El Evangelista Lucas también nos refiere un sermón, una enseñanza especialmente chocante de Jesús. En él no se llama sermón de la montaña sino de la llanura pero también fue pronunciado ante un gran grupo de discípulos, seguidores e interesados en escuchar a quien, indudablemente, todos consideraban un profeta. Y en esto no defrauda: sus palabras son ciertamente las de los profetas anteriores -la verdadera revelación es tradición, no «adanismo» y el nuevo no ha de reinventarlo todo-, y Jesús repite lo que habían dicho otros, al menos para empezar. Los profetas habían hablado de los «pobres» como de aquellos que se quieren y se saben poner en manos de Dios, es decir, aquellos que realmente comprenden de qué va la alianza (primera lectura). La bendición la recibe quien confía en Dios y quien solo puede confiar en el hombre está abocado a la maldición. Confiar en Dios es como estar asentado en buena tierra, alimentado por las corrientes mismas de la vida. Así describe el profeta a quien vive de verdad la alianza como comunión con Dios. En realidad, el pobre bíblico es el hombre que reconoce su profunda relación con Dios, que sabe y acepta que es criatura y que recibe su ser y su sustento fundamental de Dios. Jesús anuncia esto mismo en sus bienaventuranzas y maldiciones. Se trata aquí de vida y muerte, de salvación o condenación. Dios nos ha hecho verdaderamente libres y Jesús nos pone delante con las palabras más claras posible nuestra elección y que este es el momento de decidir: confiar en Dios es ahora confiar en este hombre, Jesús, y afrontar todo lo que venga junto a Él. Y seguro que no será la abundancia, honores y reconocimiento sino todo lo contrario. Pero Jesús es mucho más que un profeta: en Él está también la realización de la promesa de Dios de sostenernos y alimentarnos con lo mejor de la vida: el perdón, la amistad, el amor verdadero. Y porque así lo quiso Él, y de verdad que la Iglesia lleva todos estos siglos hasta hoy preguntándose por qué, los primeros que van a ver y disfrutar de este cumplimiento son los pobres y necesitados en el más amplio sentido de éstas expresiones. Ciertamente, su ministerio concreto así lo mostró cuando, sin rechazar a nadie, se acercó siempre a todos los necesitados y les ofreció, personalmente a cada uno y según sus circunstancias, la salvación concreta: la curación, la penitencia purificadora, el perdón, fuerzas, ganas y ánimos para seguir en la lucha que vale la pena y que significa recuperar la comunión con Dios y con los demás.
Primera lectura: Jer 17, 5-8
ESTO dice el Señor:
«Maldito quien confía en el hombre,
y busca el apoyo de las criaturas,
apartando su corazón del Señor.
Será como cardo en la estepa,
que nunca recibe la lluvia;
habitará en un árido desierto,
tierra salobre e inhóspita.
Bendito quien confía en el Señor
y pone en el Señor su confianza.
Será un árbol plantado junto al agua,
que alarga a la corriente sus raíces;
no teme la llegada del estío,
su follaje siempre está verde;
en año de sequía no se inquieta,
ni dejará por eso de dar fruto».
Segunda lectura: 1 Cor 15, 12. 16-20
HERMANOS:
Si se anuncia que Cristo ha resucitado de entre los muertos, ¿cómo dicen algunos de entre vosotros que no hay resurrección de muertos?
Pues si los muertos no resucitan, tampoco Cristo ha resucitado; y, si Cristo no ha resucitado, vuestra fe no tiene sentido, seguís estando en vuestros pecados; de modo que incluso los que murieron en Cristo han perecido.
Si hemos puesto nuestra esperanza en Cristo sólo en esta vida, somos los más desgraciados de toda la humanidad.
Pero Cristo ha resucitado de entre los muertos y es primicia de los que han muerto.
Evangelio: Lc 6, 17. 20-26
EN aquel tiempo, Jesús bajó del monte con los Doce, se paró en una llanura con un grupo grande de discípulos y una gran muchedumbre del pueblo, procedente de toda Judea, de Jerusalén y de la costa de Tiro y de Sidón.
Él, levantando los ojos hacia sus discípulos, les decía:
«Bienaventurados los pobres,
porque vuestro es el reino de Dios.
Bienaventurados los que ahora tenéis hambre,
porque quedaréis saciados.
Bienaventurados los que ahora lloráis, porque reiréis.
Bienaventurados vosotros cuando os odien los hombres, y os excluyan, y os insulten y proscriban vuestro nombre como infame, por causa del Hijo del hombre.
Alegraos ese día y saltad de gozo, porque vuestra recompensa será grande en el cielo. Eso es lo que hacían vuestros padres con los profetas.
Pero, ¡ay de vosotros, los ricos,
porque ya habéis recibido vuestro consuelo!
¡Ay de vosotros, los que estáis saciados,
porque tendréis hambre!
¡Ay de los que ahora reís,
porque haréis duelo y lloraréis!
¡Ay si todo el mundo habla bien de vosotros!
Eso es lo que vuestros padres hacían con los falsos profetas».


