«Después recapacitó y fue»

30 Sep 2023 | Evangelio Dominical

Estas parábolas acercándonos al final del Evangelio de Mateo parecen tener como objeto, contemplar, como de un solo vistazo, la misión de Jesús, sus presupuestos y consecuencias, la llegada y la acogida del reino de Dios en sus obras y palabras. Tratan sobre actitudes y posturas que suelen ser decisivas, enseñan la diferencia que hay y siempre habrá entre el «proceder» divino y el nuestro. Dios mismo, en persona, ya ha hecho el máximo esfuerzo para aproximarse a nuestra realidad, lenguaje, experiencia y proponernos lo más cerca posible el Evangelio, pero siempre habrá diferencia esencial entre su «justicia» y la nuestra que tendremos que salvar mediante la fe y la confianza, acogiendo su Persona al mismo tiempo que su verdad. A menudo, la visión humana de las cosas se interpone en la acogida de la gracia y la redención (primera lectura), y muy especialmente el concepto de la justicia, de lo que se puede esperar o no del modo divino de juzgar. La justicia o la impiedad no son una posesión, que se acumula, aumenta o reduce según los actos y compromisos humanos que Dios se limita a castigar o premiar. En la Escritura se habla más propiamente de un camino o de dos, mejor dicho: el camino que lleva a la vida, es la justicia, y el que lleva a la muerte y la condenación es el del pecado y la injusticia. La acción divina, la Alianza, su Palabra hecha presente e histórica en los profetas, pretende reconducir a los hombres de un camino a otro. Convertirse es literalmente «revolverse», cambiar de sentido, de dirección en la existencia concreta tras haberse encontrado con la luz, la verdad, el bien o, incluso, sanamente «temeroso» tras escuchar la Palabra que nos expone, sin pelos en la lengua, la realidad que vivimos y los engaños que nos hacemos. Jesús es esta misma Palabra de Dios encarnada, su Verdad que entra en la historia para llamarnos a todos a este cambio necesario e imprescindible de camino. La parábola insiste en que el cambio de camino debe ser real, histórico, comprobable; mucho más que una intención, una declaración o confesión pública. Se puede hacer esta, no hay problema, pero después hay que ponerse en pie y comenzar a caminar, verdaderamente, paso a paso por ese nuevo camino de justicia, contrario al que habíamos llevado hasta ese momento. Por eso Jesús comenta a los que escuchan que aquellos que lo han emprendido, aunque fueran publicanos y prostitutas, ya van por delante de los considerados más «justos» y cercanos a Dios en la religión judía. Es la verdadera obediencia, real, histórica la que nos lleva efectivamente hacia nuestra meta y fin, que es compartir la misma vida de Dios. No se llega ahí por el camino del pecado, el egoísmo, la codicia por más que se disimule con buenos sermones y mejores palabras. Si la Palabra no se nos mete dentro y nos remueve tanto como para hacernos cambiar de camino, no servirán de nada los parches que queramos poner a una vida que no va hacia donde debería o la falsa creencia en que asistir a esto o lo otro, repetir aquel rito o el otro pueden tener una eficacia real en la vida y en la salvación. También se nos está recordando que este perdón es real, que quien se conmueve, arrepiente y cambia su camino no tiene que mirar ya atrás sino para agradecer y alegrarse de haber escapado a la esclavitud. A quien ha rechazado de modo real su propio mal y comenzado este otro camino es realmente una persona nueva. Esto también contradice el puritanismo o moralismo actual, el cual aparte de ser fachada y buena parte de él solo hipocresía, es incapaz de asumir el cambio real de las personas que abandonan su camino de mal y eso es porque es imposible vivirlo y, por lo que vemos, ni siquiera concebirlo, sin Dios y el mensaje del Evangelio.

Primera lectura: Ezequiel 18, 25-28

Segunda lectura: Filipenses 2, 1-11

Evangelio: Mateo 21, 28-32