El Evangelio nos narra la Misión de Jesús que es comunicar y hacer presente la Palabra de Dios, que se cumple y hace vida en aquellos que la acogen y la escuchan. En el fragmento de hoy, vemos como, casi desde el principio, decidió, también, rodearse de un grupo de hombre, discípulos, seguidores, futuros Apóstoles con quienes llevar a cabo el encargo recibido de Dios. En este relato, el Evangelista, tomando los datos y hechos recibidos de la Tradición los dispone de modo que manifiesten el fondo de la situación, todo lo que en aquellos momentos estaba implícito en el hecho de que un Maestro, un profeta pasase de estar predicando a rodearse de un grupo que le asista y apoye y a quienes, en el futuro, poder confiar la misma Misión. En el relato todo surge como algo natural: Jesús está predicando, ve las dos barcas y se sube a una de ellas para poner algo de distancia frente a la multitud. Cuando ha terminado, le pide a Simón que haga lo hacen siempre: salir a pescar. Simón le responde que lo han hecho toda la noche sin lograr nada pero que, por su palabra lo harán de nuevo. Esta palabra de ahora se relaciona con la palabra pronunciada antes y que Simón, como los demás, han escuchado. Algo han percibido en lo escuchado que ahora los lleva a aceptar lo que Jesús les pide y que va contra su experiencia y hasta contra la lógica. Y, efectivamente, por esa palabra, obedeciendo la indicación de Jesús, obtienen una pesca fabulosa, unos frutos increíbles, especialmente si los comparamos con el frustrante trabajo de aquella misma noche. Ante este resultado, Pedro se da cuenta de que ante él hay Alguien que ha realizado un signo, que él, naturalmente, refiere a Dios. Aquel hombre que está ante él viene o tiene que ver con Dios y ante ello lo primero que ve, como cualquiera de nosotros, es su realidad de pecador y por eso se echa a los pies de Jesús y lo confiesa. El texto lo explica diciendo «que el estupor se había apoderado de él» y también de los demás, especialmente a Santiago y Juan, otros dos que estarán entre los primeros discípulos. Es una referencia a lo que sucede en las teofanías o manifestaciones, más o menos solemnes, del poder de Dios. El Señor se ha manifestado en este hombre y Jesús responde como el mismo Dios lo hace, por sí mismo o por medio de su mensajero: «no temas». Y añade algo que es el fundamento de toda la historia posterior: «desde ahora serás pescador de hombres». El dicho de Jesús establece, sobre la base de lo que ha sucedido y han contemplado sus ojos, esa pesca prodigiosa, una nueva vida para aquellos hombres. Se transforma lo que ya hacen, su vida de todos los días, su trabajo, sus relaciones, todo lo que son y tienen, al darle un nuevo fin. Ya no pescarán peces para vivir sino que pescarán hombres para salvarles. Todo lo que hacen y harán, y lo son y serán, contribuirá a la obra de Jesús que es salvar, redimir, sacar de las procelosas aguas del mundo a todo hombre que acepte ser pescado y rescatado. Todo lo dicho no es una cambio mecánico sino que depende, por supuesto, del conocimiento progresivo, de la cada vez más mayor identificación con el hombre, el enviado, el profeta, el Hijo de Dios que lo ha dicho y lo sostiene. Todo acto, todo gesto, cualquier rincón de la vida se transforma en luz y anuncio de salvación en el creyente que se mantiene fiel a Jesús, también en su vida concreta mediante la oración, la participación efectiva y convencida en la vida de la Iglesia, y especialmente en los Sacramentos y, sobre todo, haciendo verdad y realidad en la propia, cumpliendo, cada día, los mandamientos de Jesús.
Primera lectura: Is 6, 1-2a. 3-8
EL año de la muerte del rey Ozías, vi al Señor sentado sobre un trono alto y excelso: la orla de su manto llenaba el templo.
Junto a él estaban los serafines, y se gritaban uno a otro diciendo:
«¡Santo, santo, santo es el Señor del universo, llena está la tierra de su gloria!».
Temblaban las jambas y los umbrales al clamor de su voz, y el templo estaba lleno de humo.
Yo dije:
«Ay de mí, estoy perdido! Yo, hombre de labios impuros, que habito en medio de gente de labios impuros, he visto con mis ojos al Rey, Señor del universo».
Uno de los seres de fuego voló hacia mí con un ascua en la mano, que había tomado de! altar con unas tenazas; la aplicó a mi boca y me dijo:
«Al tocar esto tus labios, ha desaparecido tu culpa, está perdonado tu pecado».
Entonces escuché la voz del Señor, que decía:
«¿A quién enviaré? ¿Y quién irá por nosotros?».
Contesté:
«Aquí estoy, mándame».
Segunda lectura: 1 Cor 15, 1-11
OS recuerdo, hermanos, el Evangelio que os anuncié y que vosotros aceptasteis, en el que además estáis fundados, y que os está salvando, si os mantenéis en la palabra que os anunciamos; de lo contrario, creísteis en vano.
Porque yo os transmití en primer lugar, lo que también yo recibí: que Cristo murió por nuestros pecados según las Escrituras; y que fue sepultado y que resucitó al tercer día, según las Escrituras; y que se apareció a Cefas y más tarde a los Doce; después se apareció a más de quinientos hermanos juntos, la mayoría de los cuales vive todavía, otros han muerto; después se apareció a Santiago, más tarde a todos los apóstoles; por último, como a un aborto, se me apareció también a mí.
Porque yo soy el menor de los apóstoles y no soy digno de ser llamado apóstol, porque he perseguido a la Iglesia de Dios.
Pero por la gracia de Dios soy lo que soy, y su gracia para conmigo no se ha frustrado en mí. Antes bien, he trabajado más que todos ellos. Aunque no he sido yo, sino la gracia de Dios conmigo. Pues bien; tanto yo como ellos predicamos así, y así lo creísteis vosotros.
Evangelio: Lc 5, 1-11
EN aquel tiempo, la gente se agolpaba en torno a Jesús para oír la palabra de Dios. Estando él de pie junto al lago de Genesaret, vio dos barcas que estaban en la orilla; los pescadores, que habían desembarcado, estaban lavando las redes.
Subiendo a una de las barcas, que era la de Simón, le pidió que la apartara un poco de tierra. Desde la barca, sentado, enseñaba a la gente.
Cuando acabó de hablar, dijo a Simón:
«Rema mar adentro, y echad vuestras redes para la pesca».
Respondió Simón y dijo:
«Maestro, hemos estado bregando toda la noche y no hemos recogido nada; pero, por tu palabra, echaré las redes».
Y, puestos a la obra, hicieron una redada tan grande de peces que las redes comenzaban a reventarse. Entonces hicieron señas a los compañeros, que estaban en la otra barca, para que vinieran a echarles una mano. Vinieron y llenaron las dos barcas, hasta el punto de que casi se hundían. Al ver esto, Simón Pedro se echó a los pies de Jesús diciendo:
«Señor, apártate de mí, que soy un hombre pecador».
Y es que el estupor se había apoderado de él y de los que estaban con él, por la redada de peces que habían recogido; y lo mismo les pasaba a Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, que eran compañeros de Simón.
Y Jesús dijo a Simón:
«No temas; desde ahora serás pescador de hombres».
Entonces sacaron las barcas a tierra y, dejándolo todo, lo siguieron.


