El Domingo de Ramos en la Pasión del Señor es el grandioso pórtico que nos introduce en la Semana Grande de la fe cristiana. Se trata hoy de prepararnos a revivir la presencia del misterio fundamental de la entrega, muerte y resurrección de Jesucristo por nosotros del mejor modo posible que es atravesándolo, pasando por él para que el misterio mismo pueda pasar por nosotros, esto es, incorporarse poco a poco a nuestra vida. Pues esto es el Evangelio y no un conjunto de ideas o máximas ni Jesús es el maestro de la sabiduría o, solo, el mejor hombre del mundo sino que su historia, su vida, se consuman en estos últimos gestos y actos de su Pasión. Se trata de hacer realidad, verdad para cada uno, lo que ha ido anunciado la Palabra y la presencia misma de Jesús. Como él mismo decía en el Evangelio que leímos el miércoles de pasión: «si os mantenéis en mi palabra, seréis de verdad discípulos míos, conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres». Esto es, se trata de mantenernos en la relación de fe y amistad, en la acogida de la Palabra para que esta se pueda ir cumpliendo. Pues no es posible entender la Palabra, no pensemos ya en cumplirla, sin la ayuda del tiempo y de la constancia, perseverando en ella. Y hoy la hemos escuchado con mucha abundancia, desde la que describe la entrada de Jesús en Jerusalén como rey y servidor, haciendo entender ya cuál es su real objetivo: conquistar cada uno de nuestros corazones con un derroche de amor y servicio. Es el contexto para el relato de la Pasión: Jesús se lo juega todo y acude a Jerusalén para hacer, sobre todo, la voluntad del Padre. Ella es la guía, la luz, la fuerza que hará posible el final de este drama en el que nos va la vida. En primer lugar, Pasión es eso mismo, la confesión, la declaración expeditiva del amor de Dios por nosotros y de todo lo que está dispuesto a hacer, en la práctica, no en huecas teorías o buenas intenciones, para que nos demos cuenta de quién es y, a la vez, con su presencia va preparando que cada uno podamos participar de todos los bienes que quedarán a nuestra disposición. Así el relato «real» de la Pasión, cada uno de sus pasos, desde la entrega y traición del amigo y discípulo Judas, hasta el grito final del centurión que confiesa quién es realmente Cristo precisamente cuando muere colgado de la cruz, nos va llevando en un curso acelerado y práctico de fe en Él, de cómo podemos y tenemos que recibir en nuestra vida todos los bienes que nos ha conseguido. Durante la Semana que ahora empieza tendremos la ocasión de revivir cada episodio, separando en días y celebraciones lo que fue la entrega completa y total, de una pieza, del Hijo de Dios e Hijo del hombre: la Cena que resume, significa, revive y ofrece ella sola todo el misterio incorporándolos a él, la oración en Getsemaní y la detención que revela nuestra posición ante Jesús, los juicios que muestran lo mucho que quiere dar Jesús y lo poco que queremos recibir nosotros, los desprecios y las torturas que anticipan la máxima indignidad de la más terrible de las muertes y que nos ponen delante la densa realidad de la acción divina y hasta la propia crucifixión, capaz de revelar todo lo que no se podía decir con palabras ni entender con ideas: la muerte que le dejó «también aniquilado en el alma sin consuelo y alivio alguno, dejándole el Padre así en íntima sequedad, según la parte inferior; por lo cual fue necesitado a clamar diciendo: ¡Dios mío, Dios mío!, ¿por qué me has desamparado? (Mt.27,46)» y de este modo y en este momento «hizo la mayor obra que en (toda) su vida con milagros y obras había hecho, ni en la tierra ni en el cielo, que fue reconciliar y unir al género humano por gracia con Dios» como tan bien señaló san Juan de la Cruz.
Primera lectura: Isaías 50, 4-7
Mi Señor me ha dado una lengua de iniciado,
para saber decir al abatido
una palabra de aliento.
