«A vosotros os llamo amigos»

5 May 2024 | Evangelio Dominical

La Palabra de Dios, especialmente el Evangelio, sigue recordándonos que el efecto de la Pascua que podemos y tenemos que percibir antes que ningún otro es la presencia efectiva, viva, actuante de Jesucristo entre nosotros desde aquella primera mañana de Pascua, primer día de la nueva vida y la nueva creación. Se nos recuerda que el propósito principal del misterio de Pascua fue y es todavía mostrarnos el inmenso amor de Dios, que es nuestro Padre. Vamos, que Dios es amor y que esta realidad no consiste en palabras, deseos o ideas, solo, sino que se ha hecho verdad a través de todos los sufrimientos del Hijo y de los que lo han seguido desde entonces. Dios, el Padre, nos amó y nos envío a su propio Hijo para que en su propio y humano amor nos hiciese comprender y sentir este amor de Dios. La tarea de aquellos que lo hemos visto y creído es permanecer en este amor, hacer de él nuestro principal apoyo en esta vida. Creer en Cristo significa comprender que vivimos dentro de este amor y que para hacerlo efectivo tenemos que guardar sus mandamientos que son el camino concreto de este amor. Así lo ha mostrado Jesús con su propia vida, que ha sido plena obediencia al Padre y manifestación, cumplimiento, de todos estos mandamientos. Amar es vivir según los mandamientos de Dios y de Cristo y equivale a mantenernos en este camino que lleva a la plenitud y a la verdadera alegría. Buena parte de la vida es sufrimiento y esfuerzo pero el amor da pleno sentido a todo ello, nos pone delante en cada gesto de amor, la meta de todo esto, que no es sino compartir la misma vida de Dios en la eternidad junto con aquellos que hemos querido. Jesús lo decía claramente: su verdadero mandamiento es que nos amemos como nos vemos y sabemos amados por Él. Y este amor suyo es de Alguien que ha dado su vida por quienes considera amigos, por nosotros, a quienes conoce porque nos creó y ahora nos ha redimido. Como todo en la fe cristiana, primero se trata de recibir: Cristo nos llama amigos, ya no somos siervos ni súbditos ni fieles, aunque también. Pero por encima de todo, nos llama amigos, lo cual, es un regalo, pero como todos los verdaderos regalos, vienen con una invitación al esfuerzo y a la entrega. La amistad es una relación recíproca y Dios, en Cristo, se ha puesto al alcance en ella. Nos ha dado tanto en su Hijo, y a Él mimo, que nos ha hecho de la familia, nos ha adoptado como hijos para que podamos ser hermanos. Pero la dimensión de «amigo» incluye también la libertad: que tenemos que salir de nosotros mismos para dejarnos encontrar y encontrarle, para dialogar libremente con Él y hacer crecer esta amistad a base de escucha y de fidelidad a su Palabra. Perseverando, permaneciendo, profundizando esta amistad, conocemos los más altos misterios de Dios, quién es y cómo es nuestro apoyo, nuestro presente y nuestro futuro. No hay secretos ya si realmente nos abrimos a esta amistad que nos reconstruye y nos introduce en la confianza mayor que existe. No hemos llegado aquí por casualidad o por comprar o hacer esto o lo otro sino porque hemos sido elegidos personalmente, por nombre, y en esto se basa en su raíz la amistad. Y como toda amistad, como todo amor, su propósito es dar fruto, esto es, obtener efectivamente cada uno lo mejor de la vida que no son los bienes sino la verdadera confianza que dan el amor auténtico y la amistad que permite avanzar con seguridad en la vida. Solo este amor, esta amistad fundan la comunidad cristiana, experiencia ya y anticipo del mundo nuevo que está ya aquí y que viene con toda su fuerza.

Primera lectura: Hechos de los apóstoles  10, 25-26. 34-35. 44-48

Segunda lectura: 1Juan 4, 7-10

Evangelio: Juan 15, 9-17