«¡Dichosos vuestros ojos, porque ven, y vuestros oídos, porque oyen!»

15 Jul 2023 | Evangelio Dominical

Desde luego, Jesús sabía que sus gestos (milagros incluidos) y su enseñanza iban mucho más allá de lo que aparecía. Sus signos eran más que curaciones de unas enfermedades que se multiplicaban en aquella época, dadas las condiciones, y sus palabras eran más que una iluminación o conocimiento para aquel tiempo y circunstancias. Detrás de todo lo que decía y hacía pretendía señalar la presencia, la irrupción de Dios y su reinado efectivo en la realidad histórica concreta y en la vida de las personas que se encontraban con Él. Por eso también enseñaba usando las parábolas, que son relatos que inciden en el significado duradero de sus obras y palabras. Entiende con ellas confrontar a los oyentes, a todos, sus contemporáneos y ahora nosotros, con la nueva realidad que despunta, con la acción efectiva de Dios en sus vidas, lo que requiere la máxima atención pues nos va en ello la misma vida. En la parábola de hoy, Jesús mismo define su ministerio como sembrar la palabra de Dios en las personas. Sigue siendo (primera lectura) como antes: la Palabra divina, su gracia, su acción efectiva pero discreta y respetuosa, desciende gratuitamente desde Dios hacia los hombres y por su fuerza y voluntad de ayudar, bendecir, salvar, siempre produce fruto, aunque este no se perciba a simple vista, usando la misma imagen o analogía de la semilla. Esta es la irrupción de Dios en Jesús: el sembrador ha salido a sembrar y lo hace por doquier, sobre todo tipo de tierra y persona. La Palabra es efectiva pero precisa la acogida, la aceptación, la voluntad de recibirla por parte de quienes escuchan. La parábola lo ilustra a base de los distintos tipos de terreno donde cae la semilla pues el sembrador no discrimina, ni siquiera parece mirar donde arroja el grano. El mensaje de la parábola es cómo de efectiva esta semilla, capaz de un rendimiento mucho más grande que cualquier siembra real de aquella época: apenas encontrada la buena tierra, la semilla se agarra a ella y consigue dar un fruto muy grande en relación a las apariencias. Después el texto, nos relata la explicación que Jesús hace de la parábola a sus discípulos en privado, revelándoles que ellos tienen que entender los misterios del reino de Dios, tienen que ser conscientes de lo imprescindible que es esta acogida sin la cual la acción y los planes divinos se dificultan y se pueden invalidar. La parábola es el último recurso, un modo discursivo de intentar flanquear la oposición de Israel, antes y ahora, a la Palabra de Dios. Israel, los hombres, dan la impresión de cerrar ojos y oídos para no ver ni entender los que sucede ante ellos y por eso quienes sí saben y entienden, los «sencillos», los «pobres» tienen que agradecer este doble don: el humano de ser capaces de contemplar y acoger lo que tienen delante y la misma Palabra y gracia divinas que acogen y entienden. La parábola destaca, como decíamos, la gran fuerza activa y de bendición que nos trae la Palabra apenas la acogemos y también nos instruye sobre los obstáculos más comunes que le ponen, que le ponemos: el maligno ladrón y la falta de entendimiento, la inconstancia y la prevención ante la persecución, la contradicción o el desprecio y los afanes de la vida, la codicia por las riquezas. Pero basta arriesgarse, decidirse, «hacernos un poco de fuerza» como decía Sta Teresa para entender y acoger, obrando en la dirección que indica la Palabra, para experimentar cómo nos sustenta y logra que demos fruto.

Primera lectura: Isaías 55, 10-11

Segunda lectura: Romanos 8, 18-23

Evangelio: Mateo 13, 1-23