«El que me acoge a mí no me acoge a mí, sino al que me ha enviado»

21 Sep 2024 | Evangelio Dominical

Jesús continúa la instrucción de sus discípulos ya comenzada en el fragmento que leíamos el domingo anterior, tras la «confesión» de fe de Pedro. Se trata de un tiempo especial entre él y los suyos –»no quería que nadie se enterase»– decía el Evangelio, porque lo que explicaba era duro y complicado, la enseñanza más difícil, pero también la más importante: se trataba de entender el verdadero camino del Mesías, el que lleva, misteriosamente, desde este mundo de miseria, pecado y alegrías temporales, a la vida eterna, a la vida que desde siempre Dios ha querido compartir con todos nosotros. El Evangelio dice que ellos no entendían y con razón: para ir donde no sabes has de ir por donde no sabes ni imaginas escribió San Juan de la Cruz. Jesús explica lo desconocido, los introduce al misterio de la actuación de Dios que pasa no porque el Mesías tome el poder e imponga el paraíso en este mundo, sino por el abajamiento, el sufrimiento y la muerte, que termina en la resurrección, lo que aún dificulta más el comprender. Los discípulos, recalca el Evangelio no entendían y les daba miedo preguntar. Jesús, una vez en casa les pregunta desde otra perspectiva: «¿de qué discutíais?» Él lo sabe pero quiere enseñarles, y aprovecha lo que guardan en el corazón y que no quieren manifestar para que se adentren en el misterio. En este camino, el primero es el último, el que se pone al servicio de todos es quien realmente vence, se gana a sí mismo y hace presente el reino que Dios quiere implantar. Y les da una lección bien práctica: tomando a un niño, símbolo de quien acoge sin prejuicios el amor de Dios y de quien no cuenta nada en la sociedad humana, lo puso en medio, lo abrazó y declaró cuál es el verdadero esfuerzo cristiano. Se trata de acoger la fuerza y la presencia de Dios, será Él quien haga realidad estas cosas, con la imprescindible colaboración humana. Lo que pretendemos aquí, la sanación de raíz, en profundidad, del hombre y de la creación entera, comienza, no obstante, por este gento tan sencillo: acoger –y por tanto creer– que el Dios verdadero está empeñado en esto, en salvarnos y volvernos a Él y que este empeño le va a costar la entrega de su propio Hijo.

Primera lectura: Sabiduría 2, 17-20

Segunda lectura: Santiago 3, 16-4, 3

Evangelio: Marcos 9, 30-37