Entre las páginas más encendidas de Santa Teresa de Jesús se encuentran sus Exclamaciones del alma a Dios, una obra breve en extensión pero inmensa en hondura. En ellas la Santa se muestra como auténtica maestra de oración, no desde la cátedra de la teoría, sino desde la experiencia directa y probada de quien vive en continua relación con el Señor.
Orar con todo el ser
Las Exclamaciones nacen en los momentos más intensos de la vida interior teresiana, cuando la cercanía de Dios o su aparente ausencia conmueven hasta lo más profundo. Teresa no recita fórmulas: ora con todo el ser, dejando que su pensamiento, su afecto y su deseo se unan en un mismo movimiento hacia el Amado. Cada exclamación es un latido que enseña que la oración es diálogo, encuentro y entrega.
Pedagogía del amor
En estas páginas, Teresa enseña a orar como se aprende a amar: con sinceridad, con perseverancia, sin miedo a expresar las propias pobrezas. Es una escuela en la que se aprende que la oración no siempre es sosiego, sino también lucha, desierto y espera. “¿Qué haré yo, Señor, para no olvidarme de Vos?”, clama, recordándonos que la oración comienza por el deseo ardiente de permanecer en su presencia.
La oración como intercesión
La Santa no se encierra en su mundo interior: cada exclamación se abre a la realidad del prójimo. Su diálogo con Dios se convierte en súplica por la Iglesia, por los que sufren, por quienes viven lejos de la fe. Así enseña que orar no es aislarse, sino dejar que el corazón se dilate hasta abrazar el dolor y la esperanza de todos.
Escuela para hoy
Cinco siglos después, las Exclamaciones siguen siendo una guía para quienes quieren aprender a orar desde la autenticidad. Teresa nos muestra que la oración es camino de transformación, donde Dios toma la iniciativa y el orante se deja moldear. Su magisterio no está en técnicas complicadas, sino en enseñar a ponerse ante Dios con verdad y dejar que Él haga el resto.
En las Exclamaciones, la maestra de oración que es Teresa nos toma de la mano para llevarnos al centro mismo del diálogo de amor que sostiene y transforma la vida. Ahí, donde las palabras se convierten en silencio fecundo, resuena su lección más grande: “Nada te turbe, nada te espante… quien a Dios tiene nada le falta”.


