Es verdad que, en sitios especialmente teresianos por motivos obvios, como Ávila y Alba de Tormes, la presencia de santa Teresa es constante durante todo el año. Pero no es menos verdad que siempre la fiesta litúrgica de santa Teresa de Jesús es un momento propicio para poner la mirada en ella de forma especial; y una responsabilidad para hacerlo más allá de todo límite físico o de lugar por parte de sus hijos espirituales, es decir, de todos aquellos que en algún momento la han sentido como madre y maestra de vida.
Sin duda, santa Teresa de Jesús es una santa conocida en muchos rincones del mundo, pero hay niveles y niveles de conocimiento. De hecho, incluso los más cercanos no siempre la conocen, o la conocemos, en toda su verdad. Lo más fácil es conocer anécdotas o alguna frase suelta. Más difícil es encontrar personas que hayan leído alguna biografía de ella o alguno de sus escritos. A otras personas el nombre de Teresa les recuerda un familiar cercano que lleva ese nombre, y de ahí su interés por acercarse de alguna manera a esta santa, que nació en Ávila y falleció en Alba de Tormes (1515-1582).
Hay también personas que, teniendo alguna idea de ella, no la identifican necesariamente con ciudades como Ávila y Salamanca-Alba de Tormes, y al viajar a las mismas por motivos más bien turísticos, sienten una gran alegría al encontrarse por sorpresa con ella. Lo cierto es que Teresa de Jesús casi nunca suele dejar a nadie indiferente.
De ella se cuentan muchas cosas, algunas sin mucho fundamento, y otras verdaderas. Pero, en mi opinión, lo más importante es, sobre todo, su condición de maestra de vida. Un magisterio que quiso y supo ejercer en muchas personas a lo largo de su vida, sobre todo después de su conversión definitiva a Dios, y que ha seguido ejerciendo a lo largo de los siglos hasta nuestros días.
En esto han influido mucho sus cualidades humanas, que las tenía, y no eran pocas. También su propia experiencia: en muchos momentos, en sus escritos Teresa desnuda su alma, y nos deja ver su vida apasionada por Dios y por los demás, aunque no siempre coherente con estos sentimientos suyos profundos. En este sentido Teresa es completamente transparente. Y desde ahí, no tiene miedo en retar al lector a reconocer sus posibles autoengaños en el camino de la vida. Porque, en definitiva, Teresa siente que Dios le ha dado la responsabilidad de ser madre y maestra, compartiendo con otros los caminos de Dios que ella ha recorrido, y las metas a las que se ha sentido llamada.
Siendo una mujer muy práctica, sabe que esto lo tiene que hacer en primer lugar con las personas que tiene más cerca, es decir, sobre todo las monjas de los conventos que ella ha fundado, aunque en algunos momentos también se dirige a sus propios confesores. Confesores que en ciertos casos pasan de ser maestros de nuestra santa a convertirse de alguna forma también ellos en compañeros y discípulos.
A sus hijas les dice bien claro que, como priora y madre, tiene el oficio de aconsejar e incluso de enseñar (Camino de perfección, Valladolid, 24,2). Y entre los admiradores de su doctrina espiritual se encuentra también, por ejemplo, san Juan de la Cruz, que en su Cántico Espiritual nos remite a los escritos de nuestra santa, fallecida dos años antes (CB 13,7).
Hay muchas cosas en los escritos de Teresa que, sin duda, pertenecen a otros tiempos y otras circunstancias. Pero hay algo en ellos que no pasa: Dios. Un Dios, que es el Dios de Jesús, que es el Dios que, en la humanidad de Cristo, pasa y ha pasado por este mundo haciendo el bien “y curando a los oprimidos por el mal” (Hechos 10,38). Ella misma se sintió liberada por Dios de sus propias esclavitudes humanas y psicológicas.
Eso mismo es lo que reconoce que hicieron y siguen haciendo los santos pasados, de cuya experiencia supo aprovecharse y aprender. En este sentido, lo que pretende en sus escritos no es tanto que se la conozca y admire, sino que conozcamos a Dios y nos dejemos guiar por Él.
Y cuando se llega aquí, entonces es cuando, en mi opinión, se puede decir que conocemos la verdadera Teresa de Jesús. En la que no existe sombra de auto referencialidad egocéntrica, sino un constante salir de sí y buscar a Dios. Particularmente desde su conversión y el comienzo de sus años de grandes experiencias místicas, que, lejos de llevarla a un plegamiento sobre sí misma, la llevaron a dilatar su mente y su corazón hasta dimensiones insospechadas para ella anteriormente.
José-Damián Gaitán, ocd