Leo el mensaje del Papa Francisco para la Cuaresma 2024. Como punto de partida un episodio bíblico muy recurrente: el Éxodo, camino a través del desierto de la esclavitud a la libertad, siendo Dios nuestro guía.
En la exposición hay sugestivas ideas que se desarrollan y preguntas que espolean: ¿Nos llega también a nosotros como a Dios el grito de tantos hermanos y hermanas oprimidos? ¿Nos sacude? ¿Nos conmueve?; ¿Dónde estás? ¿Dónde está tu hermano?; ¿Deseo un mundo nuevo? ¿Estoy dispuesto a romper los compromisos con el viejo?
Lectura y preguntas que abren la puerta a interrogantes que reclaman prioridad, al menos en el orden práctico, porque de la respuesta y decisión personales depende el hecho y el modo de ponerme en camino. Intentarlo, comenzar de nuevo, volver a empezar, tiene su atractivo, puede ser ilusionante, una salida a mi realidad. Pero nunca puedo partir de cero, o dejar atrás el pasado totalmente, o acallar los mentirosos cantos de sirenas y la tentación de que basta con cubrir el expediente. Tampoco puedo evitar la rutina, el cansancio o la sensación de fracaso.
Si soy sincero, ¿quiero oír la voz del Señor y el grito de los hermanos? ¿complicarme la existencia? ¿no ando siempre negociando hasta dónde puede entrar la luz y fuerza del Evangelio en mi pensar, hablar y actuar? Confieso que me ata mi comodidad, me da miedo el equivocarme y me impone mucho el ir contracorriente.
Y no sé si merece la pena siquiera el plantearme la dimensión comunitaria de la Cuaresma a la hora de planificar y tomar decisiones como Pueblo y familia de Dios. Con lo difícil, estresante y cansado que es escuchar, hablar y llegar a acuerdos con mi comunidad, familia o grupo.
A la hora de afrontar este tiempo de gracia, percibo también que la Iglesia me invita a la creatividad. Debe estar muy bien el decidirse a transitar los caminos de la docilidad al Espíritu Santo que es tradición y novedad. Pero eso ¿no conlleva mucho olvido de uno mismo, renuncias, riesgo y cargar con críticas? Y, por qué no decirlo, discernir, disculparme, pedir perdón y rectificar.
Llegados a este punto, escuchando lo que voy diciendo, va a ser verdad que tengo déficit de esperanza, que como va de la mano de la fe y la caridad, termina por arrastrarlas a la inoperancia y no hay ocasión para que Cristo haga milagros de gracia. Cuando lo propio de la esperanza es llevar tras de sí a la fe y la caridad hacia adelante; llevarnos a vivir los sueños de Dios, que seamos hermanos y uno en el amor, que la gloria de Dios llene la Tierra.
Veo que el primer paso es aceptar que soy pobre y cautivo. Acepto y pido esa esperanza de la que nos habla San Juan de la Cruz: “esperanza de cielo tanto alcanza cuanto espera”. Además de pedir, ¿qué puedo hacer para conseguir esa esperanza que alumbre ilusión, alegría, libertad y el amor que hace nuevas todas las cosas? ¿cómo mantener en crecimiento esa esperanza que haga de esta Cuaresma camino hacia la Tierra prometida?
Para empezar, entre lo que nos propone el Papa Francisco, me quedo con la invitación a detenerme, en oración, para acoger la Palabra de Dios, y ante el hermano, para acoger su vida. La misma invitación que nos hace Santa Teresa de Jesús, que le miremos, que nos miremos, en el Amor.
P. Ángel Sánchez, OCD