Hermanos, hermanas:
¡Os saludo con la Paz que nace del Corazón de Jesús!
La esperanza no defrauda (Rom 5,5), Spes non confundit, lleva por título la bula que convoca el jubileo ordinario del año 2025 y en uno de sus puntos podemos leer: la esperanza, efectivamente, nace del amor y se funda en el amor que brota del Corazón de Jesús traspasado en la cruz. Esta quiere ser mi invitación a la esperanza cuando el curso va llegando a su final y con él las actividades pastorales, catequéticas, escolares… y, como familia del Carmelo Teresiano, sabemos que la esperanza encuentra en la Madre de Dios su testimonio más alto.
Somos herederos de una tradición que, partiendo de Santa Teresa, da una gran importancia a la experiencia: “No diré cosa que no haya experimentado algunas y muchas veces” (CC 54,1). El recorrido de su vida es el recorrido de una experiencia ininterrumpida de Dios en contenidos precisos y concretos: tiene experiencia de la Trinidad, de Jesucristo, de su humanidad sacratísima, de la Virgen María, de San José, de la Sagrada Escritura, de la oración como trato de amistad con Dios, con quien sabe le ama…
La vida cristiana, por extensión la vida carmelitana, es una vida de experiencia. Cristiano es el que experimenta a Cristo mediante la fe y el amor; no es solamente el que cree verdades y dogmas, sino el que vive y experimenta, el que mantiene unas relaciones personales de amistad con Cristo. En este sentido podemos decir que devoto de María es el que vive una relación personal de amor con la Virgen María. No es mejor devoto el que más cosas sabe de María, sino el que vive más intensamente sus relaciones con la Virgen, el que la invoca, el que la venera, honra, ama, el que la imita y se entrega a su servicio: “En el vestíbulo mismo de la memoria sea ella la primera” (Bostio). Nosotros los carmelitas, religiosos, religiosas, laicos, con los ojos del corazón iluminados por Dios, vemos a la Virgen María como la más próxima a Jesús y la sentimos madre nuestra.
La Virgen María, debe ser para todos, de una manera especial para nosotros los carmelitas descalzos, una realidad histórica, existencial, no solamente un concepto teológico. Una persona viva que hizo una historia bajo la acción del Espíritu Santo, una persona, con un valor y una significación teológico-salvífica, es la llena de gracia, la bendita entre todas las mujeres.
Afirmaba Bostio, autor carmelita del siglo XV, que “los verdaderos hijos o hermanos de los santos no son aquellos que están unidos con lazos de sangre, sino aquellos que imitan sus obras. Verdad es que nadie la igualó ni igualará, pero a pesar de ello debemos caminar sobre su huella”. La vida al servicio de la Virgen exige de nosotros los carmelitas no sólo rendirla culto, sino imitarla en sus virtudes y conformar nuestra vida con la vida de la Virgen.
La Virgen debe ser vista por nosotros como la oyente de la palabra, la que escucha la palabra de Dios, la que la medita en su corazón y la pone en práctica con sus obras. Ella, desde su sencillez, fue la más fiel cumplidora de la voluntad de Dios. Juan Grossi, General de la Orden en el primer tercio del siglo XV, escribía, “Nuestros Padres en el Carmelo, en obsequio de María se pusieron en contemplación”. Y es que, como pide la Regla, el carmelita debe “permanecer en su celda, o en las inmediaciones de la misma, meditando día y noche la ley del Señor y velando en oración”. Esa meditación en la Ley del Señor les llevaba a forjarse en la práctica de las virtudes teologales: la fe, viviendo en plena confianza en Dios, en su amor providente; la esperanza, saberse peregrino en tierra extraña al encuentro personal con Dios; el amor, el amor concreto con los demás hermanos, compartiendo sus bienes, las cosas materiales, teniéndolo todo en común, y mientras vivieron en tierra Santa en virtud de esa consagración al Señor, que se traducía en un compromiso serio con aquella tierra en la que vivió el mismo Cristo, atendiendo, acogiendo y ejerciendo la hospitalidad a todos los peregrinos que en camino hacía Jerusalén pasaban por el monte Carmelo.
Tanto la vida teologal como la oración deben alimentarse en la escucha y en la meditación de la palabra de Dios. Esto es lo que descubrimos en la vida de María que, como nos dice el evangelio, todo lo que veía en su hijo Jesús, palabra viva, última y definitiva de Dios, lo guardaba en su corazón.
María nos enseña que el ser humano debe dejarse decir una palabra de cariño y de perdón por parte de Dios, sabiendo que la palabra que Dios le dirige, que es Cristo, es la palabra final, fuera de la cual no hay otra, y que fuera de ella no va a encontrase con Dios. Dios para María tenía un rostro, el de su hijo Jesús, Dios para nosotros debe hablar en Jesús, debe tener su rostro.
Es para nosotros la Madre de la misericordia, pero también la Madre de gracia, de la divina gracia, como la celebramos en la octava del Carmen, a la que hemos de invocar no solamente con palabras, sino también con obras. A ella tenemos por madre y patrona de la Orden, viendo en su vida y unión con el misterio de Cristo un modelo admirable de nuestra vocación carmelitana.
