28 DE MARZO

27 Mar 2022 | Actualidad

Un año más recordamos un 28 de marzo el día del nacimiento de Teresa de Jesús en la casona de sus padres en Ávila sobre cuyo solar se edificó la hermosa iglesia que hoy contemplan los visitantes de la Ciudad. El lugar exacto del nacimiento no es la capilla en donde cuelga un cartel que dice: AQUÍ NACIÓ SANTA TERESA, sino que la habitación del nacimiento estaba situada en la actual capilla de la Virgen del Carmen, como consta en una lápida en latín colocada en el exterior de la misma, y se extendía hasta parte del presbiterio.

A los curiosos lectores de hoy nos gustaría conocer más detalles de la niña Teresa no solo del hecho de nacer en un lugar y dónde fue bautizada, sino muchas más circunstancias del evento. Lo mismo digamos de su iniciación en la vida cristiana con la recepción de los sacramentos, como la primera comunión y la confirmación, su educación en la fe en familia o en la parroquia; el aprendizaje de las primeras letras, etc. No obstante, el legítimo lamento, nosotros, como lectores de sus Obras, somos unos privilegiados al conocer detalles íntimos del hogar familiar, su primera infancia impregnada de religiosidad, su turbulenta adolescencia, etc., porque ella ha sido una minuciosa historiadora en el libro de la Vida o autobiografía. (Releer despacio el cap. 1).

 Aunque sea de camino, me fijo en unos detalles narrados por Teresa, al comienzo de su Autobiografía, en los que no se suele insistir y lo considero una curiosidad histórica filiada a sus primeras experiencias religiosas que ella desarrollará en su vida de juventud y de madurez. Me refiero a lo que se pueden llamar “juegos infantiles”, algunos en compañía de su hermano Rodrigo, siendo ella la iniciadora y protagonista principal. Primero -escribe- deseaba morir mártir de la fe en “tierra de moros” para “ir a gozar de Dios” en el cielo y “para siempre”. Al fracasar el proyecto, frustrado por sus padres, inició otra loca experiencia: ser “ermitaños”, también fracasada porque construir ermitas a esas edades, aun en miniatura, no era lo suyo. Finalmente, y esta vez en compañía de “otras niñas” y en plan de juego, ensayó “hacer monasterios, como que éramos monjas”.

Estas experiencias de vida en su infancia curiosamente coinciden con el devenir histórico de la Iglesia cristiana. Primero, fue perseguida por los emperadores romanos haciendo muchos “mártires” (siglos I-III); se trata de la “Iglesia martirial”. Al concluir las persecuciones, algunos cristianos fervientes huyeron a los desiertos para hacer “vida eremítica” que tanto éxito tuvo en Oriente y Occidente y se ha mantenido durante siglos y todavía perdura. Finalmente, nació la “vida monástica”, que fue la forma predominante a partir de los siglos V y VI. ¿Curiosidades y coincidencias? ¿Intuiciones que se cumplieron en la vida de Teresa, “mártir” de cuerpo y alma, “eremita” viajera y “fundadora” de monasterios?

Ante la carencia de medios de información sobre la educación en la fe de la niña Teresa en su hogar paterno, podemos acudir a lo que algunos proponían en los catecismos de la doctrina cristiana, las enseñanzas orales de los sacerdotes o en paneles en las iglesias, etc. Medios insuficientes para una educación sistemática en la fe del pueblo, no obstante, la obligación que imponían los sínodos a los sacerdotes de enseñar a los fieles la doctrina cristiana. Podemos sospechar con razón que en el siglo XVI en España el pueblo era un ignorante radical no solo de su religión, sino de la cultura. Las familias nobles y adineradas, como la de los judeoconversos, eran una excepción. Al “cristiano viejo” de España le bastaba creer lo que enseñaba la Iglesia católica y se vivía en la España desde los Reyes Católicos.

Como curiosidad histórica, y para completar el cuadro de la posible educación de la niña Teresa en su primera infancia y en su hogar abulense, acudo a un curioso libro parcialmente dedicado a la educación en la fe de los niños en el hogar paterno-materno. Me refiero al libro del franciscano Francisco de Osuna, Norte de los estados, uno de ellos el de los “casados” y, dentro de la familia, el “estado del niño”. El autor expone cómo los padres -no solo la madre- deben transmitir la doctrina cristiana en el hogar desde la pregunta elemental de que se es “cristiano por la gracia de Dios” y el “persignar haciendo tres cruces”. Además, el hogar de sus padres era privilegiado y pudieron enseñar a sus hijos también a leer y escribir, aunque suponemos que tendrían maestros propios.

Según el mismo Osuna, los padres también están obligados a enseñar a sus hijos no solo la doctrina cristiana, sino las prácticas religiosas y las exigencias morales del catolicismo, como asistir a la misa los domingos, los rezos de la mañana y de la noche, la bendición de la mesa, hacer oración, las obras de caridad, etc. Curiosamente dice que sea el niño quien lleve al pobre la limosna cuando pidiese a la puerta de casa, o que colabore a las colectas de la iglesia para que entienda que debe practicar la caridad y el deber de colaborar con las necesidades de la Iglesia. Y concluyo con un hermoso texto en su delicioso estilo del clásico castellano antiguo donde describe el autor el modo práctico de transmitir la fe a los niños a comienzos del siglo XVI aprovechando su permanencia en la iglesia:

“Luego, hijo -le dice el padre- te as de yr a la yglesia […] y en entrando as de tomar agua bendita y pensar en la que manó del costado de Cristo […]. Desque te ayas persignado con el agua bendita as de hincar las rodillas ambas delante del Sacramento que está en el sagrario o en el altar y adorar allí a nuestro Señor Jesucristo […]. Desque hayas adorado y rezado pára mientes en todo caso que una muger con un niño que está en el altar mayor no es nuestra Señora, sino ymagen suya, que nos representa a la madre de dios cuando criava a su hijo […]. Cuando vieres un ombre de palo enclavado en una cruz, mira que no es aquel Cristo, sino su ymagen que nos lo representa qual estava quando lo crucificaron; a este señor as de adorar. Mira también todos los otros bultos que son ymágenes de diversos santos, que tenemos en memoria dellos y dévesles hazer reverencia. Quando el clérigo dize missa as de estar allí con acatamiento y reverencia […]. Venido a cassa as de besar la mano a tu padre y madre por amor de dios”.

 Hay más testigos y maestros de la fe en el siglo XVI en España; pero este me parece de un valor singular por el contenido religioso y su deliciosa envoltura literaria, representante de cómo se transmitía la fe cristiana a comienzos del siglo XVI en España.

(A los interesados en el tema y su contexto histórico, les remito a DANIEL DE PABLO MAROTO, Espiritualidad Española del siglo XVI, volumen I. Los Reyes Católicos, Burgos – FONTE – Editorial de Espiritualidad, 2012, cap. 9, pp.275-307. Especialmente, 9, 3, pp. 284-289: “La educación en la fe”. Con más textos de Osuna).

Daniel de Pablo Maroto
Carmelita Descalzo
“LA SANTA”- Ávila