Cada mañana me espabila el oído,
para que escuche como los iniciados.
El Señor me abrió el oído.
Y yo no resistí ni me eché atrás:
ofrecí la espalda a los que me apaleaban,
las mejillas a los que mesaban mi barba;
no me tapé el rostro ante ultrajes ni salivazos.
El Señor me ayuda, por eso no sentía los ultrajes;
por eso endurecí el rostro como pedernal,
sabiendo que no quedaría defraudado.
Segunda lectura: Filipenses 2, 6-11
Cristo, a pesar de su condición divina,
no hizo alarde de su categoría de Dios;
al contrario, se despojó de su rango
y tomó la condición de esclavo,
pasando por uno de tantos.
Y así, actuando como un hombre cualquiera,
se rebajó hasta someterse incluso a la muerte,
y una muerte de cruz.
Por eso Dios lo levantó sobre todo
y le concedió el «Nombre–sobre–todo–nombre»;
de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble
en el cielo, en la tierra, en el abismo,
y toda lengua proclame:
Jesucristo es Señor,
para gloria de Dios Padre.
Pasión de Ntro. Señor Jesucristo según san Mateo (26, 14-27, 66)
C. En aquel tiempo, uno de los Doce, llamado Judas Iscariote, fue a los sumos sacerdotes y les propuso:
S. –«¿Qué estáis dispuestos a darme, si os lo entrego?»
C. Ellos se ajustaron con él en treinta monedas. Y desde entonces andaba buscando ocasión propicia para entregarlo.
¿Dónde quieres que te preparemos la Pascua?
C. El primer día de los Ázimos se acercaron los discípulos a Jesús y le preguntaron:
S. –«¿Dónde quieres que te preparemos la cena de Pascua?»
C. Él contestó
+–«Id a la ciudad, a casa de Fulano, y decidle: «El Maestro dice: Mi momento está cerca; deseo celebrar la Pascua en tu casa con mis discípulos.»»
C. Los discípulos cumplieron las instrucciones de Jesús y prepararon la Pascua.
Uno de vosotros me va a entregar
C. Al atardecer se puso a la mesa con los Doce. Mientras comían dijo:
+–«Os aseguro que uno de vosotros me va a entregar.»
C. Ellos, consternados, se pusieron a preguntarle uno tras otro:
S. –«¿Soy yo acaso, Señor?»
C. El respondió:
+–«El que ha mojado en la misma fuente que yo, ése me va a entregar. El Hijo del hombre se va, como está escrito de él; pero, ¡ay del que va a entregar al Hijo del hombre!; más le valdría no haber nacido. »
C. Entonces preguntó Judas, el que lo iba a entregar:
S. –«¿Soy yo acaso, Maestro?»
C. Él respondió:
+–«Tú lo has dicho.»
Esto es mi cuerpo. Ésta es mi sangre
C. Durante la cena, Jesús cogió pan, pronunció la bendición, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo:
+–«Tomad, comed: esto es mi cuerpo.»
C. Y, cogiendo una copa, pronunció la acción de gracias y se la dio, diciendo:
+–«Bebed todos; porque ésta es mi sangre, sangre de la alianza, derramada por todos para el perdón de los pecados. Y os digo que no beberé más del fruto de la vid, hasta el día que beba con vosotros el vino nuevo en el reino de mi Padre.»
C. Cantaron el salmo y salieron para el monte de los Olivos.
Heriré al pastor, y se dispersarán las ovejas del rebaño
C. Entonces Jesús les dijo:
+–«Esta noche vais a caer todos por mi causa, porque está escrito: «Heriré al pastor, y se dispersarán las ovejas del rebaño.» Pero cuando resucite, iré antes que vosotros a Galilea.»
