Seguimos acompañando el camino de Jesús a Jerusalén, así como el acompaña el nuestro por la vida. Ya dijimos que se trataba de una maniobra abierta y decidida y que Jesús enviaba por delante de él mensajeros para comunicar su llegada y también su mensaje. Jesús –dice el texto– elige esta vez a setenta y dos de entre quienes le siguen para enviarles “a todos los pueblos y lugares adonde pensaba ir él”. Se pensaba entonces que sobre la tierra convivían unos setenta y dos pueblos por lo que el gesto de Jesús significaría entonces la misión universal, el envío para todos los pueblos. Se trata, como nos recordaba la primera lectura, de llevar a todos la “buena noticia”, esto es el Evangelio, un anuncio de alegría porque la situación, especialmente de los más pobres y desfavorecidos, va a cambiar, está cambiando de un modo real. El mensaje que deben acercar lo explica: “está cerca de vosotros el reino de Dios”. Se trata del reino que Jesús sabe que despierta en sus gestos, tomas de posición, palabras, curaciones, escucha y dedicación a los más necesitados. Jesús mismo es este presencia y cercanía del reino de Dios, la acción misma de Dios que lo tiene que cambiar todo. Se trata de un trabajo inmenso para el que siempre serán pocos los obreros pues se extiende a todos los hombres, en todos los tiempos y lugares y, además, nunca se puede dar por acabado. Continuamente la Palabra tiene que llegar a nuestras vidas para mantener viva la conciencia y la misma realidad de la presencia y acción divina. También se insiste en que la vida misma y la actitud del mensajero tiene que servir y reflejar el mensaje que portan consigo: con el equipaje mínimo y con urgencia, poniendo su encargo por encima de su propia comodidad y hasta seguridad, en la conciencia de que se trata de un mensaje de alegría pero que también suscitará incredulidad, rechazo y contradicción.
El Evangelio seguirá insistiendo en esta realidad pero ahora se limita a afirmar que el rechazo al mensaje de Jesús que es la última y definitiva intervención de Dios, tendrá consecuencias dramáticas: si no se acepta el amor y perdón de Dios así manifestados, nada tiene ya que ofrecernos o podremos esperar de él. Los discípulos vuelven y comparten su “éxito”: los demonios y con ellos, todo el mal, retroceden y se someten. Jesús lo interpreta con una imagen apocalíptica: es la ratificación de como Satán cayó y siempre caerá del cielo, esto es, que la mentira y la maldad son descubiertas y rechazadas, aunque los discípulos no se tienen que alegrar por estos logros sino porque ahora son también parte de la buena noticia, de la palabra proclamada, del reino que se manifiesta, obra y obrará entre los hombres hasta que Cristo vuelva.
Primera Lectura
Lectura del Profeta Isaías 66, 10-14c
Festejad a Jerusalén, gozad con ella,
todos los que la amáis,
alegraos de su alegría,
los que por ella llevasteis luto;
mamaréis a sus pechos y os saciaréis de sus consuelos,
y apuraréis las delicias de sus ubres abundantes.
Porque así dice el Señor:
Yo haré derivar hacia ella,
como un río, la paz,
como un torrente en crecida,
las riquezas de las naciones.
Llevarán en brazos a sus criaturas
y sobre las rodillas las acariciarán;
como a un niño a quien su madre consuela,
así os consolaré yo;
(en Jerusalén seréis consolados).
Al verlo se alegrará vuestro corazón
y vuestros huesos florecerán como un prado;
la mano del Señor se manifestará a sus siervos.
Segunda Lectura
Lectura de la carta del Apóstol San Pablo a los Gálatas 6, 14-18
Hermanos:
Dios me libre de gloriarme
si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo,
en la cual el mundo está crucificado para mí,
y yo para el mundo.
Pues lo que cuenta no es circuncisión o incircuncisión,
sino criatura nueva.
La paz y la misericordia de Dios
vengan sobre todos los que se ajustan a esta norma;
también sobre Israel.
En adelante, que nadie me venga con molestias,
porque yo llevo en mi cuerpo las marcas de Jesús.
La gracia de nuestro Señor Jesucristo
está con vuestro espíritu, hermanos.
Amén.
Evangelio
+ Lectura del santo Evangelio según San Lucas 10, 1-12. 17-20
En aquel tiempo, designó el Señor otros setenta y dos, y los mandó por delante, de dos en dos, a todos los pueblos y lugares adonde pensaba ir él. Y les decía:
–La mies es abundante y los obreros pocos: rogad, pues, al dueño de la mies que mande obreros a su mies.
¡Poneos en camino! Mirad que os mando como corderos en medio de lobos. No llevéis talega, ni alforja, ni sandalias; y no os detengáis a saludar a nadie por el camino.
Cuando entréis en una casa, decid primero: «Paz a esta casa.» Y si allí hay gente de paz, descansará sobre ellos vuestra paz; si no, volverá a vosotros.
Quedaos en la misma casa, comed y bebed de lo que tengan: porque el obrero merece su salario.
No andeis cambiando de casa. Si entráis en un pueblo y os reciben bien, comed lo que os pongan, curad a los enfermos que haya, y decid: «está cerca de vosotros el Reino de Dios.»
Cuando entréis en un pueblo y no os reciban, salid a la plaza y decid: «Hasta el polvo de vuestro pueblo, que se nos ha pegado a los pies, nos lo sacudimos sobre vosotros.» «De todos modos, sabed que está cerca el Reino de Dios.»
Os digo que aquel día será más llevadero para Sodoma que para ese pueblo.
Los setenta y dos volvieron muy contentos y le dijeron:
–Señor, hasta los demonios se nos someten en tu nombre.
El les contestó:
–Veía a Satanás caer del cielo como un rayo. Mirad: os he dado potestad para pisotear serpientes y escorpiones y todo el ejército del enemigo. Y no os hará daño alguno.
Sin embargo, no estéis alegres porque se os someten los espíritus; estad alegres porque vuestros nombres están inscritos en el cielo.