En la fiesta de la Ascensión celebramos y revivimos la vuelta de Jesús al Padre, el final de ese periodo de gracia concedido tras las Resurrección: cuarenta días, tras la Pasión, en los cuales les dio numerosas pruebas de que estaba vivo, dejándose ver y hasta tocar por ellos, comiendo en su compañía, hablándoles del reino de Dios. No se puede decir más claro: han sido cuarenta días para afianzar en la conciencia y experiencia de los discípulos destinados a dar testimonio, la verdad radical de la Pascua. Estos días leíamos en un hermoso sermón de san León Magno sobre la Ascensión: «En los apóstoles eran anticipadamente curadas nuestras turbaciones y nuestros peligros: en aquellos hombres éramos nosotros entrenados contra las calumnias de los impíos y contra las argucias de la humana sabiduría. Su visión nos instruyó, su audición nos adoctrinó, su tacto nos confirmó. Demos gracias por la divina economía y por la necesaria torpeza de los santos padres. Dudaron ellos, para que no dudáramos nosotros». Dudaron, sufrieron los discípulos, Jesús les hizo ver, conocer, gustar que realmente estaba vivo para que nuestra fe se pudiera fundar sobre su experiencia viva, transformada enseguida por el Espíritu Santo en el testimonio que hacer crecer a esta pequeña comunidad hasta que se convierta en la gran iglesia católica. Tras esto, asciende a los cielos como señala hermosamente también san León: «el hecho de que la naturaleza humana, en presencia de una santa multitud, ascendiera por encima de la dignidad de todas las creaturas celestiales, para ser elevada más allá de todos los ángeles, por encima de los mismos arcángeles, sin que ningún grado de elevación pudiera dar la medida de su exaltación, hasta ser recibida junto al Padre, entronizada y asociada a la gloria de aquel con cuya naturaleza divina se había unido en la persona del Hijo». Se trata, pues, de dos hechos, dos sucesos históricos vividos efectivamente por los primeros discípulos: el tiempo pasado por Cristo vivo entre los suyos y su ascender a los cielos, hasta ser recibido por el Padre, como hombre además de como Hijo de Dios. Todo ello subraya y describe que el Evangelio llama a vivir la única verdadera novedad acaecida en la historia desde la creación: que hemos sido salvados, redimidos, rehechos, «vueltos» al origen muy mejorado de la historia y de la vida y que no hay vuelta atrás. Que en nuestra iglesia disfrutamos todo esto, especialmente la presencia real y verdadera de Cristo, ahora mediante el Espíritu Santo y los Sacramentos. Jesús mismo estableció esta continuidad, que durará hasta el que el Padre quiera y que establece un tiempo que no tenemos que gastar mirando al cielo, sino mirándonos unos a otros como en esta celebración, recordando las palabras de Jesús y dando testimonio a todos de esta gran verdad: que quien crea y bautice se salvará y quien no, será condenado, esto es, desperdiciará su vida acá y arruinará su misma eternidad. Todo es nuevo porque todo ha cambiado. El bienestar, la alegría verdadera, la salvación de los demás dependen de que continuemos la misión de los apóstoles y digamos alto y claro que la vida no es como un videojuego, que nos la jugamos de verdad en cada decisión, especialmente en esta: en acoger o no a Jesucristo, en creer o no a quienes vieron y oyeron el misterio mismo manifestado en las palabras y obras de Jesús, en su muerte, resurrección y Ascensión a los cielos.
Primera lectura: Hechos de los apóstoles 1, 1-11
En mi primer libro, querido Teófilo, escribí de todo lo que Jesús fue haciendo y enseñando hasta el día en que dio instrucciones a los apóstoles, que había escogido, movido por el Espíritu Santo, y ascendió al cielo. Se les presentó después de su pasión, dándoles numerosas pruebas de que estaba vivo, y, apareciéndoseles durante cuarenta días, les habló del reino de Dios.
Una vez que comían juntos, les recomendó:
– «No os alejéis de Jerusalén; aguardad que se cumpla la promesa de mi Padre, de la que yo os he hablado. Juan bautizó con agua, dentro de pocos días vosotros seréis bautizados con Espíritu Santo.»
Ellos lo rodearon preguntándole:
– «Señor, ¿es ahora cuando vas a restaurar el reino de Israel?»
Jesús contestó:
– «No os toca a vosotros conocer los tiempos y las fechas que el Padre ha establecido con su autoridad. Cuando el Espíritu Santo descienda sobre vosotros, recibiréis fuerza para ser mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta los confines del mundo.»
Dicho esto, lo vieron levantarse, hasta que una nube se lo quitó de la vista. Mientras miraban fijos al cielo, viéndolo irse, se les presentaron dos hombres vestidos de blanco, que les dijeron:
– «Galileos, ¿qué hacéis ahí plantados mirando al cielo? El mismo Jesús que os ha dejado para subir al cielo volverá como le habéis visto marcharse.»
Segunda lectura: Efesios 1, 17 -23
Hermanos:
Que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria5 os dé espíritu de sabiduría y revelación para conocerlo. Ilumine los ojos de vuestro corazón, para que comprendáis cuál es la esperanza a la que os llama, cuál la riqueza de gloria que da en herencia a los santos, y cuál la extraordinaria grandeza de su poder para nosotros, los que creemos, según la eficacia de su fuerza poderosa, que desplegó en Cristo, resucitándolo de entre los muertos y sentándolo a su derecha en el cielo, por encima de todo principado, potestad, fuerza y dominación, y por encima de todo nombre conocido, no sólo en este mundo, sino en el futuro.
Y todo lo puso bajo sus pies, y lo dio a la Iglesia como cabeza, sobre todo. Ella es su cuerpo, plenitud del que lo acaba todo en todos.
Evangelio: Marcos 16,15-20
En aquel tiempo, se apareció Jesús a los Once y les dijo:
– «Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación.
El que crea y se bautice se salvará; el que se resista a creer será condenado.
A los que crean, les acompañarán estos signos: echarán demonios en mi nombre, hablarán lenguas nuevas, cogerán serpientes en sus manos y, si beben un veneno mortal, no les hará daño. Impondrán las manos a los enfermos, y quedarán sanos.»
Después de hablarles, el Señor Jesús subió al cielo y se sentó a la derecha de Dios.
Ellos se fueron a pregonar el Evangelio por todas partes, y el Señor cooperaba confirmando la palabra con las señales que los acompañaban.