La celebración de que hemos conocido y nos relacionamos con el verdadero rostro de Dios (su ser Trino) nos lleva hoy a esta fiesta de su cercanía efectiva, en la carne, en el Sacramento de la Eucaristía. Jesús, Palabra viva de Dios no solo vino y vivió entre nosotros sino que se quiso quedar para acompañarnos, haciendo ver y saber que su redención ha cambiado verdaderamente la realidad, para sostener y guiar a su Iglesia hasta que Él vuelva. Esta presencia y real cercanía de Dios fue uno de los frutos de la Alianza. La tienda del Encuentro, primero, el Templo después, significaban que es Dios vivo quien ha buscado y reunido a los suyos, y que pueden encontrar, con solo volver la vista al Templo, las ganas e ilusión de vivir, de luchar por ser mejores, por alejar la injusticia de entre ellos, de mantenerse siempre alerta contra el mal que puede hacer presa en el corazón. Esta presencia divina única se vive especialmente en el culto (primera lectura): sacerdotes llamados paa ello llevan a presencia de Dios las ofrendas que significan el amor, la fe y el respeto del pueblo junto con sus deseos, peticiones y hasta sentimientos, como nos testimonia el libro de los Salmos. Jesús, Palabra viva de Dios hecha carne, resumió y llevó a su plenitud esta presencia divina, ante todo con su misma persona. El es el nuevo Templo, la nueva Ley, el Lugar del encuentro único y pleno entre Dios y el hombre, y ya no solo con Israel, sino con todos los que poblamos este mundo. Para mantener vivo todo esto tras su muerte, para mantener su presencia “carnal” y no solo espiritual (mediante el Espíritu), Jesús reunió a los suyos por última vez, para la Pascua, para despedirse de ellos y en esa cena identificó el pan que se partía y repartía con su propio cuerpo –su presencia– y una de las copas –quizá la de la acción de gracias– con su propia sangre y vida. Este mismo cuerpo y esta misma sangre fue los que entregó poco después para salvación de todos, así que aquellas palabras suyas fueron correctamente entendidas como el mejor modo de hacer presente, de revivir su vida y su misterio, su verdadera realidad como Hijo de Dios y Redentor. Esta cena fue la última de muchos otros banquetes donde Jesús se reunió con los indeseables religiosamente de su tiempo para hacerles llegar el amor del Dios y también de esas multiplicaciones como la que narraba el Evangelio. Como iglesia, nos alimentamos y ofrecemos a los demás del Cuerpo de Cristo. Jesús toma lo nuestro, lo que hay, y lo hace llegar a todos, transformado en Él porque, en realidad, Él es el alimento, la vida, la salvación, el perdón de los pecados, la vida nueva que nos regala Dios.
Primera Lectura
Lectura del libro del Génesis 14, 18-20
En aquellos días, Melquisedec, rey de Salem, ofreció pan y vino. Era sacerdote del Dios Altísimo. Y bendijo a Abrahán diciendo:
–Bendito sea Abrahán de parte del Dios Altísimo, que creó el cielo y la tierra.
Y bendito sea el Dios Altísimo que ha entregado tus enemigos a tus manos.
Y Abrahán le dio el diezmo de todo.
Segunda Lectura
Lectura de la primera carta del Apóstol San Pablo a los Corintios 11, 23-26
Hermanos:
Yo he recibido una tradición, que procede del Señor y que a mi vez os he transmitido:
Que el Señor Jesús, en la noche en que iban a entregarlo, tomó un pan y pronunciando la Acción de Gracias, lo partió y dijo:
«Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros. Haced esto en memoria mía.»
Lo mismo hizo con la copa después de cenar, diciendo:
«Esta copa es la nueva alianza sellada con mi sangre; haced esto cada vez que bebáis, en memoria mía.»
Por eso, cada vez que coméis de este pan y bebéis de la copa, proclamáis la muerte del Señor, hasta que vuelva.
Evangelio
+ Lectura del santo Evangelio según San Lucas 9, 11b- 17
En aquel tiempo, Jesús se puso a hablar a la gente del Reino de Dios, y curó a los que lo necesitaban.
Caía la tarde y los Doce se le acercaron a decirle:
–Despide a la gente que vayan a las aldeas y cortijos de alrededor a buscar alojamiento y comida; porque aquí estamos en descampado.
El les contestó:
–Dadles vosotros de comer.
Ellos replicaron:
–No tenemos más que cinco panes y dos peces; a no ser que vayamos a comprar de comer para todo este gentío. (Porque eran unos cinco mil hombres.)
Jesús dijo a sus discípulos:
–Decidles que se echen en grupos de unos cincuenta.
Lo hicieron así, y todos se echaron.
El, tomando los cinco panes y los dos peces, alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición sobre ellos, los partió y se los dio a los discípulos para que se los sirvieran a la gente. Comieron todos y se saciaron, y cogieron las sobras: doce cestos.