El Evangelio de Marcos no contiene largos discursos de Jesús, como Mateo, pero sí nos deja constancia muy clara de su enseñanza y que esta se realizó, en gran parte, mediante parábolas. Éstas eran y son un buen modo de llegar a todas las mentes y corazones e, incluso, de tomarnos por sorpresa, haciéndonos caer en la cuenta o, al menos pensar, la realidad, nuestra vida, las situaciones desde otro punto de vista. Y en Jesús se trata de que incorporemos el punto de vista de Dios, cómo su Palabra entra verdaderamente actúa y nos conmueve desde los cimientos. En estas parábolas de hoy se habla, precisamente, de cómo interviene Dios en la historia y las vidas de todos. Esta acción de Dios, dice la parábola del que siembra, es como semilla arrojada en la tierra que desde entonces se deja llevar por el misterioso proceso de la vida. Siguiendo estas reglas, la semilla aprovecha la tierra, el agua, el sol y germina y va creciendo. No se ve realmente cómo –en el caso de la gracia que es la acción divina– pero todo va sucediendo. Como la vida misma, el reino se va abriendo paso y la parábola establece esa hermosa analogía entre la vida misma que nos sustenta de modo maravilloso y que, creemos, tiene su origen y duración apoyadas en Dios, y su intervención decisiva y definitiva. Se nos dice, se nos recuerda, que en nuestra vida de comunión con Cristo, en la Iglesia, mediante la oración, la práctica y celebración sacramental que se concretan en la adhesión personal a cumplir los mandamientos de Cristo, se va realizando y afianzando, de modo misterioso y oculto, el reino de Dios. Este no se identifica con situaciones concretas sino con la Fuerza misma que lo va sustentando y haciendo avanzar. Basados en esto, de momento sabemos que el reino está aquí quedarse, que el poder de Dios lo ha establecido en su Hijo y lo va haciendo crecer en modos y maneras que no conocemos y también que llegará a su fin, a cumplirse según nos ha sido revelado. Aparte esto, el reino sube o baja, aparece o desaparece, da la impresión de estar a punto de cumplirse pero luego retrocede, y así sigue estando presente y actuante aunque siempre en el misterio de la fe y de la acogida de cada uno y de todos de la presencia divina. La segunda parábola habla de la desproporción entre el origen de estas acciones e intervención de Dios en la historia y la vida y sus resultados. Realmente sus inicios son humildes, insignificantes incluso pero en ellos, se nos recuerda, estaba y está toda la fuerza y el poder de Dios que ha elegido ese modo de acercarse a nosotros para darnos todo lo que nos quiere dar, pero sin forzar de ningún modo nuestra aceptación. Pero que nos quede bien claro que todo lo que hacemos desde Cristo y para el reino no se pierde sino que se pone, paradójicamente, del lado correcto de la historia y la vida, que es que acabará prevaleciendo. Nosotros ya vivimos, pues, en esta realidad, si mantenemos la comunión con Cristo y entre nosotros dentro de la iglesia. La situación es precaria –quizá ahora lo parece más que nunca– pero hablamos de la decidida voluntad de Dios, de su verdadero poder y fuerza, que no serán vencidos ni por los poderes de aquí ni por el mal mismo.
Primera lectura: Ezequiel 17, 22-24
Así dice el Señor Dios:
– «Arrancaré una rama del alto cedro y la plantaré.
De sus ramas más altas arrancaré una tierna
y la plantaré en la cima de un monte elevado;
la plantaré en la montaña más alta de Israel,
para que eche brotes y dé fruto
y se haga un cedro noble.
Anidarán en él aves de toda pluma,
anidarán al abrigo de sus ramas.
Y todos los árboles silvestres sabrán
que yo soy el Señor,
que humilla los árboles altos
y ensalza los árboles humildes,
que seca los árboles lozanos
y hace florecer los árboles secos.
Yo, el Señor, lo he dicho y lo haré.»
Segunda lectura: 2Corintios 5, 6-10
Hermanos:
Siempre tenemos confianza, aunque sabemos que, mientras sea el cuerpo nuestro domicilio, estamos desterrados lejos del Señor. Caminamos sin verlo, guiados por la fe.
Y es tal nuestra confianza, que preferimos desterrarnos del cuerpo y vivir junto al Señor.
Por lo cual, en destierro o en patria, nos esforzamos en agradarle.
Porque todos tendremos que comparecer ante el tribunal de Cristo para recibir premio o castigo por lo que hayamos hecho mientras teníamos este cuerpo.
Evangelio: Marcos 4, 26-34
En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente:
– «El reino de Dios se parece a un hombre que echa simiente en la tierra.
Él duerme de noche y se levanta de mañana; la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo. La tierra va produciendo la cosecha ella sola: primero los tallos, luego la espiga, después el grano. Cuando el grano está a punto, se mete la hoz, porque ha llegado la siega.»
Dijo también:
– «¿Con qué podemos comparar el reino de Dios? ¿Qué parábola usaremos? Con un grano de mostaza: al sembrarlo en la tierra es la semilla más pequeña, pero después brota, se hace más alta que las demás hortalizas y echa ramas tan grandes que los pájaros pueden cobijarse y anidar en ellas.»
Con muchas parábolas parecidas les exponía la palabra, acomodándose a su entender. Todo se lo exponía con parábolas, pero a sus discípulos se lo explicaba todo en privado.