La Virgen María, que lo significa todo dentro de la Orden -el Carmelo es todo mariano-, es la madre solícita que enseña a sus hijos a andar en los caminos del espíritu, es la madre y maestra de vida espiritual. Ella es modelo, como decíamos antes, estamos llamados a conformar nuestra vida con la vida de la Virgen. Esta conformidad de vida es la causa por la que los Carmelitas han llamado a la Virgen su hermana y ellos se llaman hermanos de la Bienaventurada Virgen María. Al mismo tiempo es modelo de la intimidad que el carmelita persigue en su vida. Por todo, ella debe seguir inspirando el caminar de los que nos llamamos hermanos suyos para que ardiendo en el celo de la salvación de las almas, vivamos con ella unidos en la oración, siendo uno en corazón y alma, escuchemos y proclamemos la Palabra y amemos la pureza de corazón para llegar a la contemplación divina.
María, mujer orante que vive, penetra y ahonda el Misterio del Hijo, a través de la oración. Por medio de la oración ha comprendido la voluntad del Padre para su Hijo y para su misión maternal.
No sólo como Virgen orante, la liturgia nos invita a recordar otro aspecto de la Virgen, el de la creyente que cumple fielmente el Evangelio de su Hijo, Jesucristo, en el que también cree y espera como su único Salvador. La fe de María no es elitista, no se pierde en especulación, es profunda. La fe en María es sólo fe, confianza, por eso ella, que no entiende, calla, espera y es fiel.
Que como carmelitas descubramos en las palabras de Jesús al discípulo amado, “He ahí a tu madre”, la invitación a aceptar a María como madre, respondiendo como verdaderos hijos a su amor materno. Las palabras: “He ahí a tu madre” expresan la intención de Jesús de suscitar en sus discípulos una actitud de amor y confianza en María, impulsándolos a reconocer en ella a su madre, la madre de todos creyentes. El texto del evangelio de San Juan continúa diciendo que “desde aquella hora el discípulo la acogió en su casa”, con lo cual señala la adhesión pronta y generosa de Juan a las palabras de Jesús, así como la actitud que mantuvo durante toda su vida como fiel custodio e hijo dócil de la Virgen. El discípulo amado no sólo acoge a María en su casa, no la tiene como un huésped, sino que vive en comunión con ella. A la luz de esta consigna al discípulo amado, podemos comprender el sentido auténtico de la devoción carmelitana a la Virgen María, pues esta devoción nos sitúa a los carmelitas en la relación filial de Jesús con su Madre, permitiéndonos crecer en la intimidad con ambos. Si Jesús nos ha adoptado como hermanos, no podía sino dejarnos a María como Madre.
No podemos olvidar en este mes eminentemente carmelitano, como es el mes de Julio, otras figuras carmelitanas que enriquecen nuestra vocación carmelitana. Elías, profeta del Dios vivo que, invadido por la presencia de Dios, está dispuesto a dar siempre testimonio de su nombre. Es “el profeta que contempla al Dios vivo y se abrasa en celo de su gloria”, al que desde el inicio de la vida carmelitana se ha visto como inspirador del Carmelo, “considerando su carisma profético como ideal de la vida Carmelitana, que consiste en escuchar y proclamar la Palabra de Dios”.
Elías se presenta como el hombre que se esfuerza por vivir solo de la fe entendida como confianza radical en Dios, y nos recuerda que Dios no es alguien a quien podemos manipular, sino al que hay que experimentar y descubrir más allá de nuestros sentimientos, en la vida de cada día, en la historia siempre problemática del ser humano. Dios no aparece como la fuerza bruta de la naturaleza con la que podemos entablar una relación mágica, y es que Dios no es un ser autoritario, que exige obediencia reverencial, o sumisión ciega; Dios es esa presencia amorosa que funda la existencia. Elías, que ha sido visto como defensor de la justicia, nos recuerda que la fe en el Dios único no debe llevarnos a huir de la vida, de las preocupaciones de la gente, sino al compromiso con nuestros contemporáneos.
No podemos olvidar al beato Juan Soreth, reformador e impulsor de la vida carmelitana, en aspectos tan importantes como el oficio divino, la pobreza, la soledad, los estudios y el trabajo de los religiosos. Fundador de las monjas carmelitas, el recibió a las mujeres que, siendo laicas y sin pronunciar votos, vivían según la regla carmelitana, puso bajo la dirección espiritual de los frailes carmelitas, lo cual fue oficializado por el Papa Nicolás V (1452) en la bula Cum nulla. A el debemos (1455) la primera regla para la tercera orden del Carmen que reguló la vida de las comunidades que se habían ido formando en torno a los conventos de frailes.
Que el mes de Julio, de una manera especial la fiesta del Carmen, sea un tiempo no sólo de acción de gracias por su protección sobre la Orden, sino también de recuerdo, de memoria actualizada de su maternidad sobre los hermanos de Jesús y, por lo mismo, también sobre los hermanos de la Orden. Porque María, que es Madre de Dios, Madre de todos los hombres, lo es también de todos los miembros de la familia del Carmelo.
Finalmente, anticipándonos al centenario del nacimiento de la Beata María Felicia de Jesús Sacramentado (Chiquitunga) recibiréis, como detalle de la Casa Provincial para vuestras comunidades, la reciente publicación de Grupo Fonte sobre su vida y escritos, que sirva de lectura para el verano y preparación al primer centenario de su nacimiento (12 de enero de 1925).
¡Feliz fiesta de Ntra. Sra. del Carmen! ¡Feliz verano y merecido descanso para todos!
Fr. Francisco Sánchez Oreja ocd
24 de junio de 2024
Natividad de San Juan Bautista