Santa Teresa fue canonizada por el papa Gregorio XV en Roma el día 12 de marzo del año 1622, hace exactamente cuatro siglos, junto con otros cuatro santos: Ignacio de Loyola, Francisco Javier, Isidro Labrador y Felipe Neri. En la bula Omnipotens sermo Dei quedó fijado el sentido de la definición dogmática y de la que ofrezco las palabras más significativas.
“A honra y gloria de Dios y de la individua Trinidad, exaltación y aumento de la fe católica, por la autoridad y omnipotencia del misericordioso Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo […] definimos que la bienaventurada Teresa, Virgen […], por cuya santidad y virtudes […], es gloriosa y alabada. Por lo cual […] definimos y determinamos que se debe poner, asentar y numerar en el catálogo y número de las santas vírgenes […]”. En la fórmula de la canonización de los cinco santos se incluía a Teresa de Jesús y Ahumada, natural de Avila, Fundadora de la Orden de Carmelitas Descalzos. En otros documentos anteriores y posteriores se referían a la acción de la madre Teresa como “Fundadora de la Reforma” de las/os carmelitas descalzas/os. A partir del año 1594 se puede considerar a su “Reforma” como una “Orden”. Canonizar, en la Iglesia católica, significa poner como “norma” de vida a los canonizados con absoluta seguridad.
El solemne acto realizado en la basílica de San Pedro en el Vaticano significa poca cosa en comparación con la preparación remota que duró años. En el caso de santa Teresa, comenzaron los “procesos” de beatificación y canonización en la diócesis de Salamanca el año 1591 y culminaron en Roma fundamentalmente en 1611 y los últimos preparativos, ya cercanos a la canonización. Para que el lector aprecie los trabajos realizados -lo tome el lector como una aproximación no matemática- los tribunales se formaron en 26 pueblos y ciudades de España y testificaron unos 751 testigos, entre ellos 222 carmelitas descalzas y 22 frailes descalzos, y representantes de varias órdenes religiosas, sacerdotes y laicos/as. Todo ese rico material histórico ha sido publicado, por última vez, el año 2015, en la Editorial Monte Carmelo de Burgos en 6 gruesos volúmenes. A la canonización, le precedió la beatificación proclamada en Roma por el papa Paulo V el 24 de abril de 1614.
¿Qué imagen de santa nos ofrecen los Procesos? Recuerdo que los testigos respondían a un cuestionario preparado por personas especializadas y solo excepcionalmente algunos se salían del marco y presentaban un retrato propio de la candidata a beata o santa. Por curiosidad, he revisado las respuestas de los testigos y casi se centran en dos capítulos de su vida: las “virtudes” que ha practicado la candidata, sobre todo la obediencia, la castidad, la pobreza, la humildad, la fortaleza y paciencia ante las adversidades de la vida y las enfermedades, así como la vida de oración, la práctica de las virtudes teologales, fe, esperanza y caridad, los abundantes dones carismáticos, y poco más. Y un segundo capítulo sobre los “milagros”, tan abundantes, algunos tan espectaculares: sanaciones de cuerpo y alma (conversiones a la fe católica, a la vida religiosa…), dominio sobre la naturaleza, el cuerpo totalmente incorrupto durante decenios, etc. Y todo ello colaborando a la “fama de santidad” durante su vida y, mucho más abundante, después de su muerte.
Si nosotros, lectores del siglo XXI, nos atuviésemos solo a los materiales reunidos en esa riquísima colección de los Procesos nos quedaríamos con una visión demasiado parcial y pobre de santa Teresa, que es, humana y cristianamente, mucho más rica, como vamos a ver a continuación; descubre solo una dimensión de la personalidad de la protagonista: la que configura su “santidad” según los cánones establecidos por la tradición hagiográfica desde casi los mismos orígenes del cristianismo y muy enriquecida en la edad media. Por mi cuenta y riesgo completo este dibujo estrecho y presento a Teresa en otras facetas que la acercan más a su realidad histórica y la hacen más compañera de camino de los creyentes de nuestro tiempo. Y diría también que la acerca más a los que la estudian desde una perspectiva científica.
