Hemos escuchado un fragmento más de este «sermón de la llanura» donde el evangelista Lucas ha reunido parte de la enseñanza de Jesús. El Maestro se servía de la predicación profética (como hace dos domingos), de las palabras de la Ley (domingo anterior) y de la reflexión de los sabios, como hoy. Con total libertad, Jesús se sirve de la tradición bíblica, de la revelación, de la Palabra de Dios para expresar y explicar su propia Palabra. Como Él también dice en Mateo, no vino a destruir esta tradición de revelación sino a darle plenitud, a manifestar a dónde nos lleva y a procurar con todas sus fuerzas (humanas y divinas) que lleguemos allí. De ahí que la primera lectura nos pusiese en contexto para escuchar estas palabras evangélicas. En este caso se trata de un fragmento que habla de discernimiento, de cómo utilizar nuestra razón para distinguir, en la vida y en los demás, lo bueno de lo malo, lo que vale de lo que no. También Jesús habla de esto. En primer lugar, nos recuerda que debemos escoger a un buen guía, que solos nunca llegaremos a nuestra meta y mucho menos si seguimos a un ciego, esto es, a alguien que sabe lo mismo o menos que nosotros. San Juan de la Cruz habló de estos «ciegos» con amplitud y muchísima claridad en su comentario al poema Llama de Amor viva (cfr. LB 3,27ss.). Según él, hay tres ciegos que nos amenazan: el demonio, los malos maestros y nosotros mismos. En este camino de la vida cristiana, del espíritu, es imprescindible que alguien nos ayude, nos conduzca y que sea una persona con ciencia y con experiencia. Y si no es así, pues lo más fácil es que acabemos en algún hoyo, y quiera Dios que sepamos salir de él o encontremos quien nos saque. Necesitamos, sigue Jesús, instrucción, teórica y sobre todo, práctica, esto es, vivir con seriedad el Evangelio (la oración, la relación con Dios en Cristo, cumplir verdaderamente los mandamientos). Y necesitamos también, y con urgencia, saber que todo este aprendizaje y esfuerzo tiene un límite, que solo podemos llegar, como muchísimo, a ser como el mismo Maestro, en su Humanidad. Hoy día, por desgracia, hay algunos que dicen que tenemos que ir más allá de Jesús, que Él solo es un animador, un descubridor de nuestras verdaderas capacidades que aun no sabemos donde pueden llevarnos. Pues no: Jesús es el Hombre por excelencia y querer «superarle» no es sino caer también en otro hoyo. También habla Jesús de cuando aplicamos este discernimiento hacia los demás: lo más prudente es usarlo, primero y siempre, con nosotros mismos. Solo siendo conscientes de nuestras propias vigas y prejuicios al mirar a otros, podremos ayudar, siempre con humildad y sabiendo que no podemos ver el interior de nada, solo discernir a partir de lo que vemos o de sus frutos. Porque, al final, se trata de esto: hay que dar fruto y que sea un fruto bueno. Y para eso no hay más remedio que «ser», que haberse hecho, un árbol bueno, un hombre bueno. Y eso no se improvisa; tampoco se nace simplemente así: un hombre bueno es aquel que tiene un buen corazón de donde le sale el bien. Y ese corazón bueno solo haber sido hecho tal por la escucha y la vivencia real del Evangelio, dejándose guiar por el Maestro Jesucristo.
Primera lectura: Eclo 27, 4-7
No elogies a nadie antes de oírlo hablar.
Lectura del libro del Eclesiástico.
CUANDO se agita la criba, quedan los desechos;
así, cuando la persona habla, se descubren sus defectos.
El horno prueba las vasijas del alfarero,
y la persona es probada en su conversación.
El fruto revela el cultivo del árbol,
así la palabra revela el corazón de la persona.
No elogies a nadie antes de oírlo hablar,
porque ahí es donde se prueba una persona.
Segunda lectura: 1 Cor 15, 54-58
HERMANOS:
Cuando esto corruptible se vista de incorrupción, y esto mortal se vista de inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra que está escrita:
«La muerte ha sido absorbida en la victoria. ¿Dónde está, muerte, tu victoria? ¿Dónde está, muerte, tu aguijón?».
El aguijón de la muerte es el pecado, y la fuerza del pecado, la ley.
¡Gracias a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo!
De modo que, hermanos míos queridos, manteneos firmes e inconmovibles.
Entregaos siempre sin reservas a la obra del Señor, convencidos de que vuestro esfuerzo no será vano en el Señor.
Evangelio: Lc 6, 39-45
EN aquel tiempo, dijo Jesús a los discípulos una parábola:
«¿Acaso puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en el hoyo? No está el discípulo sobre su maestro, si bien, cuando termine su aprendizaje, será como su maestro. ¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que llevas en el tuyo? ¿Cómo puedes decirle a tu hermano: Hermano, déjame que te saque la mota del ojo, sin fijarte en la viga que llevas en el tuyo? ¡Hipócrita! Sácate primero la viga de tu ojo, y entonces verás claro para sacar la mota del ojo de tu hermano.
Pues no hay árbol bueno que dé fruto malo, ni árbol malo que dé fruto bueno; por ello, cada árbol se conoce por su fruto; porque no se recogen higos de las zarzas, ni se vendimian racimos de los espinos.
El hombre bueno, de la bondad que atesora en su corazón saca el bien, y el que es malo, de la maldad saca el mal; porque de lo que rebosa el corazón habla la boca».