C. Pedro replicó:
S. –«Aunque todos caigan por tu causa, yo jamás caeré.»
C. Jesús le dijo:
+–«Te aseguro que esta noche, antes que el gallo cante, me negarás tres veces. »
C. Pedro le replicó:
S. –«Aunque tenga que morir contigo, no te negaré.»
C. Y lo mismo decían los demás discípulos.
Empezó a entristecerse y a angustiarse
C. Entonces Jesús fue con ellos a un huerto, llamado Getsemaní, y les dijo:
+–«Sentaos aquí, mientras voy allá a orar.»
C. Y, llevándose a Pedro y a los dos hijos de Zebedeo, empezó a entristecerse y a angustiarse.
Entonces dijo:
+–«Me muero de tristeza: quedaos aquí y velad conmigo.»
C. Y, adelantándose un poco, cayó rostro en tierra y oraba diciendo:
+–«Padre mío, si es posible, que pase y se aleje de mí ese cáliz. Pero no se haga lo que yo quiero, sino lo que tú quieres.»
C. Y se acercó a los discípulos y los encontró dormidos.
Dijo a Pedro:
+–«¿No habéis podido velar una hora conmigo? Velad y orad para no caer en la tentación, pues el espíritu es decidido, pero la carne es débil.»
C. De nuevo se apartó por segunda vez y oraba diciendo:
+–«Padre mío, si este cáliz no puede pasar sin que yo lo beba, hágase tu voluntad.»
C. Y, viniendo otra vez, los encontró dormidos, porque tenían los ojos cargados. Dejándolos de nuevo, por tercera vez oraba, repitiendo las mismas palabras.
Luego se acercó a sus discípulos y les dijo:
+–«Ya podéis dormir y descansar. Mirad, está cerca la hora, y el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los pecadores. ¡Levantaos, vamos! Ya está cerca el que me entrega.»
Echaron mano a Jesús para detenerlo
C. Todavía estaba hablando, cuando apareció Judas, uno de los Doce, acompañado de un tropel de gente, con espadas y palos, mandado por los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo. El traidor les había dado esta contraseña:
S. –«Al que yo bese, ése es; detenedlo.»
C. Después se acercó a Jesús y le dijo:
S. –«¡Salve, Maestro!»
C. Y lo besó. Pero Jesús le contestó:
+–«Amigo, ¿a qué vienes?»
C. Entonces se acercaron a Jesús y le echaron mano para detenerlo. Uno de los que estaban con él agarró la espada, la desenvainó y de un tajo le cortó la oreja al criado del sumo sacerdote.
Jesús le dijo:
+–«Envaina la espada; quien usa espada, a espada morirá. ¿Piensas tú que no puedo acudir a mi Padre? El me mandaría en seguida más de doce legiones de ángeles. Pero entonces no se cumpliría la Escritura, que dice que esto tiene que pasar.»
C. Entonces dijo Jesús a la gente:
+–«¿Habéis salido a prenderme con espadas y palos, como a un bandido? A diario me sentaba en el templo a enseñar y, sin embargo, no me detuvisteis.»
C. Todo esto ocurrió para que se cumpliera lo que escribieron los profetas. En aquel momento todos los discípulos lo abandonaron y huyeron.
Veréis que el Hijo del hombre está sentado a la derecha del Todopoderoso
C. Los que detuvieron a Jesús lo llevaron a casa de Caifás, el sumo sacerdote, donde se habían reunido los escribas y los ancianos. Pedro lo seguía de lejos, hasta el palacio del sumo sacerdote, y, entrando dentro, se sentó con los criados para ver en qué paraba aquello.
Los sumos sacerdotes y el sanedrín en pleno buscaban un falso testimonio contra Jesús para condenarlo a muerte y no lo encontraban, a pesar de los muchos falsos testigos que comparecían. Finalmente, comparecieron dos, que dijeron:
S. –«Este ha dicho: «Puedo destruir el templo de Dios y reconstruirlo en tres días.»»
C. El sumo sacerdote se puso en pie y le dijo:
S. –«¿No tienes nada que responder? ¿Qué son estos cargos que levantan contra ti?»
C. Pero Jesús callaba. Y el sumo sacerdote le dijo:
S. –«Te conjuro por Dios vivo a que nos digas si tú eres el Mesías, el Hijo de Dios.»
C. Jesús le respondió:
+–«Tú lo has dicho. Más aún, yo os digo: Desde ahora veréis que el Hijo del hombre está sentado a la derecha del Todopoderoso y que viene sobre las nubes del cielo.»