En primer lugar, admiro en Teresa su conciencia de sentirse mujer y gozar siéndolo en una sociedad machista y en una Iglesia androcéntrica, aunque a veces reniega de su condición por no poder servir a la sociedad y a la Iglesia como quisiera y lo hacen los varones. He descubierto en ella, y lo trasmite en sus escritos una hermosa condición: que obra con total libertad, criticando, si procede, a los varones amigos o adversarios, gente sabia y santa. Y lo más asombroso: critica en ocasiones a la misma Inquisición (¡!) por su ojeriza contra las mujeres místicas y por prohibir libros de espiritualidad de autores sabios y santos. El hecho hace historia en los anales de la Iglesia de su tiempo. La valentía de ese comportamiento se funda en que sus escritos eran reservados a un grupo selecto de lectoras y lectores a revisar por censores amigos. Esa libertad no la pudieron poner en evidencia ni los primeros biógrafos ni los autores del “rótulo” a presentar a los testigos de la canonización, sino la “virtud de la obediencia” y la sumisión a la Iglesia.
Entre las virtudes “humanas” y cristianas practicadas por Teresa y que dibujan un alma buena y santa encuentro su amor y defensa de la verdad y su repulsa de la mentira; ella confiesa que “aborrecía el mentir” (Vida, 40, 4). Un hecho clamoroso lo encuentro en sus relaciones con el padre Gracián sospechando que no le ha dicho “toda la verdad” y se lo reprendió (Carta de Alcalá a Valladolid, 18-VII-1579, n. 7). Y cuidaba mucho de que las candidatas a monjas no fuesen mentirosas y, sabiéndolo, no las admitía en sus conventos o las expulsaba después de admitidas. Otra hermosa condición natural y cristiana es que no se ofendía por los juicios negativos sobre su persona, ni siquiera le dolían las calumnias, algunas muy graves y absurdas, sobre todo en tiempos de la “guerra entre hermanos”, los frailes calzados contra los descalzos. Lamenta y le duelen más las calumnias y persecuciones contra su Reforma de la orden.
Dicen los testigos que nunca hablaba mal de nadie y no permitía que otros lo hiciesen en su presencia. Los testigos recuerdan su delicadeza de trato, su “ternura”. Aunque de joven se descubre como de corazón duro, con la edad se fue transformando en muy sensible al dolor ajeno hasta derramar lágrimas en caso de muerte de los amigos o no poder “salvar almas” en tierra de misión. Virtudes humanas y cristianas son el “agradecimiento” por los favores recibidos, y que ella reconoce como un don “natural”. Soportaba con paciencia las adversidades, los achaques del cuerpo, las inclemencias del tiempo atmosférico, etc.
Por fin, por no alargar demasiado este discurso, tenía un admirable sentido del humor y manejaba inteligentemente la ironía, tan fina a veces que los lectores no habituados a su modo de escribir no lo perciben. Era, como confiesa el P. Gracián, “de hermosísima condición”, por eso resultaba tan atrayente, tan querida y amada por todos. Fray Luis de León, dijo que atraía a todos como el imán al hierro. Lo que se diga de la bondad natural y sobrenatural de la madre Teresa es poco y conviene leer sus propios escritos y ver reflejados esos dones “naturales” y sobrenaturales en una buena biografía moderna, enriquecida con las noticias que nos dan los antiguos biógrafos y los testigos de los Procesos y, de manera especial las ciencias modernas.
Para completar esta visión “humana” de la Santa, remito a Daniel de Pablo Maroto, Mi Teresa. Mujer. Fundadora. Escritora y santa, Burgos, FONTE, Editorial de Espiritualidad, 2019, caps. 16-17, pp. 341-388.
Por último, esta mujer, tan “natural” y “sobrenatural”, tan “santa”, nos recuerda a sus lectores y conocedores de su vida que “ser cristianos de veras” en una época de increencia que va en aumento en nuestra sociedad es un proyecto posible y deseable. Se lo sigue diciendo a los creyentes mediocres; y creo que su persona y su doctrina, su ser de “cristiana” tiene un atractivo también para los ateos y agnósticos. Es posible que, conociendo su bondad “natural” les incite a seguir profundizando en las raíces últimas de la misma: es buena persona por ser cristiana y santa.
DANIEL DE PABLO MAROTO
Carmelita Descalzo. “La Santa” – Ávila