El Evangelio según san Marcos que leemos y celebramos este año es sustituido durante algunos domingos por el de san Juan. Escucharemos y celebraremos el hermoso capítulo 6 de este Evangelio, donde Jesús expone la realidad del Pan de Vida que es Él como alimento de la fe y la vida de la iglesia. Como suele ser la costumbre del Evangelista, el relato comienza relatando un signo, un gesto maravilloso de Jesús que muestra su capacidad de hacer lo que anuncia su Palabra y su presencia (en este capítulo hay dos, como veremos). Es un gesto o milagro con precedentes en la Escritura (primera lectura): ya el profeta Eliseo multiplicó unos pocos panes para una pequeña multitud, como señal de la acción de la Palabra de Dios que interviene siempre para salvar, curar, dar vida, especialmente en momentos de angustia y peligro. Jesús está con una gran multitud de los que siguen, porque han visto los signos que hacía, esto es, la gente asombrada por su enseñanza confirmada por los gestos que realiza con los enfermos. En un determinado momento, todos se sientan o recuestan sobre el suelo. Se hace notar que estaba cerca la Pascua de los judíos para marcar el relato también con esta nota: para su Pascua, los judíos se recostaban para comer, como hombres libres, el cordero con que revivían la salida de Egipto. Jesús mismo abre la cuestión de cómo dar de comer a toda aquella gente que está con ellos. Los discípulos, de modo natural, piensan y saben que no será posible, que no tienen ni las provisiones ni el dinero para afrontar, logísticamente, el problema. Se nos advierte que el diálogo con los suyos es para probarlos, para enseñarlos, porque bien sabía Él lo que iba a hacer. No obstante, durante el diálogo, sale a la luz lo que hay: un muchacho tiene cinco panes y un par de peces, algo clarísimamente insuficiente frente a la multitud de los que tienen que comer. Mostrada la realidad humana, lo que hay, Jesús toma el mando e indica que se sienten –recuesten– todos en el suelo, preparándose para el banquete. Había, se dice, mucha hierba para que las personas se acomoden. A continuación realiza los gestos –repartir– junto con las palabras de bendición que hacen que el pan llegue –se multiplique– a todos. Y también los peces. Y llegó para todos, de modo que hasta sobró. Jesús hace su última indicación que es que recojan las sobras, que nada se pierda. Lo hacen y quedan efectivamente llenas doce canastas de pan, como restos del banquete que se inició con cinco panes y dos peces, porque nada se puede desperdiciar y, además, ha quedado, simbólicamente, para que coman las doce tribus de Israel. Se ha tratado de un gran Signo y todos se dan cuenta. Han visto que Jesús es un nuevo Eliseo, capaz de alimentar a los suyos en momentos de privación de todo o, mejor todavía, como Dios mismo que es quien envió el maná durante el éxodo por el desierto. Pero lo que entiende directamente una mayoría de los comensales es que Jesús es el rey que puede cuidar de ellos y llevarlos a la victoria, por lo menos, con la tripa bien llena. Vista la respuesta, Jesús se retira. El signo está hecho y su posterior explicación sacará a la luz todo su significado. De momento, va por delante que este hombre, Jesús, es capaz de cuidar de nosotros, de alimentarnos, que ha venido como Quien hace realidad gozosa y verdadera las promesas de Dios.
Primera lectura: 2Reyes 4, 42-44
En aquellos días, uno de Baal–Salisá vino a traer al profeta Eliseo el pan de las primicias, veinte panes de cebada y grano reciente en la alforja. Eliseo dijo:
– «Dáselos a la gente, que coman.»
El criado replicó:
– «¿Qué hago yo con esto para cien personas?»
Eliseo insistió:
– «Dáselos a la gente, que coman. Porque así dice el Señor: Comerán y sobrará.»
Entonces el criado se los sirvió9 comieron y sobró, como había dicho el Señor
Segunda lectura: Efesios 4,1-6
Hermanos:
Yo, el prisionero por el Señor, os ruego que andéis como pide la vocación a la que habéis sido convocados.
Sed siempre humildes y amables, sed comprensivos, sobrellevaos mutuamente con amor; esforzaos en mantener la unidad del Espíritu con el vínculo de la paz. Un solo cuerpo y un solo Espíritu, como una sola es la esperanza de la vocación a la que habéis sido convocados. Un Señor, una fe, un bautismo. Un Dios, Padre de todo, que lo trasciende todo, y lo penetra todo, y lo invade todo.
Evangelio: Juan 6, 1-15
En aquel tiempo, Jesús se marchó a la otra parte del lago de Galilea (o de Tiberíades). Lo seguía mucha gente, porque habían visto los signos que hacía con los enfermos.
Subió Jesús entonces a la montaña y se sentó allí con sus discípulos.
Estaba cerca la Pascua, la fiesta de los judíos. Jesús entonces levantó los ojos, y al ver que acudía mucha gente, dice a Felipe:
– «¿Con qué compraremos panes para que coman éstos?»
Lo decía para tantearlo, pues bien sabía él lo que iba a hacer.
Felipe le contestó:
– «Doscientos denarios de pan no bastan para que a cada uno le toque un pedazo.»
Uno de sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro, le dice:
– «Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y un par de peces; pero, ¿qué es eso para tantos?»
Jesús dijo:
– «Decid a la gente que se siente en el suelo.»
Había mucha hierba en aquel sitio. Se sentaron; sólo los hombres eran unos cinco mil.
Jesús tomó los panes, dijo la acción de gracias y los repartió a los que estaban sentados, y lo mismo todo lo que quisieron del pescado.
Cuando se saciaron, dice a sus discípulos:
– «Recoged los pedazos que han sobrado; que nada se desperdicie.»
Los recogieron y llenaron doce canastas con los pedazos de los cinco panes de cebada, que sobraron a los que habían comido.
La gente entonces, al ver el signo que había hecho, decía:
– «Éste sí que es el Profeta que tenía que venir al mundo.»
Jesús entonces, sabiendo que iban a llevárselo para proclamarlo rey, se retiró otra vez a la montaña él solo.