«Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?»

1 Abr 2023 | Evangelio Dominical

El Domingo de Ramos en la Pasión del Señor es el grandioso pórtico que nos introduce en la Semana Grande de la fe cristiana. Se trata hoy de prepararnos a revivir la presencia del misterio fundamental de la entrega, muerte y resurrección de Jesucristo por nosotros del mejor modo posible que es atravesándolo, pasando por él para que el misterio mismo pueda pasar por nosotros, esto es, incorporarse poco a poco a nuestra vida. Pues esto es el Evangelio y no un conjunto de ideas o máximas ni Jesús es el maestro de la sabiduría o, solo, el mejor hombre del mundo sino que su historia, su vida, se consuman en estos últimos gestos y actos de su Pasión. Se trata de hacer realidad, verdad para cada uno, lo que ha ido anunciado la Palabra y la presencia misma de Jesús. Como él mismo decía en el Evangelio que leímos el miércoles de pasión: «si os mantenéis en mi palabra, seréis de verdad discípulos míos, conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres». Esto es, se trata de mantenernos en la relación de fe y amistad, en la acogida de la Palabra para que esta se pueda ir cumpliendo. Pues no es posible entender la Palabra, no pensemos ya en cumplirla, sin la ayuda del tiempo y de la constancia, perseverando en ella. Y hoy la hemos escuchado con mucha abundancia, desde la que describe la entrada de Jesús en Jerusalén como rey y servidor, haciendo entender ya cuál es su real objetivo: conquistar cada uno de nuestros corazones con un derroche de amor y servicio. Es el contexto para el relato de la Pasión: Jesús se lo juega todo y acude a Jerusalén para hacer, sobre todo, la voluntad del Padre. Ella es la guía, la luz, la fuerza que hará posible el final de este drama en el que nos va la vida. En primer lugar, Pasión es eso mismo, la confesión, la declaración expeditiva del amor de Dios por nosotros y de todo lo que está dispuesto a hacer, en la práctica, no en huecas teorías o buenas intenciones, para que nos demos cuenta de quién es y, a la vez, con su presencia va preparando que cada uno podamos participar de todos los bienes que quedarán a nuestra disposición. Así el relato «real» de la Pasión, cada uno de sus pasos, desde la entrega y traición del amigo y discípulo Judas, hasta el grito final del centurión que confiesa quién es realmente Cristo precisamente cuando muere colgado de la cruz, nos va llevando en un curso acelerado y práctico de fe en Él, de cómo podemos y tenemos que recibir en nuestra vida todos los bienes que nos ha conseguido. Durante la Semana que ahora empieza tendremos la ocasión de revivir cada episodio, separando en días y celebraciones lo que fue la entrega completa y total, de una pieza, del Hijo de Dios e Hijo del hombre: la Cena que resume, significa, revive y ofrece ella sola todo el misterio incorporándolos a él, la oración en Getsemaní y la detención que revela nuestra posición ante Jesús, los juicios que muestran lo mucho que quiere dar Jesús y lo poco que queremos recibir nosotros, los desprecios y las torturas que anticipan la máxima indignidad de la más terrible de las muertes y que nos ponen delante la densa realidad de la acción divina y hasta la propia crucifixión, capaz de revelar todo lo que no se podía decir con palabras ni entender con ideas: la muerte que le dejó «también aniquilado en el alma sin consuelo y alivio alguno, dejándole el Padre así en íntima sequedad, según la parte inferior; por lo cual fue necesitado a clamar diciendo: ¡Dios mío, Dios mío!, ¿por qué me has desamparado? (Mt.27,46)» y de este modo y en este momento «hizo la mayor obra que en (toda) su vida con milagros y obras había hecho, ni en la tierra ni en el cielo, que fue reconciliar y unir al género humano por gracia con Dios» como tan bien señaló san Juan de la Cruz.

Primera lectura: Isaías 50, 4-7

Segunda lectura: Filipenses 2, 6-11

Pasión de Ntro. Señor Jesucristo según san Mateo (26, 14-27, 66)