El Evangelio de Marcos, nuestro compañero durante este año, abunda en relatos como el de hoy. Más que sobre la enseñanza de Jesús, se pone el acento sobre sus obras, sus acciones, sus gestos, sus curaciones extraordinarias y milagrosas. Podemos decir que lo que Jesús enseña, lo ratifica por su actos. Que ha proclamado con autoridad propia, que se apoya solamente en Él (y en Dios) la llegada del reino en medio de este mundo y sus actos y gestos lo hacen ver y sentir. Estos gestos, además, son Signos, esto es, señalan más allá de ellos, de su carácter misericordioso o incluso milagroso. Apuntan a la intervención misma de Dios (su reino o reinado) en la realidad e historia humanas para sanar, restaurar, devolver la vida a un pueblo de Israel y una humanidad debilitados, desviados de la comunión con Dios y entre ellos. Como Signo, este es especialmente significativo. En el trascurso de sus viajes a Jesús le presentan un hombre sordo que tampoco podía hablar para que le imponga las manos. Como hemos dicho muchas veces, la teología bíblica judía establece una relación entre enfermedad o carencia física y el pecado. Este es el mal hecho realidad, presente entre los hombres, encima de ellos, y es consecuencia del rechazo de Dios, de querer cada uno recorrer nuestro propio camino con nuestras propias reglas. La humanidad e, incluso, Israel, están dañados, impuros y contaminados por este mal que se extiende porque tampoco le quieren poner remedio. Pero Jesús sí, Él ha venido para enfrentar ese mal, ese sufrimiento, toda enfermedad y hasta la muerte misma. La curación se relata de un modo muy curioso, muy físico: le mete los dedos en esos oídos incapaces de oír y le toca con su saliva esa lengua que no puede hablar. Y los conmina usando una palabra que el evangelista conserva del original arameo: ‘Effetá’, ábrete. E, inmediatamente, sucede lo ordenado por Jesús: se le abren los oídos y suelta la lengua de modo que es restaurado en su humanidad. Queda claro que Jesús quiere también abrir nuestros oídos y soltar nuestra lengua para que podamos oír directamente su Palabra, sin filtrarla a través del racionalismo, idealismo o cientifismo que nos oculta la presencia de Dios tan cerca de casa uno. Llevamos demasiado tiempo «creyendo» que, en la práctica, Dios nos puede actuar en la vida y la historia de las personas, cuando es, para ello, el Creador y el Redentor, en Cristo. Estos gestos suyos son la obra de Dios; Jesús mismo dijo, en san Juan, que si no creíamos a Él, que creyésemos a sus obras (Jn 14,1-14). Al final, la gente concluye que Jesús «todo lo ha hecho bien», repitiendo el estribillo que sazona el relato de la creación (cfr. Gn 1,31). La recreación, restauración de todas las cosas en Cristo sigue presente, actuante. Abramos los oídos y soltemos la lengua para dar testimonio con las palabras y la vida misma.
Primera lectura: Isaías 35, 4-7a
Decid a los cobardes de corazón:
«Sed fuertes, no temáis.
Mirad a vuestro Dios que trae el desquite,
viene en persona, resarcirá y os salvará»
Se despegarán los ojos del ciego, los oídos del sordo se abrirán, saltará como un ciervo el cojo, la lengua del mudo cantará.
Porque han brotado aguas en el desierto, torrentes en la estepa; el páramo será un estanque, lo reseco un manantial.
Segunda lectura: Santiago 2, 1-5
Hermanos míos:
No juntéis la fe en nuestro Señor Jesucristo glorioso con el favoritismo.
Por ejemplo: llegan dos hombres a la reunión litúrgica. Uno va bien vestido y hasta con anillos en los dedos; el otro es un pobre andrajoso.
Veis al bien vestido y le decís: «Por favor, siéntate aquí, en el puesto reservado.» Al pobre, en cambio: «Estate ahí de pie o siéntate en el suelo.»
Si hacéis eso, ¿no sois inconsecuentes y juzgáis con criterios malos?
Queridos hermanos, escuchad: ¿Acaso no ha elegido Dios a los pobres del mundo para hacerlos ricos en la fe y herederos del reino, que prometió a los que lo aman?
Evangelio: Marcos 7, 31-37
En aquel tiempo, dejó Jesús el territorio de Tiro, pasó por Sidón, camino del lago de Galilea, atravesando la Decápolis. Y le presentaron un sordo que, además, apenas podía hablar; y le piden que le imponga las manos.
Él, apartándolo de la gente a un lado, le metió los dedos en los oídos y con la saliva le tocó la lengua. Y, mirando al cielo, suspiró y le dijo:
– «Effetá», esto es: «Ábrete.»
Y al momento se le abrieron los oídos, se le soltó la traba de la lengua y hablaba sin dificultad.
El les mandó que no lo dijeran a nadie; pero, cuanto más se lo mandaba, con más insistencia lo proclamaban ellos. Y en el colmo del asombro decían:
–«Todo lo ha hecho bien; hace oír a los sordos y hablar a los mudos.»