Este año las fiestas parece que se amontonan, puesto que ayer cerrábamos la Octava de la Navidad con la Solemnidad de María, Madre de Dios, y hoy, en este segundo domingo, las lecturas conectan directamente con el día de Navidad y con la gran tradición bíblica y la gran Tradición de nuestra iglesia en occidente. Se trata de la revelación del misterio divino que se hace presente en la encarnación que ha traído al Verbo o Palabra Viva de Dios en nuestra realidad humana. En la entraña de esta experiencia y esta reflexión está la Sabiduría divina (primera lectura), a la vez revelación y atributo divino que en cierto modo se “personaliza” en el trabajo de los sabios de Israel que saben extraer tanto de su fe como de la realidad cómo está hablando o manifestándose el mismo Dios de la Alianza. En este texto, de hecho, la Sabiduría “se alaba a sí misma”, esto es, habla y se manifiesta en medio de la asamblea, acerca de ella y sus obras y recibe las alabanzas y el reconocimiento del pueblo creyente. Pero los evangelistas y teólogos cristianos comprendieron a esta luz, entre otras, la verdadera realidad de Jesús, el Mesías. Él era la Palabra viva de Dios, su Verbo eterno, que comparte con Dios su misma sustancia o naturaleza. Existe y es “en el principio”, junto a Dios, siendo Dios. Como tal Verbo fue el motivo de la creación y estuvo presente así en nuestro origen. El Verbo Eterno era luz pero nunca se impuso, al contrario, necesita siempre ser acogido como tal. Este texto no es una especie de poema mítico o de alabanza sino histórico: la luz verdadera, que brilla por sí misma, no fue conocida. Más aún: fue rechazada por “los suyos”, por quienes habían recibido la Alianza y le esperaban o eso decían.
Aunque justo ahí se inserta la Buena Noticia: ayer, hoy, siempre “a cuantos le recibieron les dio potestad de ser hijos de Dios”, un don que es independiente del querer del hombre o de la sangre o la Ley, es pura Gracia y Verdad como el mismo Verbo. Sin duda que no hay mejor modo de anunciar todo lo que el Evangelio después revela sobre la acción histórica de esta Gracia y la manifestación de esta Verdad. Todo lo que sucede, todo lo que vivimos está en estrechísima relación de sentido, de luz, de carne y sangre con Dios mismo. De su seno vino su Verbo para ser nuestra luz y nuestra vida, para quedarse con nosotros hasta que pueda volvernos al seno de Dios, asumiendo cada una de nuestras vidas e historias.
Primera lectura
Lectura del libro del Eclesiástico 24, 1-2. 8-12
La sabiduría se alaba a sí misma, se gloría en medio de su pueblo, abre la boca en la asamblea del altísimo y se gloría delante de sus Potestades. En medio de su pueblo será ensalzada, y admirada en la congregación plena de los santos; recibirá alabanzas de la muchedumbre de los escogidos y será bendita entre los benditos. El Creador del Universo me ordenó, el Creador estableció mi morada: «Habita en Jacob, sea Israel tu heredad». Desde el principio, antes de los siglos, me creó, y no cesaré jamás. En la santa morada, en su presencia, ofrecí culto y en Sión me establecí; en la ciudad escogida me hizo descansar, en Jerusalén reside mi poder. Eché raíces entre un pueblo glorioso, en la porción del Señor, en su heredad, y resido en la congregación plena de los santos.
Segunda lectura
Lectura de la carta de San Pablo a los Efesios 1, 3-6. 15-18
Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido en Cristo con toda bendición espiritual en los cielos, ya que en él nos eligió antes de la creación del mundo para que fuéramos santos y sin mancha en su presencia, por el amor; nos predestinó a ser sus hijos adoptivos por Jesucristo conforme al beneplácito de su voluntad, para alabanza y gloria de su gracia, con la cual nos hizo gratos en el Amado. Por eso, también yo, al tener noticias de vuestra fe en el Señor Jesús y de la caridad con todos los santos, no ceso de dar gracias por vosotros, al recordaros en mis oraciones, para que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, os conceda el Espíritu de sabiduría y de revelación para conocerle; iluminando los ojos de vuestro corazón, para que sepáis cuál es la esperanza a la que os llama, cuáles las riquezas de gloria dejadas en su herencia a los santos.
Evangelio
† Lectura del santo Evangelio según san Juan 1, 1-18
En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba junto a Dios, y el Verbo era Dios. Él estaba en el principio junto a Dios. Todo se hizo por él, y sin él no se hizo nada de cuanto ha sido hecho. En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. Y la luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la recibieron. Hubo un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan. Éste vino como testigo, para dar testimonio de la luz, para que por él todos creyeran. No era él la luz, sino el que debía dar testimonio de la luz. El Verbo era la luz verdadera, que ilumina a todo hombre, que viene a este mundo. En el mundo estaba, y el mundo se hizo por él, y el mundo no le conoció. Vino a los suyos, y los suyos no le recibieron. Pero a cuantos le recibieron les dio la potestad de ser hijos de Dios, a los que creen en su nombre, que no han nacido de la sangre, ni de la voluntad de la carne, ni del querer del hombre, sino de Dios. Y el Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros, y hemos visto su gloria, gloria como de Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad. Juan da testimonio de él y clama: –Éste era de quien yo dije: “El que viene después de mí ha sido antepuesto a mí, porque existía antes que yo”. Pues de su plenitud todos hemos recibido gracia por gracia. Porque la Ley fue dada por Moisés; la gracia y la verdad vinieron por Jesucristo. A Dios nadie lo ha visto jamás: el Hijo único, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer.