La Palabra de Dios, especialmente el Evangelio, sigue recordándonos que el efecto de la Pascua que podemos y tenemos que percibir antes que ningún otro es la presencia efectiva, viva, actuante de Jesucristo entre nosotros desde aquella primera mañana de Pascua, primer día de la nueva vida y la nueva creación. Se nos recuerda que el propósito principal del misterio de Pascua fue y es todavía mostrarnos el inmenso amor de Dios, que es nuestro Padre. Vamos, que Dios es amor y que esta realidad no consiste en palabras, deseos o ideas, solo, sino que se ha hecho verdad a través de todos los sufrimientos del Hijo y de los que lo han seguido desde entonces. Dios, el Padre, nos amó y nos envío a su propio Hijo para que en su propio y humano amor nos hiciese comprender y sentir este amor de Dios. La tarea de aquellos que lo hemos visto y creído es permanecer en este amor, hacer de él nuestro principal apoyo en esta vida. Creer en Cristo significa comprender que vivimos dentro de este amor y que para hacerlo efectivo tenemos que guardar sus mandamientos que son el camino concreto de este amor. Así lo ha mostrado Jesús con su propia vida, que ha sido plena obediencia al Padre y manifestación, cumplimiento, de todos estos mandamientos. Amar es vivir según los mandamientos de Dios y de Cristo y equivale a mantenernos en este camino que lleva a la plenitud y a la verdadera alegría. Buena parte de la vida es sufrimiento y esfuerzo pero el amor da pleno sentido a todo ello, nos pone delante en cada gesto de amor, la meta de todo esto, que no es sino compartir la misma vida de Dios en la eternidad junto con aquellos que hemos querido. Jesús lo decía claramente: su verdadero mandamiento es que nos amemos como nos vemos y sabemos amados por Él. Y este amor suyo es de Alguien que ha dado su vida por quienes considera amigos, por nosotros, a quienes conoce porque nos creó y ahora nos ha redimido. Como todo en la fe cristiana, primero se trata de recibir: Cristo nos llama amigos, ya no somos siervos ni súbditos ni fieles, aunque también. Pero por encima de todo, nos llama amigos, lo cual, es un regalo, pero como todos los verdaderos regalos, vienen con una invitación al esfuerzo y a la entrega. La amistad es una relación recíproca y Dios, en Cristo, se ha puesto al alcance en ella. Nos ha dado tanto en su Hijo, y a Él mimo, que nos ha hecho de la familia, nos ha adoptado como hijos para que podamos ser hermanos. Pero la dimensión de «amigo» incluye también la libertad: que tenemos que salir de nosotros mismos para dejarnos encontrar y encontrarle, para dialogar libremente con Él y hacer crecer esta amistad a base de escucha y de fidelidad a su Palabra. Perseverando, permaneciendo, profundizando esta amistad, conocemos los más altos misterios de Dios, quién es y cómo es nuestro apoyo, nuestro presente y nuestro futuro. No hay secretos ya si realmente nos abrimos a esta amistad que nos reconstruye y nos introduce en la confianza mayor que existe. No hemos llegado aquí por casualidad o por comprar o hacer esto o lo otro sino porque hemos sido elegidos personalmente, por nombre, y en esto se basa en su raíz la amistad. Y como toda amistad, como todo amor, su propósito es dar fruto, esto es, obtener efectivamente cada uno lo mejor de la vida que no son los bienes sino la verdadera confianza que dan el amor auténtico y la amistad que permite avanzar con seguridad en la vida. Solo este amor, esta amistad fundan la comunidad cristiana, experiencia ya y anticipo del mundo nuevo que está ya aquí y que viene con toda su fuerza.
Primera lectura: Hechos de los apóstoles 10, 25-26. 34-35. 44-48
Cuando iba a entrar Pedro, salió Cornelio a su encuentro y se echó a sus pies a modo de homenaje, pero Pedro lo alzó9 diciendo:
–«Levántate, que soy un hombre como tú.»
Pedro tomó la palabra y dijo:
– «Está claro que Dios no hace distinciones; acepta al que lo teme y practica la justicia, sea de la nación que sea.»
Todavía estaba hablando Pedro, cuando cayó el Espíritu Santo sobre todos los que escuchaban sus palabras.
Al oírlos hablar en lenguas extrañas y proclamar la grandeza de Dios, los creyentes circuncisos, que habían venido con Pedro, se sorprendieron de que el don del Espíritu Santo se derramara también sobre los gentiles.
Pedro añadió:
– «¿Se puede negar el agua del bautismo a los que han recibido el Espíritu Santo igual que nosotros?»
Y mandó bautizarlos en el nombre de Jesucristo.
Le rogaron que se quedara unos días con ellos.
Segunda lectura: 1Juan 4, 7-10
Queridos hermanos:
Amémonos unos a otros, ya que el amor es de Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios.
Quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es
amor.
En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios envió al mundo a su Hijo único, para que vivamos por medio de él.
En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y nos envió a su Hijo como víctima de propiciación por nuestros pecados.
Evangelio: Juan 15, 9-17
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
– «Como el Padre me ha amado, así os he amado yo; permaneced en mi amor.
Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; lo mismo que yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor.
Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud.
Éste es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado.
Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos.
Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando.
Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor: a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer.
No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto dure.
De modo que lo que pidáis el Padre en mi nombre os lo dé.
Esto os mando: que os améis unos a otros.»