«Yo soy la vid, vosotros los sarmientos»

27 Abr 2024 | Evangelio Dominical, Sin categorizar

Jesús vivo y Resucitado sigue presente, sobre todo, física e históricamente, en su Iglesia. Ella es su cuerpo, como dice san Pablo o la nueva y verdadera vid, como dice el mismo Jesús en el Evangelio de hoy. Como sabemos, esta denominación de viña o de vid es una de las metáforas usadas en la Escritura para referirse al pueblo de Dios. El mismo Jesús la usa «in extremis» en una de que tuvo que ser sus últimas parábolas (cfr. Mt 21,33-43) para hacer una llamada casi desesperada a la conversión y a abrir los ojos de los dirigentes del pueblo de Israel ante lo que iba a suceder, motivando, seguramente, la firma decisión de estos responsables políticos y religiosos para perseguirle y echarle de la viña, definitivamente. Quizá, pensaron, como escribió alguien, que podrían «librarse» para siempre de su Dios para ser «verdaderamente» libres, como muchos están convencidos hoy en día de haber logrado tras no se sabe ya cuantas revoluciones (y las que quedan). En cualquier caso, aquella Palabra, expresada por la propia boca de los dirigentes del pueblo, se cumplió: «Acabará con aquellos malvados y arrendará la viña a otros viñadores que le entreguen su fruto a su debido tiempo». Pero el cambio no fue de un pueblo infiel por otro fiel, sino algo mucho más radical y profundo: la nueva viña, la nueva vid es el mismísimo Hijo de Dios, que es también hijo del hombre. Como es «puerta del redil de las ovejas», es también la vid de la que nacen, arraigan y se sostienen los nuevos sarmientos, cada uno de los miembros del pueblo de Dios. Esta es la verdadera viña, que cuida el Padre. Él se ocupa de cada uno de los incorporados o crecidos en la vid para que den fruto, pues este dar fruto incluye el desarrollo personal, la realización como se dice hoy, de cada persona unida a Cristo gracias al bautismo. Para ello, lo poda, lo cura interiormente y, al extremo de que haya perdido por completo su propósito y no quiera dar fruto, lo arranca. Este cuidado, esta limpieza se produce gracias a la Palabra de Jesús, la que obra la verdad que es, juzga, discierne, cura el interior y el exterior de quienes se acercan a Él. Nuestra tarea es permanecer porque lejos de Él no hay desarrollo como cristianos ni, seguramente, como personas. Jesucristo es el Nuevo Hombre, la piedra sobre la que se asienta la nueva humanidad y la nueva creación y estamos en comunión con Él de un modo vital. Nacidos e incorporados a Jesús por el bautismo, los demás sacramentos nos van «perfeccionando», llevando poco a poco a la comunión plena con toda esta vida, esto es, a «dar fruto», a sacar provecho de nuestra vida en todos los sentidos, a aprovecharla del mejor modo posible en el amor y servicio a los demás, los hermanos y también a todos, para dar testimonio de que todo estamos llamados a formar parte de esta vid, así como todos somos ovejas «potenciales» de este redil. Y, al contrario, separarse de Cristo, de la vid, es desperdiciarse, a la larga, derrocharse pero para nada. Y esto puede pasar incluso cuando «formalmente», exterior o subjetivamente, nos creemos todavía unidos a la vid pero no lo estamos porque no vivimos realmente como lo interior nos invita a hacerlo. Si es el caso, dejémonos podar, limpiar para ser sarmientos, miembros dignos de la viña del Señor, lo que no significa ser ya perfectos o puros sino confiar en la gracia y misericordia de Dios en Jesucristo.

Primera lectura: Hechos de los apóstoles 9, 26-31

Segunda lectura: 1Juan 3, 18-24

Evangelio: Juan 15, 1-8