Escuchamos hoy lo que fue la última enseñanza de Jesús antes de su Pasión, antes de culminar su Misión con la entrega de su vida. Según san Marcos, Jesús habló también del tema más candente en su época –y en la nuestra–: qué sucederá al final de todo, cómo será el fin del mundo. Según el texto, Jesús se ciñó a la tradición bíblica que hablaba de un gran cataclismo (primera lectura) en medio del cual aparecerá, de modo definitivo, la salvación de Dios para su pueblo. Esto es: la Escritura enseña y Jesús corrobora que este mundo no acabará tras alcanzar la humanidad el paraíso terrenal, la paz universal y la convivencia entre todos los pueblos, naciones, alejados el sufrimiento y el dolor, sino en medio de una gran confrontación, la última, tras la cual el Señor actuará de modo inequívoco y definitivo. El tema se ha abordado siempre en medio de las crisis, desastres y devastaciones sociales que ha atravesado la humanidad y Jesús, sin duda, también lo hace en vísperas del fin de su vida. Él va a desaparecer, va a morir claramente en este mundo y anuncia lo que sucederá cuando comience a cumplirse lo que culmine con esta muerte. En primer lugar, es claro que el mundo que conocemos se desmoronará. De hecho, Jesús comienza este discurso (cfr. Mc 13,1ss.) profetizando el final del Templo de Jerusalén y la ciudad santa: todos estos edificios «serán destruidos, sin que quede piedra sobre piedra». Y la destrucción alcanzará a todo lo que vemos y conocemos: el sol, la luna, las estrellas dejarán de ser el referente que nos asegura cada mañana que todo está en su sitio y dejarán de dar su luz y sostener el firmamento. Todo se desmoronará. Pero todo esto no es más que un escenario, aunque ciertamente terrible, para que todos puedan contemplar al «Hijo del Hombre» que vendrá sobre las nubes «con gran poder y majestad», enviando a los ángeles a reunir a los suyos dondequiera que estén. En el texto no se dice si ésta será la ocasión para que algunos o muchos recapaciten, aunque sí aparece en otros textos como el Apocalipsis (sin demasiada esperanza de que quien no se haya convertido antes lo haga aun en estas circunstancias extremas). Como enseñanza práctica, Jesús aporta esta parábola de la higuera: estos signos anunciarán, de modo cercano, lo que viene. También anuncia que no tardará y, de hecho, estos signos aparecieron y siguen apareciendo, aunque no hasta el extremo de que se derrumbe todo, en cada generación. De hecho, cada generación ve llegar su ocaso, como cada persona, ese fin personal que es anticipo del fin de todas las cosas. Pero también dice que nadie en este mundo conoce ni conocerá el día y la hora, ni siquiera Él, como hombre. Eso está por completo en las manos de Dios. En las nuestras, está y siempre estará el reconocer que este proceso ya está en marcha y reconocer al Hijo del Hombre que viene a cada uno y a todos en las circunstancias agradables y desagradables, que Cristo está siempre con nosotros, todos los días, hasta el final de este mundo.
Primera lectura: Daniel 12, 1-3
Por aquel tiempo se levantará Miguel,
el arcángel que se ocupa de tu pueblo:
serán tiempos difíciles, como no los ha habido
desde que hubo naciones hasta ahora.
Entonces se salvará tu pueblo:
todos los inscritos en el libro.
Muchos de los que duermen en el polvo
despertarán:
unos para vida eterna,
otros para ignominia perpetua.
Los sabios brillarán como el fulgor del firmamento,
y los que enseñaron a muchos la justicia, como las estrellas,
por toda la eternidad.
Segunda lectura: Hebreos 10, 11-14. 18
Cualquier otro sacerdote ejerce su ministerio, diariamente, ofreciendo muchas veces los mismos sacrificios, porque de ningún modo pueden borrar los pecados.
Pero Cristo ofreció por los pecados, para siempre jamás, un solo sacrificio; está sentado a la derecha de Dios y espera el tiempo que falta hasta que sus enemigos sean puestos como estrado de sus pies.
Con una sola ofrenda ha perfeccionado para siempre a los que van siendo consagrados.
Donde hay perdón, no hay ofrenda por los pecados.
Evangelio: Marcos 13, 24-32
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
– «En aquellos días, después de esa gran angustia, el sol se hará tinieblas, la luna no dará su resplandor, las estrellas caerán del cielo, los astros se tambalearán.
Entonces verán venir al Hijo del hombre sobre las nubes con gran poder y majestad; enviará a los ángeles para reunir a sus elegidos de los cuatro vientos, de horizonte a horizonte.
Aprended de esta parábola de la higuera: Cuando las ramas se ponen tiernas y brotan las yemas, deducís que el verano está cerca; pues cuando veáis vosotros suceder esto, sabed que él está cerca, a la puerta. Os aseguro que no pasará esta generación antes que todo se cumpla. El cielo y la tierra pasarán, mis palabras no pasarán, aunque el día y la hora nadie lo sabe, ni los ángeles del cielo ni el Hijo, sólo el Padre.»