C. Entonces el sumo sacerdote rasgó sus vestiduras, diciendo:
S. –«Ha blasfemado. ¿Qué necesidad tenemos ya de testigos? Acabáis de oír la blasfemia. ¿Qué decidís?»
C. Y ellos contestaron:
S. –«Es reo de muerte.»
C. Entonces le escupieron a la cara y lo abofetearon; otros lo golpearon, diciendo:
S. –«Haz de profeta, Mesías; ¿quién te ha pegado?»
Antes de que cante el gallo, me negarás tres veces
C. Pedro estaba sentado fuera en el patio, y se le acercó una criada y le dijo:
S. –«También tú andabas con Jesús el Galileo.»
C. Él lo negó delante de todos, diciendo:
S. –«No sé qué quieres decir.»
C. Y, al salir al portal, lo vio otra y dijo a los que estaban allí:
S. –«Éste andaba con Jesús el Nazareno.»
C. Otra vez negó él con juramento:
S. –«No conozco a ese hombre.»
C. Poco después se acercaron los que estaban allí y dijeron a Pedro:
S. –«Seguro; tú también eres de ellos, te delata tu acento.»
C. Entonces él se puso a echar maldiciones y a jurar, diciendo:
S. –«No conozco a ese hombre.»
C. Y en seguida cantó un gallo. Pedro se acordó de aquellas palabras de Jesús: «Antes de que cante el gallo, me negarás tres veces.» Y, saliendo afuera, lloró amargamente.
Entregaron a Jesús a Pilato, el gobernador
C. Al hacerse de día, todos los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo se reunieron para preparar la condena a muerte de Jesús. Y, atándolo, lo llevaron y lo entregaron a Pilato, el gobernador.
No es lícito echarlas en el arca de las ofrendas, porque son precio de sangre
C. Entonces Judas, el traidor, al ver que habían condenado a Jesús, sintió remordimiento y devolvió las treinta monedas de plata a los sumos sacerdotes y ancianos, diciendo:
S. –«He pecado, he entregado a la muerte a un inocente.»
C. Pero ellos dijeron:
S. –«¿A nosotros qué? ¡Allá tú!»
C. Él, arrojando las monedas en el templo, se marchó; y fue y se ahorcó. Los sumos sacerdotes, recogiendo las monedas, dijeron:
S. –«No es lícito echarlas en el arca de las ofrendas, porque son precio de sangre.»
C. Y, después de discutirlo, compraron con ellas el Campo del Alfarero para cementerio de forasteros. Por eso aquel campo se llama todavía «Campo de Sangre». Así se cumplió lo escrito por Jeremías, el profeta:
«Y tomaron las treinta monedas de plata,
el precio de uno que fue tasado,
según la tasa de los hijos de Israel,
y pagaron con ellas el Campo del Alfarero,
como me lo había ordenado el Señor.»
¿Eres tú el rey de los judíos?
C. Jesús fue llevado ante el gobernador, y el gobernador le preguntó:
S. –«¿Eres tú el rey de los judíos?»
C. Jesús respondió:
+–«Tú lo dices.»
C. Y, mientras lo acusaban los sumos sacerdotes y los ancianos, no contestaba nada. Entonces Pilato le preguntó:
S. –«¿No oyes cuántos cargos presentan contra ti?»
C. Como no contestaba a ninguna pregunta, el gobernador estaba muy extrañado. Por la fiesta, el gobernador solía soltar un preso, el que la gente quisiera. Tenía entonces un preso famoso, llamado Barrabás. Cuando la gente acudió, les dijo Pilato:
S. –«¿A quién queréis que os suelte, a Barrabás o a Jesús, a quien llaman el Mesías?»
C. Pues sabía que se lo habían entregado por envidia. Y, mientras estaba sentado en el tribunal, su mujer le mandó a decir:
S. –«No te metas con ese justo, porque esta noche he sufrido mucho soñando con él.»
C. Pero los sumos sacerdotes y los ancianos convencieron a1a gente que pidieran el indulto de Barrabás y la muerte de Jesús.
