La muerte del Inocente del Viernes Santo mete a la humanidad delante de un espejo. Allí vemos cuanto la ceguera del fariseísmo puede ofuscar la mente humana para llegar a la más grande injusticia. El inocente debe morir para hacer callar la voz disonante. Sin embargo, como todas las injusticias, levanta el clamor contra la mentira cuando después de la ejecución se tiene tiempo de comprender el error cometido.
No nos acercamos al Viernes Santo, a la Pasión de Cristo, sin saber el desenlace de la madrugada del domingo, o sea, del triunfo de Cristo en la vida resucitada. Y la meditación del dolor, de la injusticia, del martirio, tiene una proyección hacia la victoria en la sanación, la verdad y la vida. Esperanza.
Con el Viernes Santo medito sobre la esperanza. La esperanza puede ser vista como la virtud más practicada de la humanidad. Incluso muchas personas que dicen haber perdido la esperanza de alguna manera la practican. Todos esperamos que las cosas cambien, son pocas las personas que no dan la posibilidad a creer que las situaciones pueden mejorar. Ante las dificultades y desafíos los hombres y mujeres de este mundo esperan un cambio hacia algo positivo.
Esta esperanza se cultiva en el interior. De alguna manera se presenta a Dios el deseo de que todo vaya a mejor e incluso la intención de un cambio personal, que podemos llamar conversión.
Esperar algo invita a tener paciencia y ésta conlleva algo de perseverancia, y así la esperanza va acompañada de otras virtudes que dan la posibilidad a la humanidad de recapacitar, reflexionar, meditar, contemplar. De este modo en el tiempo de espera para ver la realizado el cambio deseado se da la oportunidad de profundizar en los misterios de la vida y el creyente en los de la salvación.
La esperanza es la virtud más practicada de la humanidad, una humanidad que sufre y llora, que busca y anhela, se fortalece y se da un paso hacia una esperanza con significado más profundo y trascendente: la esperanza del creyente.
P. Gustavo Prats Sánchez Ferragut, ocd