La gran Fiesta de Pentecostés, aunque trate de la venida y permanencia del Espíritu Santo a su iglesia, para cada de unos de los creyentes que la formamos (primera lectura), en realidad no va de “asuntos espirituales” sino de la verdad profunda de la fe cristiana. El Don del Espíritu es la conclusión de la historia humana de Jesús, quien vino como hombre y vivió mostrando el verdadero rostro de Dios, su Padre, entregó por completo su vida al Padre por todos para poder, al volver a Él, compartir con sus hermanos en la carne el mismísimo impulso vital de Dios, su Espíritu de vida. Los Evangelios nos van mostrando la estrechísima relación entre la humanidad de Cristo y el Espíritu: es decisivo en la encarnación, en el comienzo de la misión del Mesías y en su desarrollo, desde el Bautismo. El Espíritu de Dios que residen en Jesús como en su casa es quien conforma y muestra, en cada instante de su vida, la entrega humana de Jesús como obediencia al Padre.
Después de la Ascensión, era cuestión de tiempo que este aliento de vida, principio de luz y santidad, descendiese sobre todos los creyentes en Cristo, a quienes había dejado preparados y expectantes. No era un premio, sino la continuación o el verdadero comienzo de una tarea en la misma línea de la emprendida por Jesús durante su vida terrena. De hecho, el texto insiste en la condición de Don del Espíritu y también en que se tiene que abrir paso en el lugar donde le esperan los discípulos. Menos mal que estaba María, que lo conocía bien y seguramente que pudo comunicar qué es lo que estaba pasando y que tenían que abrir el corazón, la mente, la vida y disponerse al trabajo y la inmensa actividad al que les iba a conducir este instante de pasividad y recepción del mayor regalo personal de Dios. El Espíritu, don intangible, proyecta carne y vida de los discípulos hacia los demás, para dar este urgente testimonio, los pone en movimiento desde aquel momento y hasta ahora. Pentecostés se ha repetido y repetirá las veces que sean necesarias para mantener a cada discípulo en el camino de la obediencia al Padre y la misión encomendada por el Hijo. Así lo mostraba el Evangelio: cada encuentro con Cristo, en la Iglesia, cada celebración en la fe, es una constatación y repetición del Inmenso Don del Espíritu que da vida, luz, perdón, esperanza y fuerzas para vivir y testimoniar el Evangelio que es Jesucristo.
Primera Lectura
Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles 2, 1-11
Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en el mismo lugar. De repente, un ruido del cielo, como de un viento recio, resonó en toda la casa donde se encontraban. Vieron aparecer unas lenguas, como llamaradas, que se repartían, posándose encima de cada uno. Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar en lenguas extranjeras, cada uno en la lengua que el Espíritu le sugería.
Se encontraban entonces en Jerusalén judíos devotos de todas las naciones de la tierra. Al oír el ruido, acudieron en masa y quedaron desconcertados, porque cada uno los oía hablar en su propio idioma.
Enormemente sorprendidos, preguntaban:
–«¿No son galileos todos esos que están hablando? Entonces, ¿cómo es que cada uno los oímos hablar en nuestra lengua nativa?
Entre nosotros hay partos, medos y elamitas, otros vivimos en Mesopotamia, Judea, Capadocia, en el Ponto y en Asia, en Frigia o en Panfilia, en Egipto o en la zona de Libia que limita con Cirene; algunos somos forasteros de Roma, otros judíos o prosélitos; también hay cretenses y árabes; y cada uno los oímos hablar de las maravillas de Dios en nuestra propia lengua.»
Segunda Lectura
Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios 12, 3b-7. 12-13
Hermanos:
Nadie puede decir: «Jesús es Señor», si no es bajo la acción del Espíritu Santo.
Hay diversidad de dones, pero un mismo Espíritu; hay diversidad de ministerios, pero un mismo Señor; y hay diversidad de funciones, pero un mismo Dios que obra todo en todos. En cada uno se manifiesta el Espíritu para el bien común.
Porque, lo mismo que el cuerpo es uno y tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, a pesar de ser muchos, son un solo cuerpo, así es también Cristo.
Todos nosotros, judíos y griegos, esclavos y libres, hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo. Y todos hemos bebido de un solo Espíritu.
Evangelio
+ Lectura del santo evangelio según san Juan 20, 19-23
Al anochecer de aquel día, el día primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo:
–«Paz a vosotros.»
Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió:
–«Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo. »
Y, dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo:
–«Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos. »