El gobernador preguntó:
S. –«¿A cuál de los dos queréis que os suelte?»
C. Ellos dijeron:
S. –«A Barrabás.»
C. Pilato les preguntó:
S. –«¿Y qué hago con Jesús, llamado el Mesías?»
C. Contestaron todos:
S. –«Que lo crucifiquen.»
C. Pilato insistió:
S. –«Pues, ¿qué mal ha hecho?»
C. Pero ellos gritaban más fuerte:
S. –«¡Que lo crucifiquen!»
C. Al ver Pilato que todo era inútil y que, al contrario, se estaba formando un tumulto, tomó agua y se lavó las manos en presencia de la multitud, diciendo:
S. –«Soy inocente de esta sangre. ¡Allá vosotros!»
C. Y el pueblo entero contestó:
S. –«¡Su sangre caiga sobre nosotros y sobre nuestros hijos!»
C. Entonces les soltó a Barrabás; y a Jesús, después de azotarlo, lo entregó para que lo crucificaran.
¡Salve, rey de los judíos!
C. Los soldados del gobernador se llevaron a Jesús al pretorio y reunieron alrededor de él a toda la compañía: lo desnudaron y le pusieron un manto de color púrpura y, trenzando una corona de espinas, se la ciñeron a la cabeza y le pusieron una caña en la mano derecha. Y, doblando ante él la rodilla, se burlaban de él, diciendo:
S. –«¡Salve, rey de los judíos!»
C. Luego le escupían, le quitaban la caña y le golpeaban con ella la cabeza. Y, terminada la burla, le quitaron el manto, le pusieron su ropa y lo llevaron a crucificar.
Crucificaron con él a dos bandidos
C. Al salir, encontraron a un hombre de Cirene, llamado Simón, y lo forzaron a que llevara la cruz.
Cuando llegaron al lugar llamado Gólgota (que quiere decir: «La Calavera»), le dieron a beber vino mezclado con hiel; él lo probó, pero no quiso beberlo. Después de crucificarlo, se repartieron su ropa, echándola a suertes, y luego se sentaron a custodiarlo. Encima de su cabeza colocaron un letrero con la acusación: «Éste es Jesús, el rey de los judíos». Crucificaron con él a dos bandidos, uno a la derecha y otro a la izquierda.
Si eres Hijo de Dios, baja de la cruz
C. Los que pasaban lo injuriaban y decían, meneando la cabeza:
S. –«Tú que destruías el templo y lo reconstruías en tres días, sálvate a ti mismo; si eres Hijo de Dios, baja de la cruz.»
C. Los sumos sacerdotes con los escribas y los ancianos se burlaban también, diciendo:
S. –«A otros ha salvado, y él no se puede salvar. ¿No es el rey de Israel? Que baje ahora de la cruz, y le creeremos. ¿No ha confiado en Dios? Si tanto lo quiere Dios, que lo libre ahora. ¿No decía que era Hijo de Dios?»
C. Hasta los bandidos que estaban crucificados con él lo insultaban.
Elí, Elí, lamá sabaktaní
C. Desde el mediodía hasta la media tarde, vinieron tinieblas sobre toda aquella región. A media tarde, Jesús gritó:
+–«Elí, Elí, lamá sabaktaní.»
C. (Es decir:
+–«Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?»)
C. Al oírlo, algunos de los que estaban por allí dijeron:
S. –«A Elías llama éste.»
C. Uno de ellos fue corriendo; en seguida, cogió una esponja empapada en vinagre y, sujetándola en una caña, le dio a beber.
