Estas parábolas acercándonos al final del Evangelio de Mateo parecen tener como objeto, contemplar, como de un solo vistazo, la misión de Jesús, sus presupuestos y consecuencias, la llegada y la acogida del reino de Dios en sus obras y palabras. Tratan sobre actitudes y posturas que suelen ser decisivas, enseñan la diferencia que hay y siempre habrá entre el «proceder» divino y el nuestro. Dios mismo, en persona, ya ha hecho el máximo esfuerzo para aproximarse a nuestra realidad, lenguaje, experiencia y proponernos lo más cerca posible el Evangelio, pero siempre habrá diferencia esencial entre su «justicia» y la nuestra que tendremos que salvar mediante la fe y la confianza, acogiendo su Persona al mismo tiempo que su verdad. A menudo, la visión humana de las cosas se interpone en la acogida de la gracia y la redención (primera lectura), y muy especialmente el concepto de la justicia, de lo que se puede esperar o no del modo divino de juzgar. La justicia o la impiedad no son una posesión, que se acumula, aumenta o reduce según los actos y compromisos humanos que Dios se limita a castigar o premiar. En la Escritura se habla más propiamente de un camino o de dos, mejor dicho: el camino que lleva a la vida, es la justicia, y el que lleva a la muerte y la condenación es el del pecado y la injusticia. La acción divina, la Alianza, su Palabra hecha presente e histórica en los profetas, pretende reconducir a los hombres de un camino a otro. Convertirse es literalmente «revolverse», cambiar de sentido, de dirección en la existencia concreta tras haberse encontrado con la luz, la verdad, el bien o, incluso, sanamente «temeroso» tras escuchar la Palabra que nos expone, sin pelos en la lengua, la realidad que vivimos y los engaños que nos hacemos. Jesús es esta misma Palabra de Dios encarnada, su Verdad que entra en la historia para llamarnos a todos a este cambio necesario e imprescindible de camino. La parábola insiste en que el cambio de camino debe ser real, histórico, comprobable; mucho más que una intención, una declaración o confesión pública. Se puede hacer esta, no hay problema, pero después hay que ponerse en pie y comenzar a caminar, verdaderamente, paso a paso por ese nuevo camino de justicia, contrario al que habíamos llevado hasta ese momento. Por eso Jesús comenta a los que escuchan que aquellos que lo han emprendido, aunque fueran publicanos y prostitutas, ya van por delante de los considerados más «justos» y cercanos a Dios en la religión judía. Es la verdadera obediencia, real, histórica la que nos lleva efectivamente hacia nuestra meta y fin, que es compartir la misma vida de Dios. No se llega ahí por el camino del pecado, el egoísmo, la codicia por más que se disimule con buenos sermones y mejores palabras. Si la Palabra no se nos mete dentro y nos remueve tanto como para hacernos cambiar de camino, no servirán de nada los parches que queramos poner a una vida que no va hacia donde debería o la falsa creencia en que asistir a esto o lo otro, repetir aquel rito o el otro pueden tener una eficacia real en la vida y en la salvación. También se nos está recordando que este perdón es real, que quien se conmueve, arrepiente y cambia su camino no tiene que mirar ya atrás sino para agradecer y alegrarse de haber escapado a la esclavitud. A quien ha rechazado de modo real su propio mal y comenzado este otro camino es realmente una persona nueva. Esto también contradice el puritanismo o moralismo actual, el cual aparte de ser fachada y buena parte de él solo hipocresía, es incapaz de asumir el cambio real de las personas que abandonan su camino de mal y eso es porque es imposible vivirlo y, por lo que vemos, ni siquiera concebirlo, sin Dios y el mensaje del Evangelio.
Primera lectura: Ezequiel 18, 25-28
Así dice el Señor:
«Comentáis: «No es justo el proceder del Señor.
Escuchad, casa de Israel: ¿es injusto mi proceder?, ¿o no es vuestro proceder el que es injusto?
Cuando el justo se aparta de su justicia, comete la maldad y muere, muere por la maldad que cometió.
Y cuando el malvado se convierte de la maldad que hizo y practica el derecho y la justicia, él mismo salva su vida. Si recapacita y se convierte de los delitos cometidos, ciertamente vivirá y no morirá.»
Segunda lectura: Filipenses 2, 1-11
Hermanos:
Si queréis darme el consuelo de Cristo y aliviarme con vuestro amor, si nos une el mismo Espíritu y tenéis entrañas compasivas, dadme esta gran alegría: manteneos unánimes y concordes con un mismo amor y un mismo sentir.
No obréis por rivalidad ni por ostentación, dejaos guiar por la humildad y considerad siempre superiores a los demás. No os encerréis en vuestros intereses, sino buscad todos el interés de los demás.
Tened entre vosotros los sentimientos propios de Cristo Jesús.
Él, a pesar de su condición divina,
no hizo alarde de su categoría de Dios;
al contrario, se despojó de su rango
y tomó la condición de esclavo,
pasando por uno de tantos.
Y así, actuando como un hombre cualquiera,
se rebajó hasta someterse incluso a la muerte,
y una muerte de cruz.
Por eso Dios lo levantó sobre todo
y le concedió el «Nombre–sobre–todo–nombre»;
de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble
en el cielo, en la tierra, en el abismo,
y toda lengua proclame:
Jesucristo es Señor,
para gloria de Dios Padre.
Evangelio: Mateo 21, 28-32
En aquel tiempo, dijo Jesús a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo:
–«¿Qué os parece? Un hombre tenía dos hijos. Se acercó al primero y le dijo: «Hijo, ve hoy a trabajar en la viña.» Él le contestó: «No quiero.» Pero después recapacitó y fue.
Se acercó al segundo y le dijo lo mismo. Él le contestó: «Voy, señor. » Pero no fue.
¿Quién de los dos hizo lo que quería el padre?»
Contestaron:
–«El primero.»
Jesús les dijo:
–«Os aseguro que los publicanos y las prostitutas os llevan la delantera en el camino del reino de Dios. Porque vino Juan a vosotros enseñándoos el camino de la justicia, y no le creísteis; en cambio, los publicanos y prostitutas le creyeron. Y, aun después de ver esto, vosotros no recapacitasteis ni le creísteis.»