«Amad a vuestros enemigos, y rezad por los que os persiguen»

18 Feb 2023 | Evangelio Dominical

El Sermón de la Montaña sigue delineando la «mejoría», el cambio, «lo más», que es, a la vez, cumplimiento y superación de la Ley, paso de la antigua alianza a la nueva. Ya dijimos que se trataba de que Jesús vino –y sigue aquí– para hacer verdad el reino de los cielos, como dice Mateo, para cumplir las promesas de Dios y esto significa que se hagan realidad para cada hombre, hijo creado personalmente por Dios. No se trata de proclamas, actuaciones o leyes, como en nuestros días, que no sirven para nada, sino de cada uno podamos experimentar el amor del Padre, y la redención, esto es, la superación de nuestros miedos y esclavitudes, la libertad. Con este objeto, respetando esencialmente la ley, que se cumplirá hasta la más pequeña «iota», Jesús empezó a proclamar también unas «antítesis», sus añadidos, matices, profundización en la vivencia de la alianza. Las del domingo anterior tenían casi todas que ver con hacer realidad la fraternidad, el amor entre los hombres, el pasar del aprovechamiento de unos por otros o injusticia, al amor, aunque poco a poco y paso a paso. Se trataba como que de establezcamos un muro en cada uno de nosotros para que proteja al otro de nuestro deseo, codicia, odio, juicio, culpabilización. Pero hay más: hay que afrontar al otro, ir hasta el porque la fraternidad no es mera benevolencia. La palabra de Jesús comienza descolocándonos para que nos replanteamos como enfrentar a quien nos quiere agredir, nos pide algo o se quiere aprovechar (o eso pensamos). Como en las otras antítesis, partimos de que el otro, bajo la mirada del Padre, es igual a mi, es mi hermano en potencia, aunque todavía no. La vida no es la guerra y somos responsables unos de otros y se nos invita a no defender a ultranza nuestra posición o derechos o como quiera que entendamos nuestro lugar en el mundo. La Ley consta, sobre todo de límites, barreras a partir de las que peligra la vida y por eso Jesús habla desde esos límites por lo que es preciso tener siempre presente el fin, la meta, que es la comunión plena con Dios y con los demás, como nos recordaba la primera lectura: hemos sido creados y destinados a «ser santos», a ser como Dios mismo es, a participar plenamente de su vida, del amor cierto y verdadero y así es preciso evitar el odio y el desamor a toda costa. Pero hay más: este amor se tiene que extender, como el de Dios, hasta los mismos enemigos, no solo a quienes nos molestan, sino a quienes nos puedan odiar también. Y la razón es la misma siempre: son hijos de Dios como nosotros y el cumplimiento pleno de la voluntad del Padre (o reino de Dios) implica también este empeño. El amar, a menudo, comienza por el rezar por el otro, que es quitarle, delante del Padre común, el halo de malicia que tenga a nuestros ojos así como intentar comprender sus actos y motivaciones o, simplemente, reconocerle su humanidad, que es mi hermano. Lo dicho no implica nunca el «buenismo» que es otro nombre de la mentira. Amar es también reprender, desengañar y probablemente no habrá servicio más grande que abrir los ojos al otro, aun a coste de su «enemistad». Se trata de reconocer la vida y la realidad como son y de trabajar en la dirección hacia la que Jesús mismo nos quiere llevar.

Primera lectura: Levítico 19, 1-2. 17-18

Segunda lectura: 1Corintios  3, 16-23

Evangelio: Mateo 5, 38-48