Los demás decían:
S. –«Déjalo, a ver si viene Elías a salvarlo.»
C. Jesús dio otro grito fuerte y exhaló el espíritu.
Todos se arrodillan, y se hace una pausa.
C. Entonces, el velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo; la tierra tembló, las rocas se rajaron. Las tumbas se abrieron, y muchos cuerpos de santos que habían muerto resucitaron. Después que él resucitó, salieron de las tumbas, entraron en la Ciudad santa y se aparecieron a muchos.
El centurión y sus hombres, que custodiaban a Jesús, el ver el terremoto y lo que pasaba, dijeron aterrorizados:
S. –«Realmente éste era Hijo de Dios.»
C. Había allí muchas mujeres que miraban desde lejos, aquellas que habían seguido a Jesús desde Galilea para atenderlo; entre ellas, María Magdalena y María, la madre de Santiago y José, y la madre de los Zebedeos.
José puso el cuerpo de Jesús en el sepulcro nuevo
C. Al anochecer, llegó un hombre rico de Arimatea, llamado José, que era también discípulo de Jesús. Éste acudió a Pilato a pedirle el cuerpo de Jesús. Y Pilato mandó que se lo entregaran. José, tomando el cuerpo de Jesús, lo envolvió en una sábana limpia, lo puso en el sepulcro nuevo que se había excavado en una roca, rodó una piedra grande a la entrada del sepulcro y se marchó.
María Magdalena y la otra María se quedaron allí, sentadas en frente del sepulcro.
Ahí tenéis la guardia: id vosotros y asegurad la vigilancia como sabéis
C. A la mañana siguiente, pasado el día de la Preparación, acudieron en grupo los sumos sacerdotes y los fariseos a Pilato y le dijeron:
S. –«Señor, nos hemos acordado que aquel impostor, estando en vida, anunció: «A los tres días resucitaré.» Por eso, da orden de que vigilen el sepulcro hasta el tercer día, no sea que vayan sus discípulos, roben el cuerpo y digan al pueblo: «Ha resucitado de entre los muertos.» La última impostura seria peor que la primera.»
C. Pilato contestó:
S. –«Ahí tenéis la guardia: id vosotros y asegurad la vigilancia como sabéis.»
C. Ellos fueron, sellaron la piedra y con la guardia aseguraron la bajo; vigilancia del sepulcro.
Palabra del Señor.
O bien más breve:
Pasión de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 27, 11-54
¿Eres tú el rey de los judíos?
C. En aquel tiempo, Jesús fue llevado ante Poncio Pilato, y el gobernador le preguntó:
S. –«¿Eres tú el rey de los judíos?»
C. Jesús respondió:
+–«Tú lo dices.»
C. Y, mientras lo acusaban los sumos sacerdotes y los ancianos, no contestaba nada. Entonces Pilato le preguntó:
S. –«¿No oyes cuántos cargos presentan contra ti?»
C. Como no contestaba a ninguna pregunta, el gobernador estaba muy extrañado. Por la fiesta, el gobernador solía soltar un preso, el que la gente quisiera. Tenía entonces un preso famoso, llamado Barrabás. Cuando la gente acudió, les dijo Pilato:
S. –«¿A quién queréis que os suelte, a Barrabás o a Jesús, a quien llaman el Mesías?»
C. Pues sabía que se lo habían entregado por envidia. Y, mientras estaba sentado en el tribunal, su mujer le mandó a decir:
S. –«No te metas con ese justo, porque esta noche he sufrido mucho soñando con él.»
C. Pero los sumos sacerdotes y los ancianos convencieron a la gente que pidieran el indulto de Barrabás y la muerte de Jesús.
