Duruelo: el origen humilde de una gran llama. Crónica teresiana del nacimiento del Carmelo descalzo masculino

27 Nov 2025 | Aventuremos la Vida

Con la fundación del convento de Duruelo, Santa Teresa de Jesús dio un paso decisivo en la expansión de la Reforma del Carmelo. Fue el 28 de noviembre de 1568 cuando, en una aldea perdida de Castilla, nació la primera comunidad de frailes carmelitas descalzos, punto de partida de una transformación espiritual que marcaría profundamente la historia de la Iglesia.

Un deseo largo gestado en el corazón de Teresa

La idea de una rama masculina reformada acompañaba a Teresa desde el inicio de su obra fundacional. Ella misma había percibido que “aunque no soy para enseñar a los hombres, soy mujer, sí querría que la oración fuese estimada” (Camino de perfección 1,2). No se trataba de imponerse, sino de que también los frailes pudieran vivir con radicalidad el espíritu de la Regla primitiva: pobreza, oración, fraternidad.

En el capítulo 13 de su Libro de las Fundaciones, Teresa narra cómo este anhelo tomó forma cuando encontró a dos frailes dispuestos a abrazar la vida reformada: fray Antonio de Jesús, prior entonces en Medina del Campo, y fray Juan de la Cruz, joven carmelita lleno de celo contemplativo. Dice Teresa:

“Era el Padre Fray Antonio hombre espiritual y dado a la oración, muy celoso de la religión y muy enemigo de relajación, y amigo de lo que le parecía perfección” (F 13,2).

Sobre fray Juan, recordará:

“Era muy nuevo religioso… con grandísimo deseo de más perfección y penitencia” (F 13,4).

Una fundación sin medios, pero con mucha fe

Cuando un bienhechor, don Rafael, ofreció una casa en Duruelo, los planes se aceleraron. El lugar era pobre, remoto, incómodo. Pero Teresa no dudó. Le bastaba que fuera “apartado del mundo y que tuviesen soledad”. En el capítulo 14 narra:

“Era una casita muy pequeña, ruin y húmeda, más de paja que de otra cosa; mas nos pareció bien, por ser tan solitario el lugar y propio para oración…”.

Allí, en condiciones austeras —una sola celda común, un altar improvisado, sin muebles ni comodidades—, comenzaron su vida los dos primeros descalzos. Fray Antonio y fray Juan lo prepararon todo con humildad y entusiasmo. Alguien bromeó con que fray Antonio sólo llevó “cinco relojes” para marcar las horas del rezo; símbolo de su deseo de regularidad, pero también de la ligereza espiritual con que abrazaban la pobreza.

Santa Teresa relata con humor y admiración:

“No tenía la casa aún puerta a la calle, sino que entraban por una escalera de madera… Y allí comenzaron a vivir muy pobremente, como verdaderos descalzos” (F 14,3).

Una vida nueva: radicalidad, contemplación y gozo

Lo que podría parecer una penuria era para ellos motivo de gozo. El deseo de vivir entregados totalmente a Dios convertía cada dificultad en una bendición. Como escribió Teresa en otra ocasión:

“No está la cosa en pensar mucho, sino en amar mucho” (Vida 40,1).

En Duruelo, los primeros frailes practicaban ayuno, oración continua, silencio, y la vida comunitaria fraterna con gran alegría. Pronto se unieron nuevos vocaciones y la casa quedó pequeña. Teresa no se cansaba de repetir que lo esencial era:

“Estar muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama” (Vida 8,5).

Ese espíritu de intimidad con Dios, de absoluta confianza, era lo que alimentaba la vida de los frailes. El “desasimiento del mundo” se vivía como libertad y plenitud, y el sufrimiento era asumido como participación en el amor crucificado.

“Poco me parece lo que se sufre por quien tanto se nos dio” (Camino 27,13).

Duruelo: pequeña casa, gran fuego

La fundación de Duruelo no fue noticia en la corte ni en las grandes ciudades, pero encendió una llama que recorrería España y más allá. Desde esa pequeña casa surgieron las vocaciones que poblarían los conventos de Mancera, Pastrana, El Calvario, Granada, Segovia… Teresa, en su mirada profética, lo intuyó:

“¡Oh gran Dios! ¿Cómo os dejáis vencer de unos pocos hombres flacos?… ¡Oh Señor mío, cómo os contentáis con poco!” (F 14,4).

La grandeza de Duruelo no estaba en la arquitectura, ni en los medios humanos, sino en la pureza del corazón con que aquellos hombres se entregaron al ideal del Carmelo. Como resumiría más adelante fray Juan de la Cruz:

“A la tarde te examinarán en el amor; aprende a amar como Dios quiere ser amado”.

Legado de Duruelo para hoy

Hoy, siglos después, Duruelo sigue siendo símbolo del comienzo humilde, del coraje evangélico y de la fidelidad a una vocación que apuesta todo por Cristo. El Carmelo descalzo masculino tiene en esa casa de adobe y oración su Belén y su Cenáculo.

Volver a Duruelo es volver a las fuentes: a la radicalidad evangélica, al deseo ardiente de Dios, a la confianza en la Providencia. Como decía Teresa:

“Solo Dios basta” (Poesía 9).

Que al recordar esta fundación primera, los hijos e hijas del Carmelo encuentren inspiración para seguir ofreciendo, desde la pequeñez, un testimonio de amor, oración y comunión, allí donde el Espíritu los lleve.