Desde luego, Jesús sabía que sus gestos (milagros incluidos) y su enseñanza iban mucho más allá de lo que aparecía. Sus signos eran más que curaciones de unas enfermedades que se multiplicaban en aquella época, dadas las condiciones, y sus palabras eran más que una iluminación o conocimiento para aquel tiempo y circunstancias. Detrás de todo lo que decía y hacía pretendía señalar la presencia, la irrupción de Dios y su reinado efectivo en la realidad histórica concreta y en la vida de las personas que se encontraban con Él. Por eso también enseñaba usando las parábolas, que son relatos que inciden en el significado duradero de sus obras y palabras. Entiende con ellas confrontar a los oyentes, a todos, sus contemporáneos y ahora nosotros, con la nueva realidad que despunta, con la acción efectiva de Dios en sus vidas, lo que requiere la máxima atención pues nos va en ello la misma vida. En la parábola de hoy, Jesús mismo define su ministerio como sembrar la palabra de Dios en las personas. Sigue siendo (primera lectura) como antes: la Palabra divina, su gracia, su acción efectiva pero discreta y respetuosa, desciende gratuitamente desde Dios hacia los hombres y por su fuerza y voluntad de ayudar, bendecir, salvar, siempre produce fruto, aunque este no se perciba a simple vista, usando la misma imagen o analogía de la semilla. Esta es la irrupción de Dios en Jesús: el sembrador ha salido a sembrar y lo hace por doquier, sobre todo tipo de tierra y persona. La Palabra es efectiva pero precisa la acogida, la aceptación, la voluntad de recibirla por parte de quienes escuchan. La parábola lo ilustra a base de los distintos tipos de terreno donde cae la semilla pues el sembrador no discrimina, ni siquiera parece mirar donde arroja el grano. El mensaje de la parábola es cómo de efectiva esta semilla, capaz de un rendimiento mucho más grande que cualquier siembra real de aquella época: apenas encontrada la buena tierra, la semilla se agarra a ella y consigue dar un fruto muy grande en relación a las apariencias. Después el texto, nos relata la explicación que Jesús hace de la parábola a sus discípulos en privado, revelándoles que ellos tienen que entender los misterios del reino de Dios, tienen que ser conscientes de lo imprescindible que es esta acogida sin la cual la acción y los planes divinos se dificultan y se pueden invalidar. La parábola es el último recurso, un modo discursivo de intentar flanquear la oposición de Israel, antes y ahora, a la Palabra de Dios. Israel, los hombres, dan la impresión de cerrar ojos y oídos para no ver ni entender los que sucede ante ellos y por eso quienes sí saben y entienden, los «sencillos», los «pobres» tienen que agradecer este doble don: el humano de ser capaces de contemplar y acoger lo que tienen delante y la misma Palabra y gracia divinas que acogen y entienden. La parábola destaca, como decíamos, la gran fuerza activa y de bendición que nos trae la Palabra apenas la acogemos y también nos instruye sobre los obstáculos más comunes que le ponen, que le ponemos: el maligno ladrón y la falta de entendimiento, la inconstancia y la prevención ante la persecución, la contradicción o el desprecio y los afanes de la vida, la codicia por las riquezas. Pero basta arriesgarse, decidirse, «hacernos un poco de fuerza» como decía Sta Teresa para entender y acoger, obrando en la dirección que indica la Palabra, para experimentar cómo nos sustenta y logra que demos fruto.
Primera lectura: Isaías 55, 10-11
Así dice el Señor:
«Como bajan la lluvia y la nieve del cielo,
y no vuelven allá sino después de empapar la tierra,
de fecundarla y hacerla germinar,
para que dé semilla al sembrador y pan al que come,
así será mi palabra, que sale de mi boca:
no volverá a mí vacía,
sino que hará mi voluntad
y cumplirá mi encargo.»
Segunda lectura: Romanos 8, 18-23
Hermanos:
Sostengo que los sufrimientos de ahora no pesan lo que la gloria que un día se nos descubrirá. Porque la creación, expectante, está aguardando la plena manifestación de los hijos de Dios; ella fue sometida a la frustración, no por su voluntad, sino por uno que la sometió; pero fue con la esperanza de que la creación misma se vería liberada de la esclavitud de la corrupción, para entrar en la libertad gloriosa de los hijos de Dios.
Porque sabemos que hasta hoy la creación entera está gimiendo toda ella con dolores de parto.
Y no sólo eso; también nosotros, que poseemos las primicias del Espíritu, gemimos en nuestro interior, aguardando la hora de ser hijos de Dios, la redención de nuestro cuerpo.
Evangelio: Mateo 13, 1-23
Aquel día, salió Jesús de casa y se sentó junto al lago. Y acudió
a él tanta ente que tuvo que subirse a una barca; se sentó, y la gente 9
se quedó de pie en la orilla.
Les habló mucho rato en parábolas:
–«Salió el sembrador a sembrar. Al sembrar, un poco cayó al borde del camino; vinieron los pájaros y se lo comieron.
Otro poco cayó en terreno pedregoso, donde apenas tenía tierra, y, como la tierra no era profunda, brotó en seguida; pero, en cuanto salió el sol, se abrasó y por falta de raíz se secó.
Otro poco cayó entre zarzas, que crecieron y lo ahogaron.
El resto cayó en tierra buena y dio grano: unos, ciento; otros, sesenta; otros, treinta.
El que tenga oídos que oiga.»
Se le acercaron los discípulos y le preguntaron:
–«¿Por qué les hablas en parábolas?»
El les contestó:
–«A vosotros se os ha concedido conocer los secretos del reino de los cielos y a ellos no. Porque al que tiene se le dará y tendrá de sobra, y al que no tiene se le quitará hasta lo que tiene. Por eso les hablo en parábolas, porque miran sin ver y escuchan sin oír ni entender. Así se cumplirá en ellos la profecía de Isaías:
«Oiréis con los oídos sin entender;
miraréis con los ojos sin ver;
porque está embotado el corazón de este pueblo,
son duros de oído, han cerrado los ojos;
para no ver con los ojos, ni oír con los oídos,
ni entender con el corazón,
ni convertirse para que yo los cure.»
¡Dichosos vuestros ojos, porque ven, y vuestros oídos, porque oyen! Os aseguro que muchos profetas y justos desearon ver lo que veis vosotros y no lo vieron, y oír lo que oís y no lo oyeron.
Vosotros oíd lo que significa la parábola del sembrador:
Si uno escucha la palabra del reino sin entenderla, viene el Maligno y roba lo sembrado en su corazón. Esto significa lo sembrado al borde del camino.
Lo sembrado en terreno pedregoso significa el que la escucha y la acepta en seguida con alegría; pero no tiene raíces, es inconstante, y, en cuanto viene una dificultad o persecución por la palabra, sucumbe.
Lo sembrado entre zarzas significa el que escucha la palabra; pero los afanes de la vida y la seducción de las riquezas la ahogan y se queda estéril. Lo sembrado en tierra buena significa el que escucha la palabra y la entiende; ése dará fruto y producirá ciento o sesenta o treinta por uno.»