Después de afirmar Jesús que es el agua viva, capaz de saciar nuestra sed de sentido, de amor verdadero y que es la luz capaz de hacer claro el camino de la existencia y de hacernos ver, a plena luz, que Dios está escondido en Él a vista plena, en este último domingo de la cuaresma nos confiesa, claramente, que es la resurrección y la vida. Que nuestro esfuerzo y camino de conversión finaliza, efectivamente, compartiendo la vida eterna del mismo Dios. Jesús lo muestra directamente en este gran signo que es la resurrección del amigo, hermano, Lázaro. El contexto es amplio del relato es el cumplimiento de la promesa de devolver la vida, la persona entera, a los israelitas (primera lectura), mostrando que su fidelidad va más allá de la muerte y que el pueblo acabado, destruido, convertido en un montón de huesos secos, volverá a recibir la carne, los tendones, la vida misma de parte de la Palabra de Dios. Jesús mismo comienza declarando al inicio del relato que la enfermedad y muerte de Lázaro (y toda muerte de un creyente) servirá a la gloria de Dios, a manifestar claramente su presencia que actúa en medio de nosotros, como también sirvió la curación del ciego de nacimiento, que descubrió como la acción curativa y creativa de Dios se muestra a vista de todos en Cristo. Por ello Jesús no acude a curar la enfermedad que es el inicio del «problema», pues quiere darle algo mejor: hacer ver que es capaz de devolverle la vida, ahora, y especialmente, cuando Él mismo la recupere tras su entrega y venza definitivamente a la muerte. El relato trascurre ante sus discípulos, las hermanas del difunto, que son discípulas y amigas como el mismo fallecido, y ante los que miran, los judíos, incrédulos y más abiertos a la obra de Jesús. Por eso, Lázaro duerme y será despertado pero sus discípulos creen que van a morir todos. Jesús afronta las dudas lógicas y humanas acerca de por qué no ha acudido antes, cuando aun había tiempo, pues de todos es sabido que la muerte pone punto final a toda la historia humana. Frente a esto, este hombre hace ver que la relación Dios-hombre continúa más allá, que Él está aquí para vencer definitivamente el miedo humano ante la muerte y liberarnos a todos para que podamos entregar lo que somos y tenemos para hacer realidad esto para todos. Por esto, Jesús arriesga su propia vida (y acabará entregándola). En los diálogos con las hermanas de Lázaro aparecen los sentimientos y las ideas humanas que no pueden abarcar cuál es la realidad de Dios y del hombre y lo que Jesús ha venido realmente a hacer. Todo prepara para la escena final, de enfrentamiento directo entre la Palabra de Dios y la muerte, en la tumba abierta de un hombre que ya lleva cuatro días muerto, esto es, ante un cuerpo que ha sido definitivamente abandonado por todo vestigio de vida y está en plena descomposición. La oración de Jesús y la palabra divina le devuelven la vida y le hacen salir de la tumba, si bien, aun con las vendas. Se testimonia así que no ha revivido por sí mismo sino que ha sido «despertado» por la palabra creadora y recreadora que le ha devuelto todo lo que él era, a tal punto que se arriesga, como Jesús, a ser asesinado porque es, también, un incómodo testigo del poder y la gloria de Dios y de cómo Jesús, es, de verdad, el camino, la verdad y la vida.
Primera lectura: Ezequiel 37, 12-14
Así dice el Señor:
–«Yo mismo abriré vuestros sepulcros,
y os haré salir de vuestros sepulcros, pueblo mío,
y os traeré a la tierra de Israel.
Y, cuando abra vuestros sepulcros
y os saque de vuestros sepulcros, pueblo mío,
sabréis que soy el Señor.
Os infundiré mi espíritu, y viviréis;
os colocaré en vuestra tierra
y sabréis que yo, el Señor, lo digo y lo hago. »
Oráculo del Señor.
Segunda lectura: Romanos 8, 8-11
Hermanos:
Los que viven sujetos a la carne no pueden agradar a Dios. Pero vosotros no estáis sujetos a la carne, sino al espíritu, ya que el Espíritu de Dios habita en vosotros. El que no tiene el Espíritu de Cristo no es de Cristo.
Pues bien, si Cristo está en vosotros, el cuerpo está muerto por el pecado, pero el espíritu vive por la justificación obtenida. Si el Espíritu del que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros, el que resucitó de entre los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales, por el mismo Espíritu que habita en vosotros.
