Apenas confesada por Pedro y escuchada por los demás, la verdad sobre Jesús, que es el Mesías y el Hijo del Dios vivo, éste no pierde el tiempo comienza a revelar cómo va a concluir este camino y esta aventura que desarrollan juntos. Y resulta que el Mesías, el Hijo de Dios, tiene que marchar a Jerusalén, pero no para vencer a sus enemigos sino para «padecer allí mucho», para que los dirigentes del pueblo le hagan padecer y lo ejecuten. Aunque no acabará así realmente: también resucitará «al tercer día». Demasiado para saber y entender. El mismo Pedro que acababa de confesar la verdad sobre Cristo, se lo lleva aparte y cree hacerle un servicio deseando que no suceda así, que quiera Dios tener misericordia de él y que todo acaba de otra manera. Y como hace un momento, el mismo Jesús se dirige al mismo Pedro para decirle un mensaje muy diferente: le llama Satanás, y revela que le ha descubierto, y le ordena que se retire, que se ponga detrás, porque Pedro, en esta ocasión, ya no está reflejando lo que le ha revelado el Padre sino el Enemigo, aquel que está empeñado en que todo lo anunciado no suceda, quién sabe por qué. Lo señalado matiza la bendición pronunciada sobre Pedro y el encargo que se la he hecho. Para llevarlo a cabo, habrá de comprender qué va hacer Dios y cómo va a hacerlo. Pedro aun piensa como los hombres, y habrá de aprender a hacerlo como Dios, como escuchar su voz y abrirse a sus inspiraciones. Y les enseña lo que se puede y tiene que saber de momento: el camino cristiano definido en función del camino que emprende valientemente el Mesías, el Señor, el Hijo de Dios. Quien quiera seguir a Jesús, en su camino humano, tiene que negarse a sí mismo (suspender pensamientos y acciones de hombre), cargar con la cruz (consecuencias de estas acciones respecto de las propias satisfacciones y de las expectativas de los demás). Las estrategias y tácticas destinadas a mantener o salvar la vida, traen lo contrario, el perderla. Y, al contrario, quien pretenda perderla por Jesús y el conocimiento del Evangelio, es quien la conservará y reencontrará. Viene a decir que la vida, sean cuales sean nuestras decisiones para «conservarla», siempre se acaba y sin unirnos a Jesús, es irremediable el arruinarla, perderla porque no ha seguido el camino adecuado, no ha puesto su confianza en la Persona que lo merecía. Se ha de pensar concienzudamente esta decisión porque es la más importante y de ella depende que nuestra vida tenga sentido, un origen y una meta. Seguir a Jesús es seguir al Mesías, al Hijo de Dios vivo, lo que significa instaurar el reino, comenzando por este mundo, pero sin perder de vista el otro, el que, en Jesús se enraíza y visita nuestra realidad. Y esta llamada a la negación de todo aquello que en nuestra vida se oponga a este seguimiento así como la obligación de tomar la cruz, la propia, y seguir a Jesús a la muerte, no se entiende sino en este contexto donde Él la sitúa: que este camino no acaba en el desprecio, el sufrimiento y la muerte, sino en la resurrección. Y el Hijo volverá para pagar a los que realmente le hayan seguido.
Primera lectura: Jeremías 20, 7-9
Me sedujiste, Señor, y me dejé seducir;
me forzaste y me pudiste.
Yo era el hazmerreír todo el día,
todos se burlaban de mí.
Siempre que hablo tengo que gritar: «Violencia»,
proclamando: «Destrucción.»
La palabra del Señor se volvió para mí
oprobio y desprecio todo el día.
Me dije: «No me acordaré de él,
no hablaré más en su nombre»;
pero ella era en mis entrañas fuego ardiente,
encerrado en los huesos;
intentaba contenerlo,
y no podía.
Segunda lectura: Romanos 12, 1-2
Os exhorto, hermanos, por la misericordia de Dios, a presentar vuestros cuerpos como hostia viva, santa, agradable a Dios; éste es vuestro culto razonable.
Y no os ajustéis a este mundo, sino transformaos por la renovación de la mente, para que sepáis discernir lo que es la voluntad de Dios, lo bueno, lo que le agrada, lo perfecto.
Evangelio: Mateo 16, 21-27
En aquel tiempo, empezó Jesús a explicar a sus discípulos que tenía que ir a Jerusalén y padecer allí mucho por parte de los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, y que tenía que ser ejecutado y resucitar al tercer día.
Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo:
–«¡No lo permita Dios, Señor! Eso no puede pasarte.»
Jesús se volvió y dijo a Pedro:
–«Quítate de mi vista, Satanás, que me haces tropezar; tú piensas como los hombres, no como Dios.»
Entonces dijo Jesús a sus discípulos:
–«El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga.
Si uno quiere salvar su vida, la perderá; pero el que la pierda por mí la encontrará.
¿De qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero, si arruina su vida?
¿O qué podrá dar para recobrarla?
Porque el Hijo del hombre vendrá entre sus ángeles, con la gloria de su Padre, y entonces pagará a cada uno según su conducta.»