«Desatadlo y dejadlo andar»

25 Mar 2023 | Evangelio Dominical

Después de afirmar Jesús que es el agua viva, capaz de saciar nuestra sed de sentido, de amor verdadero y que es la luz capaz de hacer claro el camino de la existencia y de hacernos ver, a plena luz, que Dios está escondido en Él a vista plena, en este último domingo de la cuaresma nos confiesa, claramente, que es la resurrección y la vida. Que nuestro esfuerzo y camino de conversión finaliza, efectivamente, compartiendo la vida eterna del mismo Dios. Jesús lo muestra directamente en este gran signo que es la resurrección del amigo, hermano, Lázaro. El contexto es amplio del relato es el cumplimiento de la promesa de devolver la vida, la persona entera, a los israelitas (primera lectura), mostrando que su fidelidad va más allá de la muerte y que el pueblo acabado, destruido, convertido en un montón de huesos secos, volverá a recibir la carne, los tendones, la vida misma de parte de la Palabra de Dios. Jesús mismo comienza declarando al inicio del relato que la enfermedad y muerte de Lázaro (y toda muerte de un creyente) servirá a la gloria de Dios, a manifestar claramente su presencia que actúa en medio de nosotros, como también sirvió la curación del ciego de nacimiento, que descubrió como la acción curativa y creativa de Dios se muestra a vista de todos en Cristo. Por ello Jesús no acude a curar la enfermedad que es el inicio del «problema», pues quiere darle algo mejor: hacer ver que es capaz de devolverle la vida, ahora, y especialmente, cuando Él mismo la recupere tras su entrega y venza definitivamente a la muerte. El relato trascurre ante sus discípulos, las hermanas del difunto, que son discípulas y amigas como el mismo fallecido, y ante los que miran, los judíos, incrédulos y más abiertos a la obra de Jesús. Por eso, Lázaro duerme y será despertado pero sus discípulos creen que van a morir todos. Jesús afronta las dudas lógicas y humanas acerca de por qué no ha acudido antes, cuando aun había tiempo, pues de todos es sabido que la muerte pone punto final a toda la historia humana. Frente a esto, este hombre hace ver que la relación Dios-hombre continúa más allá, que Él está aquí para vencer definitivamente el miedo humano ante la muerte y liberarnos a todos para que podamos entregar lo que somos y tenemos para hacer realidad esto para todos. Por esto, Jesús arriesga su propia vida (y acabará entregándola). En los diálogos con las hermanas de Lázaro aparecen los sentimientos y las ideas humanas que no pueden abarcar cuál es la realidad de Dios y del hombre y lo que Jesús ha venido realmente a hacer. Todo prepara para la escena final, de enfrentamiento directo entre la Palabra de Dios y la muerte, en la tumba abierta de un hombre que ya lleva cuatro días muerto, esto es, ante un cuerpo que ha sido definitivamente abandonado por todo vestigio de vida y está en plena descomposición. La oración de Jesús y la palabra divina le devuelven la vida y le hacen salir de la tumba, si bien, aun con las vendas. Se testimonia así que no ha revivido por sí mismo sino que ha sido «despertado» por la palabra creadora y recreadora que le ha devuelto todo lo que él era, a tal punto que se arriesga, como Jesús, a ser asesinado porque es, también, un incómodo testigo del poder y la gloria de Dios y de cómo Jesús, es, de verdad, el camino, la verdad y la vida.

Primera lectura: Ezequiel 37, 12-14