Después de narrar el anuncio inicial de la misión de Jesús y las primeras obras que lo corroboran, Mateo nos expone este hermosísimo discurso de la montaña o de las bienaventuranzas en el que esta predicación inicial muestra la razón y el núcleo principal de su contenido, de acuerdo a toda la tradición interpretativa. Las bienaventuranzas se identifican con la proclamación solemne del reino de Dios en la palabra y la acción de Jesús y en ellas resuena, como en su primer anuncio, la palabra de los profetas, como nos recordaba la primera lectura: los profetas llevan siglos gritando «convertíos» y los únicos que han escuchado han sido los pobres y los humildes. Jesús, no obstante, habla para todos, sentado, en lo alto del monte, rodeado de sus discípulos. Es un momento solemne que se ha comparado con la proclamación de la Ley en la antigua alianza. Pero Jesús no anuncia un nuevo pacto sino la llegada efectiva del reinado de Dios y así nos lo irá mostrando el Evangelio desde aquí. La acción de Dios en Jesús se actúa efectivamente en sus obras pero antes de ello se anuncia en sus palabras y, especialmente, en estas. El vocabulario, las expresiones, la intención incluso, las podemos encontrar a lo largo de todo el antiguo testamento pero la radical novedad está en quien las proclama ahora y en cómo lo hace. Entre los suyos y dirigiéndose a todos, a nosotros también hoy día, Jesús revela que Dios mismo ha llegado para «revolucionar» la vida de todos. Se trata de dar la vuelta y cambiarlo todo pero en coherencia con lo anterior, haciéndole dar fruto, llevándolo a su meta y cumplimiento. Jesús declara que los «pobres de espíritu», los que aceptan y asumen su propia realidad que siempre será pobreza, esos, precisamente, son los bienaventurados, los dichosos, los que han hallado el camino humano hacia la verdad, la justicia, la libertad, la vida eterna. Confesar la propia pobreza y realidad y recibir en ella la palabra de Jesús es reconocer la gratuidad de la salvación y que para poder dar primero hay que recibir. El cambio que obra Jesús es devolvernos a quien realmente somos cada uno: los hijos queridos de Dios, dependientes de Él, creaturas, iguales en esta fraternidad unos y otros, llamados a estar siempre con Él y al fin en el camino hacia esta bienaventuranza.
Primera lectura: Sofonías 2, 3; 3, 12-13
Buscad al Señor, los humildes,
que cumplís sus mandamientos;
buscad la justicia,
buscad la moderación,
quizá podáis ocultaros
el día de la ira del Señor.
«Dejaré en medio de ti un pueblo pobre y humilde,
que confiará en el nombre del Señor.
El resto de Israel no cometerá maldades,
ni dirá mentiras, ni se hallará en su boca una lengua embustera;
pastarán y se tenderán sin sobresaltos.»
Segunda lectura: 1Corintios 19, 26-31
Hermanos:
Fijaos en vuestra asamblea, no hay en ella muchos sabios en lo humano, ni muchos poderosos, ni muchos aristócratas; todo lo contrario, lo necio del mundo lo ha escogido Dios para humillar a los sabios, y lo débil del mundo lo ha escogido Dios para humillar el poder.
Aún más, ha escogido la gente baja del mundo, lo despreciable, lo que no cuenta para anular a lo que cuenta, de modo que nadie pueda gloriarse en presencia del Señor.
Por él vosotros sois en Cristo Jesús, en este Cristo que Dios ha hecho para nosotros sabiduría, justicia, santificación y redención.
Y así –como dice la Escritura– «el que se gloríe, que se gloríe en el Señor»
Evangelio: Mateo 5, 1-12a
En aquel tiempo, al ver Jesús el gentío, subió a la montaña, se sentó, y se acercaron sus discípulos; y él se puso a hablar, enseñándoles:
–«Dichosos los pobres en el espíritu,
porque de ellos es el reino de los cielos.
Dichosos los sufridos,
porque ellos heredarán la tierra.
Dichosos los que lloran,
porque ellos serán consolados.
Dichosos los que tienen hambre y sed de la justicia,
porque ellos quedarán saciados.
Dichosos los misericordiosos,
porque ellos alcanzarán misericordia.
Dichosos los limpios de corazón,
porque ellos verán a Dios.
Dichosos los que trabajan por la paz,
porque ellos se llamarán los Hijos de Dios.
Dichosos los perseguidos por causa de la justicia,
porque de ellos es el reino de los cielos.
Dichosos vosotros cuando os insulten y os persigan y os calumnien de cualquier modo por mi causa. Estad alegres y contentos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo.