Continúa la instrucción de Jesús a sus discípulos y a nosotros. Nos recuerda que Él es la Verdad, la última y definitiva intervención de Dios para cumplir todas sus promesas. Y que, por tanto, todo el que no esté contra Él está a su favor al menos en principio. El Dios verdadero no es envidioso en compartir su riquezas (primera lectura); al contrario, quisiera que todo tuvieran ya su espíritu, que todos compartiésemos ya su vida y si esto no es posible es por nuestra poca disposición, por nuestra negativa a recibirle o afrontar las consecuencias que conlleva compartir la vida de Dios. Nada es gratis en esta vida, es decir nada es inocuo o viene sin unas consecuencias reales y verdaderas y quien prometa lo contrario, está mintiendo descaradamente. Jesús no ha venido a hacer un círculo escogido, una secta o a designar a unos elegidos que son los únicos con derecho a disfrutar de sus dones; no ha venido a establecer como diríamos hoy una «franquicia», sino a hacer presente la verdad definitiva y por tanto quien se refiere a él, quien tiene el mínimo grado de comunión como para hacer obras en su nombre, está de parte suya y de los cristianos, aunque todavía no comprenda todo lo que significa su toma de postura. Pues todo el que ayude, quien tenga siquiera un mínimo gesto a favor de lo que Jesús está haciendo surgir ya trabaja y participa de ello a la vez. El trabajo de discernimiento no se tiene que focalizar en una especie de control de fronteras de la iglesia o de emisión de licencias para poder confesar a Cristo –quien lo haga ya se pone en sus manos–, sino en nosotros mismos, en los obstáculos que aún ponemos a la fuerza, a la gracia de Dios en nuestra vida. Lo que no sirve para el reino no son quienes quieren «colarse» en él por la puerta, más o menos, pasando por Jesús, sino aquello en donde nos atrincheramos en nuestra vida y persona para justificar nuestra falta de entrega, de seguimiento, de amor. La negativa a seguir a Cristo, como la impureza hace unos domingos, está tan pegada a cada uno que consideramos ya parte de nuestra vida, de «nuestra personalidad» lo que no son más que malos hábitos o vicios. Tenemos que desprendernos de ellos, aunque nos duela, o, mejor, porque nos duele, tenemos que querer entrar en esta «noche» que purifica la verdadera fe, la auténtica comunión con Dios, pues nos da a Cristo tal y como es.
Primera lectura: Números 11, 25-29
En aquellos días, el Señor bajó en la nube, habló con Moisés y, apartando algo del espíritu que poseía, se lo pasó a los setenta ancianos. Al posarse sobre ellos el espíritu, se pusieron a profetizar en. seguida.
Habían quedado en el campamento dos del grupo, llamados Eldad y Medad. Aunque estaban en la lista, no habían acudido a la tienda. Pero el espíritu se posó sobre ellos, y se pusieron a profetizar en el campamento.
Un muchacho corrió a contárselo a Moisés:
– «Eldad y Medad están profetizando en el campamento.»
Josué, hijo de Nun, ayudante de Moisés desde joven, intervino:
– «Señor mío, Moisés, prohíbeselo.»
Moisés le respondió:
– «¿Estás celoso de mí? ¡Ojalá todo el pueblo del Señor fuera profeta y recibiera el espíritu del Señor!»
Segunda lectura: Santiago 5, 1-6
Ahora, vosotros, los ricos, llorad y lamentaos por las desgracias que os han tocado.
Vuestra riqueza está corrompida y vuestros vestidos están apolillados. Vuestro oro y vuestra plata están herrumbrados, y esa herrumbre será un testimonio contra vosotros y devorará vuestra carne como el fuego.
¡Habéis amontonado riqueza, precisamente ahora, en el tiempo final!
El jornal defraudado a los obreros que han cosechado vuestros campos está clamando contra vosotros; y los gritos de los segadores han llegado hasta el oído del Señor de los ejércitos.
Habéis vivido en este mundo con lujo y entregados al placer. Os habéis cebado para el día de la matanza. Condenasteis y matasteis al justo; él no os resiste.
Evangelio: Marcos 9, 38-43. 45. 47-48
En aquel tiempo, dijo Juan a Jesús:
– «Maestro, hemos visto a uno que echaba demonios en tu nombre, y se lo hemos querido impedir, porque no es de los
nuestros.»
Jesús respondió:
_«No se lo impidáis, porque uno que hace milagros en mi nombre no puede luego hablar mal de mí. El que no está contra nosotros está a favor nuestro.
Y, además, el que os dé a beber un vaso de agua, porque seguís al Mesías os aseguro que no se quedará sin recompensa. El que escandalice a uno de estos pequeñuelos que creen, más le valdría que le encajasen en el cuello una piedra de molino y lo echasen al mar. Si tu mano te hace caer, córtatela: más te vale entrar manco en la vida, que ir con las dos manos al infierno, al fuego que no se apaga.
Y, si tu pie te hace caer, córtatelo: más te vale entrar cojo en la vida, que ser echado con los dos pies al infierno.
Y, si tu ojo te hace caer, sácatelo: más te vale entrar tuerto en el reino de Dios, que ser echado con los dos ojos al infierno, donde el gusano no muere y el fuego no se apaga.»