Esta fiesta de la Santísima Trinidad que celebramos hoy nos recuerda quién es el Dios verdadero, Uno y Trino, Padre, Hijo y Espíritu Santo, que se nos ha plenamente revelado después de las Misiones del Hijo y del Espíritu. Esta edad de la Iglesia no es solo la era del Espíritu como defendieron algunos en la historia y ahora defienden otros, como si el Espíritu Santo se hubiese «independizado» y dirigiese la iglesia a su cuenta y riesgo, poniendo entre paréntesis la obra y revelación del Padre y el Hijo y escuchando y manifestándose solo a ciertos iluminados de la «élite» eclesial que tienen el encargo de «adaptar» o interpretar la misma Palabra de Dios a unos signos de los tiempos que poco tienen que ver con ella y que, incluso, aspiran a contradecirla. Pero el Evangelio nos recordaba que la Misión y obra del Espíritu no son sino el desarrollo legítimo de la obra y Misión de Cristo, el Hijo. El Espíritu no hablará por su cuenta sino de lo que oye en el seno mismo de la Trinidad y nos guiará hasta lo que tiene que venir y, sobre todo, a la verdad plena, al Fin al que Dios mismo nos destinó y no solo nos llama en Cristo sino que mediante el Espíritu nos lleva a ella, a través de todas las circunstancias de la historia y de cada una de nuestras vidas. Desde estos mismos inicios, desde el mismo Cenáculo, recibió la Iglesia está revelación: que el Dios de Jesús, el Dios verdadero es Uno, como se manifestó en la primera alianza pero también el Padre, el Hijo y el Espíritu que manifestó Cristo y que ratificó y ratifica cada día el Espíritu. Recordamos hoy que esta revelación trata de la Verdad y no de ideas, suposiciones o especulaciones humanas sobre Dios, que siempre habido y siempre habrá. Jesús era y es y será siempre el Hijo de Dios y en su Encarnación, vida, enseñanza, muerte, Resurrección y Ascensión vino a manifestar que el Dios Único revelado a Israel es su Padre, hecho también gracias a su vida y entrega, Padrenuestro. Gracias también a toda esa historia suya, de entrega, sacrificio y revelación, ha sido constituido Sumo Sacerdote, encuentro radical entre Dios y cada uno de nosotros. Es el Hijo y desde entonces es también nuestro Hermano. Y aun ha habido mucho más: Padre e Hijo nos enviaron al Espíritu Santo para mantener todo esto vivo haciendo morada en nosotros, «inhabitándonos» como se suele decir. Se reveló, manifestó e hizo posible así, por fin el gran deseo de Dios de hacernos santos como Él mismo es Santo (en términos de la Antigua Alianza) o perfectos como el Padre es perfecto (lenguaje de la Nueva Alianza). Y cualquiera que se empeñe con todo su ser (alma y cuerpo) a acoger esta revelación y Verdad, a seguir al Hijo hecho hombre, ayudado decisivamente e impulsado por el Espíritu, se encontrará con el Padre, el Hijo y el mismo Espíritu viviendo dentro de él, acompañándonos en esta existencia terrena hasta que pueda introducirnos, para siempre, en la otra. En este año estamos celebrando el 1700 aniversario del Concilio de Nicea que ratificó y expresó según el pensamiento de aquel momento esta verdad sostenida en la Iglesia desde siempre y para siempre. Aprovechemos para conocer y, sobre todo, para vivir más en profundidad nuestra fe que nos comunica directamente con el Dios verdadero que es Padre, Hijo y Espíritu Santo.


