En este octavo día de la novena, contemplamos a María como modelo de vida consagrada, como aquella que consagró todo su ser al Señor desde un “sí” pronunciado en fe y renovado en cada etapa de su camino. Su vida entera es una oblación, un ofrecimiento silencioso, firme y total al querer de Dios.
Para nosotros, carmelitas y miembros de la gran familia del Carmelo, María es la primera consagrada, la que vivió la pobreza confiada, la obediencia generosa y la virginidad fecunda. En ella, descubrimos que la consagración no es renuncia vacía, sino plenitud de amor.
Consagrados como María
Santa Teresa animaba a sus hijas a parecerse a la Virgen “en alguna cosita”, y desde ahí se comprende que la vida consagrada en el Carmelo es profundamente mariana: vida de silencio y adoración, de trabajo escondido y servicio alegre, de búsqueda constante del rostro de Dios.
María no fue consagrada solo por un acto externo, sino porque vivió cada instante en referencia a Dios, con una disponibilidad absoluta. Su “hágase” no fue una palabra aislada, sino una actitud permanente. En ella, todo es de Dios, y todo lleva a Dios.
Una consagración para la Iglesia y el mundo
En un mundo que corre, compite y olvida, María nos recuerda la belleza de la entrega silenciosa, la fuerza del amor sin protagonismo, la fecundidad de una vida ofrecida sin medida. Su presencia en la Iglesia es discreta pero imprescindible: madre, intercesora, maestra.
Pidamos hoy por todos los consagrados y consagradas del Carmelo y de toda la Iglesia: que María los sostenga en la fidelidad, los inspire en la entrega y los guíe siempre hacia su Hijo.
Oración del día
Virgen del Carmen,
Madre y modelo de vida consagrada,
tú que ofreciste tu vida entera al servicio del Reino,
enséñanos a vivir como tú:
con fe firme, corazón disponible
y alma abierta a la voluntad de Dios.
Sostén la vocación de tantos hermanos y hermanas,
y haz de cada consagrado
una lámpara encendida ante Cristo.
Amén.


