es nada nuevo, que sucedió al principio en los que pensaban que todo acabó en la cruz o poco después y no eran capaces de creer a esas mujeres que vinieron diciendo que el cuerpo del crucificado no estaba ya en su tumba y que, incluso, se les había mostrado vivo y les había trasmitido mensajes de esperanza, como antes de que todo se arruinara. Para estos y otros casos, hoy nos queda claro que Jesús mismo sigue recorriendo los caminos de desesperanza y desilusión de este mundo y volviendo a explicarlo todo las veces que sean necesarias pero señalándonos a todos donde podemos encontrar esa certeza de la verdad de la fe en Él que siempre necesitaremos. Esa certeza sigue presente en la correcta interpretación de la Escritura, de acuerdo a la Tradición que la hizo nacer y la sostiene desde entonces. Muy especialmente los profetas, los Salmos pero, en el fondo y la forma, toda la Escritura hablan de esta verdad, de que todo lo planeado y querido por Dios sigue siendo hoy realidad gozosa gracias al misterio pascual de su Hijo único encarnado, hombre verdadero también, que se entregó hasta el fin y así hizo resucitar su humanidad, la misma que la nuestra, abriéndola definitivamente a la acción divina: a su amistad y compañía, al amor y la misericordia del Padre, ahora también nuestro Padre y a la fuerza del Espíritu que fue quien «perfeccionó» al hombre Jesucristo mostrando en El una vida humana plenamente sometida a la voluntad de Dios, que es nuestra vida y esperanza. Si dudamos, si perdemos el camino o la confianza, acudamos a la Palabra y a quien nos la pueda explicar según el sentir de siglos de la Iglesia, celebrémosla, oremos y presentemos nuestra ofrenda junto con la de Cristo en la fracción del pan y recibamos de Él en la Cena, la única «que recrea y enamora» como escribió san Juan de la Cruz, todo lo que quiere Dios darnos.

Primera lectura: Hechos de los apóstoles 2, 14. 22-33

Segunda lectura: 1Pedro 1, 17-21

Evangelio: Lucas 24, 13-35