Santa Teresa de Jesús, terapeuta espiritual de su tiempo      

26 Feb 2024 | Actualidad

En tiempos de santa Teresa, miembros de la nobleza, devota y practicante de la religión cristiana, en circunstancias dolorosas de la vida creían que la mera presencia en su casa de personas “santas” tenían el don de hacer milagros y les ayudarían a superar una crisis vital, como vamos a ver a continuación. El título se refiere exclusivamente a ese género de monjas tenidas por “santas”, que fue el caso de Doña Teresa de Ahumada, monja en el convento de La Encarnación de Ávila.

   1 – Doña Teresa, la monja santa y terapeuta

Conocemos hoy bien la vida interna de ese convento, sobrecargado de monjas, algunas desvocacionadas donde se habían refugiado para “remediarse”, como escribió graciosamente la madre Teresa. Ella ingresó en él con una vocación probada, allí vivió como una monja “normal”, de cara al exterior muy apreciada, con visitas de amistades, etc.; pero en torno a los 40 años (1555), después de una inicial “conversión” ante un “Cristo muy llagado” (Vida, 9, 1-3) y la “definitiva” en 1556 (Vida, 24, 5-8), comenzó a experimentar “fenómenos” psico-somáticos que podemos considerar como “místicos”: un “cierto sentimiento de presencia de Dios” sin ella procurarlo, “locuciones” interiores que no oía con los oídos externos, éxtasis, visiones de Cristo, etc. Los expertos en discernimiento de esos “fenómenos” no se pusieron de acuerdo: unos, la mayoría, los atribuyeron al demonio; la minoría de santos y sabios, a Dios, y así durante años. El final fue feliz: Doña Teresa, enriquecida por los “dones” divinos se había convertido en una “santa”, Recuerdo ese proceso para que el lector sepa que si Doña Teresa fue solicitada como terapeuta espiritual no fue por ser “monja”, sino por tener fama de “santa”.

2 – Solicitada por la nobleza española: dos ejemplos

La primera solicitud de ayuda espiritual la recibió de una persona noble de la ciudad de Toledo. Se trataba de Doña Luisa de la Cerda, grande de España. En la vida de Teresa los lectores sospechamos que las cosas no sucedían por causalidad, sino por proyectos ocultos de la Providencia. Esta mujer estaba emparentada con otros miembros de la nobleza española y altas jerarquías de la Iglesia que le abrieron horizontes nuevos para sus fundaciones, sin contar con la de Malagón con la ayuda de Doña Luisa. Su amistad con ella le duró toda la vida.

La razón de solicitar al provincial de la orden del Carmen la compañía de Doña Teresa fue la muerte de su marido, Don Antonio Arias Pardo (enero de 1561), que la sumió en una profunda depresión; y en su palacio toledano estuvo desde finales de 1561 hasta julio de 1562. Teresa no sólo fue el consuelo de Doña Luisa, sino que aprendió mucho de la vida de las grandes de España, sus valores y dependencias, descritas con regodeo en una prosa crítica llena de ironía que condensa en una frase final indicativa de sus dependencias de los protocolos sociales: “Del todo aborrecí el ser señora” y “una de las mentiras que dice el mundo es llamar señoras a las personas semejantes” (cf. Vida, 34, 1-5). En la biografía de Teresa aparece con frecuencia esta noble dama que no puedo resumir en pocas líneas.

Dos anécdotas enriquecen las relaciones positivas de Doña Luisa con Teresa de Jesús, ya convertida en carmelita descalza. La primera fue su intervención en saber la opinión sobre el autógrafo del libro de la Vida, en el tribunal de la Inquisición. Se encontró con el cardenal de Toledo, Don Gaspar de Quiroga y gran Inquisidor en presencia de Doña Luisa, su amiga, quien le comunicó que había leído el libro y el Tribunal no tenía nada que objetar. Y la segunda fue su ayuda para enviar el autógrafo de la Vida para la revisión y aprobación por el eminente juez espíritual, san Juan de Avila en Montilla. Un dato negativo, y comprensible, fue que se no colaboró en la fundación de Toledo, su feudo, porque la madre Teresa se sirvió de la colaboración económica de una familia de judeoconversos.

Otro capítulo más breve de sus relaciones con la nobleza española fue la solicitud de la duquesa de Alva para que la madre Teresa asistiese al parto de su hija en Alba de Tormes; pero cuando la esperada asistente santa llegó, la madre había ya dado a luz y Teresa se acercaba al momento de la muerte. Como es sabido, allí murió el 4 de octubre de 1582 que, en el con la introducción del calendario gregoriano se convirtió en el día 15.

Y termino recordando un hecho que me ha parecido de unas consecuencias extraordinarias. En los Procesoscanónicos para la beatificación y canonización aparece una noticia rodeada de misterio relacionada con el rey Don Felipe II y recibida por una especial revelación a la madre Teresa que suena así: “Di al rey que se acordase del rey Saúl”. El texto lo ha transmitido Petronila Bautista, monja de San José de Ávila. Teresa lo consultó con sus amigos teólogos Domingo Báñez y García de Toledo si debía decírselo y le aconsejaron que se lo comunicase, como lo hizo en una carta a Doña Juana, hermana del rey. Sigue diciendo la testigo que desde entonces el Rey “estimó mucho a la santa Madre y le mandaba a decir que le encomendase a Dios y se escribieron muchas veces el uno al otro”. La testigo afirma que se hablaba de ello en el convento. Lo cierto es que se conservan sólo cuatro cartas al rey Don Felipe y no consta ningún encuentro presencial con él, no obstante, lo divulgado en una carta apócrifa dirigida a él.

Sea lo que sea del testimonio y su contenido, lo cierto históricamente es que el rey Don Felipe fue el protector de la Reforma de la madre Teresa, su defensor contra los proyectos de supresión de la misma por decisión del nuncio Sega y los carmelitas calzados; que propició la separación de la Reforma teresiana de la orden del Carmen con una provincia independiente y pagó todos los gastos ocasionados por el capítulo de separación de Alcalá de Henares el año 1581. Y, finalmente, se preocupó de conservar algunos de los autógrafos de la madre Teresa en la biblioteca de El Escorial, donde todavía se pueden contemplar y venerar.

Esta es la breve historia de una vida espectacular de la madre Teresa que todavía sigue viva en los corazones de sus fieles seguidores y admiradores. La breve historia aquí narrada es una parte de la gran historia que habría que completar con la búsqueda y el aprecio que las gentes sienten actualmente por la posesión y la veneración de sus reliquias, las de los restos mortales: corazón, brazo, mano, pie, y otras varias expuestas a la vista de los visitantes o “tocadas” a sus pertenencias personales en vida.

Amable lector y admirador de Teresa, que ella nos siga iluminando con su ejemplo de vida y virtudes y con sus Obras completas aunque no nos favorezca con milagros portentosos.

P. Daniel de Pablo Maroto, ocd