El gobernador preguntó:
S. –«¿A cuál de los dos queréis que os suelte?»
C. Ellos dijeron:
S. –«A Barrabás.»
C. Pilato les preguntó:
S. –«¿Y qué hago con Jesús, llamado el Mesías?»
C. Contestaron todos:
S. –«Que lo crucifiquen.»
C. Pilato insistió:
S. –«Pues, ¿qué mal ha hecho?»
C. Pero ellos gritaban más fuerte:
S. –«¡Que lo crucifiquen!»
C. Al ver Pilato que todo era inútil y que, al contrario, se estaba formando un tumulto, tomó agua y se lavó las manos en presencia de la multitud, diciendo:
S. –«Soy inocente de esta sangre. ¡Allá vosotros!»
C. Y el pueblo entero contestó:
S. –«¡Su sangre caiga sobre nosotros y sobre nuestros hijos!»
C. Entonces les soltó a Barrabás; y a Jesús, después de azotarlo, lo entregó para que lo crucificaran.
¡Salve, rey de los judíos!
C. Los soldados del gobernador se llevaron a Jesús al pretorio y reunieron alrededor de él a toda la compañía: lo desnudaron y le pusieron un manto de color púrpura y, trenzando una corona de espinas, se la ciñeron a la cabeza y le pusieron una caña en la mano derecha. Y, doblando ante él la rodilla, se burlaban de él, diciendo:
S. –«¡Salve, rey de los judíos!»
C. Luego le escupían, le quitaban la caña y le golpeaban con ella la cabeza. Y, terminada la burla, le quitaron el manto, le pusieron su ropa y lo llevaron a crucificar.
Crucificaron con él a dos bandidos
C. Al salir, encontraron a un hombre de Cirene, llamado Simón, gente y lo forzaron a que llevara la cruz.
Cuando llegaron al lugar llamado Gólgota (que quiere decir: «La Calavera»), le dieron a beber vino mezclado con hiel; él lo probó, pero no quiso beberlo. Después de crucificarlo, se repartieron su ropa, echándola a suertes, y luego se sentaron a custodiarlo. Encima de su cabeza colocaron un letrero con la acusación: «Éste es Jesús, el rey de los judíos.» Crucificaron con él a dos bandidos, uno a la derecha y otro a la izquierda.
Si eres Hijo de Dios, baja de la cruz
C. Los que pasaban lo injuriaban y decían, meneando la cabeza:
S. –«Tú que destruías el templo y lo reconstruías en tres días, sálvate a ti mismo; si eres Hijo de Dios, baja de la cruz.»
C. Los sumos sacerdotes con los escribas y los ancianos se burlaban también, diciendo:
S. –«A otros ha salvado, y él no se puede salvar. ¿No es el rey de Israel? Que baje ahora de la cruz, y le creeremos. ¿No ha confiado en Dios? Si tanto lo quiere Dios, que lo libre ahora. ¿No decía que era Hijo de Dios?»
C. Hasta los bandidos que estaban crucificados con él lo insultaban.
Elí, Elí, lamá sabaktaní
C. Desde el mediodía hasta la media tarde, vinieron tinieblas sobre toda aquella región. A media tarde, Jesús gritó:
+–«Elí, Elí, lamá sabaktaní.»
C. (Es decir:
+–«Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?»)
C. Al oírlo, algunos de los que estaban por allí dijeron:
S. –«A Elías llama éste.»
C. Uno de ellos fue corriendo; en seguida, cogió una esponja empapada en vinagre y, sujetándola en una caña, le dio a beber. Los demás decían:
S. –«Déjalo, a ver si viene Elías a salvarlo.»
C. Jesús dio otro grito fuerte y exhaló el espíritu.
Todos se arrodillan, y se hace una pausa.
C. Entonces, el velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo; la tierra tembló, las rocas se rajaron. Las tumbas se abrieron, y muchos cuerpos de santos que habían muerto resucitaron. Después que él resucitó, salieron de las tumbas, entraron en la Ciudad santa y se aparecieron a muchos.
El centurión y sus hombres, que custodiaban a Jesús, al ver el terremoto y lo que pasaba, dijeron aterrorizados:
S. –«Realmente éste era Hijo de Dios.»