Evangelio: Juan 11, 1-45
En aquel tiempo, un cierto Lázaro, de Betania, la aldea de María y de Marta, su hermana, había caído enfermo. María era la que ungió al Señor con perfume y le enjugó los pies con su cabellera; el enfermo era su hermano Lázaro.
Las hermanas mandaron recado a Jesús, diciendo:
–«Señor, tu amigo está enfermo.»
Jesús, al oírlo, dijo:
–«Esta enfermedad no acabará en la muerte, sino que servirá para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella.»
Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro. Cuando se enteró de que estaba enfermo, se quedó todavía dos días en donde estaba.
Sólo entonces dice a sus discípulos:
–«Vamos otra vez a Judea.»
Los discípulos le replican:
–«Maestro, hace poco intentaban apedrearte los judíos, ¿y vas a volver allí?»
Jesús contestó:
–«¿No tiene el día doce horas? Si uno camina de día, no tropieza, porque ve la luz de este mundo; pero si camina de noche, tropieza, porque le falta la luz.»
Dicho esto, añadió:
–«Lázaro, nuestro amigo, está dormido; voy a despertarlo.»
Entonces le dijeron sus discípulos:
–«Señor, si duerme, se salvará.»
Jesús se refería a su muerte; en cambio, ellos creyeron que hablaba del sueño natural.
Entonces Jesús les replicó claramente:
–«Lázaro ha muerto, y me alegro por vosotros de que no hayamos estado allí, para que creáis. Y ahora vamos a su casa.»
Entonces Tomás, apodado el Mellizo, dijo a los demás discípulos:
–«Vamos también nosotros y muramos con él.»
Cuando Jesús llegó, Lázaro llevaba ya cuatro días enterrado. Betania distaba poco de Jerusalén: unos tres kilómetros»; y muchos judíos habían ido a ver a Marta y a María, para darles el pésame por su hermano. Cuando Marta se enteró de que llegaba Jesús, salió a su encuentro, mientras María se quedaba en casa. Y dijo Marta a Jesús:
–«Señor, si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano. Pero aún ahora sé que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo concederá.»
Jesús le dijo:
–«Tu hermano resucitará.»
Marta respondió:
–«Sé que resucitará en la resurrección del último día.»
Jesús le dice:
–«Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees esto?»
Ella le contestó:
–«Sí, Señor: yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo.»
Y dicho esto, fue a llamar a su hermana María, diciéndole en voz baja:
–«El Maestro está ahí y te llama.»
Apenas lo oyó, se levantó y salió adonde estaba él; porque Jesús no había entrado todavía en la aldea, sino que estaba aún donde Marta lo había encontrado. Los judíos que estaban con ella en casa consolándola, al ver que María se levantaba y salía deprisa, la siguieron, pensando que iba al sepulcro a llorar allí. Cuando llegó María adonde estaba Jesús, al verlo se echó a sus pies diciéndole:
–«Señor, si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano.»
Jesús, viéndola llorar a ella y viendo llorar a los judíos que la acompañaban, sollozó y, muy conmovido, preguntó:
–«¿Dónde lo habéis enterrado?»
Le contestaron:
–«Señor, ven a verlo.»
Jesús se echó a llorar. Los judíos comentaban:
–«¡Cómo lo quería!»
Pero algunos dijeron:
–«Y uno que le ha abierto los ojos a un ciego, ¿no podía haber impedido que muriera éste?»
Jesús, sollozando de nuevo, llega al sepulcro. Era una cavidad cubierta con una losa.
Dice Jesús:
–«Quitad la losa.»
Marta, la hermana del muerto, le dice:
–«Señor, ya huele mal, porque lleva cuatro días.»
Jesús le dice:
–«¿No te he dicho que si crees verás la gloria de Dios?»
Entonces quitaron la losa.
Jesús, levantando los ojos a lo alto, dijo:
–«Padre, te doy gracias porque me has escuchado; yo sé que tú me escuchas siempre; pero lo digo por la gente que me rodea, para haya que crean que tú me has enviado. »
Y dicho esto, gritó con voz potente:
–«Lázaro, ven afuera.»
El muerto salió, los pies y las manos atados con vendas, y la cara envuelta en un sudario.
Jesús les dijo:
–«Desatadlo y dejadlo andar.»
Y muchos judíos que habían venido a casa de María, al ver lo que había hecho Jesús, creyeron en él.