Santa Teresa de Jesús. Cómo celebraba la Semana Santa

25 Mar 2024 | Actualidad

¡Buen tiempo litúrgico es éste para recordar cómo vivía Teresa de Jesús los misterios de la vida de Jesús en Semana Santa! No es un mero recuerdo de una vida, sino aportación histórica a la vivencia de los misterios de la fe cristiana en tiempos remotos y por una testigo de excepción. La fuente de información es ella misma en su Autobiografía y demás escritos. Mientras los imagineros de JESÚS con sus pinceles y sus gubias plasmaban en sus talleres la persona de Jesús de Nazaret, Teresa, en sus clausuras conventuales y en el silencio contemplativo, esculpía con palabras enamoradas -como Luis de Granada- al “Hombre” Jesús sufriente, muerto y resucitado

            1 – Teresa enamorada de JESÚS “HOMBRE”

Causa en el lector un gozo especial oír a Teresa de Jesús esta hermosa confesión: “Yo sólo podía pensar en Cristo como hombre” (Vida, 9, 6); y la crítica a los herejes de su tiempo: “A esta causa era tan amiga de imágenes” (ib.). Lo dice cuando ella andaba embarcada en considerar a Dios entre las nubes de abstracciones mentales que algunos teólogos y espirituales aconsejaban porque Dios es un espíritu puro que no tiene figuras humanas.

Sospecho que fueron los primeros confesores jesuitas, los Padres Cetina, Prádanos y san Francisco de Borja, en los comienzos de sus experiencias místicas, quienes le condujeron al trato con el hombre Jesús histórico de los Evangelios meditado en los Ejercicios Espirituales de San Ignacio (Cf. Vida, caps. 23-24). Ella resume en pocas palabras la deriva a corrección de su camino espiritual: “Comencé a tomar de nuevo amor a la Santísima Humanidad” (Vida, 24, 2). Como consecuencia de ese descubrimiento, se atrevió a criticar a los espirituales y teólogos que, en altos grados de la experiencia espiritual, desaconsejaban el “pensar” en la Humanidad de Cristo y sólo en su divinidad. Propuso el problema en el libro de la Vida (cap. 22, 3-7) y defendió apasionadamente la condición “humana” de Jesús en Moradas (VI, 7, 5-6) al mismo tiempo que experimentaba que Cristo estaba presente en su interior de manera misteriosa (Vida, 27, 2); y se le quedó “imprimida su grandísima hermosura” que equilibró sus apegos excesivos a sus amistades (Vida, 37, 4).  

2 – Prácticas y devociones en el DOMINGO DE RAMOS

 Con el domingo de Ramos se iniciaba la semana de Pasión que ella vivió con apasionamiento en compañía de su amado amigo Jesús; Teresa recuerda que los amigos y discípulos de Jesús, después del clamoroso recibimiento en su entrada en Jerusalén y -según ella- todos “le dejaron ir a comer tan lejos” (¿?) y, para reparar el abandono, ella le daba hospedaje en su corazón y, además, ese día daba de comer a un pobre como representante del mismo Cristo (Cf. Cuenta de conciencia, 12 (de EDE), Salamanca, 8 de abril de 1571). Parece ser que la madre Teresa introdujo esa costumbre en sus fundaciones y en el convento de La Encarnación siendo ella priora (1571-1574), como refiere Doña María Pinel en la historia en el siglo XVII.

            3 – Los “misterios” que se celebran en el día del JUEVES SANTO

 Este día es el momento propio para pensar en dos temas que conmovieron el alma de Teresa en la liturgia de la Semana: la institución de la Eucaristía y, al caer la noche, acompañando la soledad de Jesús en Getsemaní. Primero, la institución de la Eucaristía, ella tan “loca” creyente en la presencia real de Cristo en el pan y el vino consagrados. Un lugar donde Teresa explica el tema es en el comentario del Padre nuestro: “El pan de cada día dánosle hoy”; tres capítulos dedica en el Camino de perfección a comentar la presencia de Jesucristo en el sacramento del altar y el modo vivir su presencia por el comulgante a los que remito al lector para que los repase en este día (caps. 33-35)

  Teresa pagó a Cristo el haberse quedado misteriosamente en el mundo viviendo su pasión en la oración del Huerto de los olivos al que Jesús se retiró con sus discípulos para encomendar su vida y su pasión al Padre; lo revive en su interior y sus sentimientos los ha dejado plasmados en una de las páginas más entrañables de su prosa y su hermosa condición de alma enamorada:

  “Tenía este modo de oración, que, como no podía discurrir con el entendimiento, procuraba representar a Cristo dentro de mí; y hallábame mejor –a mi parecer– de las partes adonde le veía más solo […]; en especial me hallaba muy bien en la oración del Huerto; allí era mi acompañarle; pensaba en aquel sudor y aflicción que allí había tenido; si podía, deseaba limpiarle aquel tan penoso sudor; mas acuérdome que jamás osaba determinarme a hacerlo, como se me representaban mis pecados tan graves (??). Estábame allí lo más que me dejaban mis pensamientos con él, porque eran muchos los que me atormentaban. Muchos años, las más noches, antes que me durmiese (cuando para dormir me encomendaba a Dios), siempre pensaba un poco en este paso de la oración del Huerto, aun desde que no era monja” (Vida, 9, 4).

            4 – Vivencias y experiencias del VIERNES SANTO

 Así llegamos al núcleo central de la Semana Santa. Tantos misterios se agolpaban en la mente y el corazón de la enamorada Teresa en el momento cumbre de la redención de los hombres que selecciono uno que me parece muy significativo para meditar en este día Santo.

 “Pues, tornando a lo que decía [pensar a Cristo a la Columna], es bueno discurrir un rato y pensar las penas que allí tuvo, y por qué las tuvo, y quién es el que las tuvo, y el amor con que las pasó; mas que no se canse siempre en andar a buscar esto, sino que se esté allí con Él, acallado el entendimiento. Si pudiere, ocuparle en que mire que le mira, y le acompañe y hable y pida y se humille y regale con él, y acuerde que no merecía estar allí. Cuando pudiere hacer esto (aunque sea al principio de comenzar oración), hallará grande provecho, y hace muchos provechos esta manera de oración” (Vida, 13, 22).

No olvidemos que el principio del cambio de una vida espiritualmente lánguida a vivirla con mayor perfección aconteció en una conversión ante un “Cristo muy llagado” (Vida, 9, 1-3).

            5 – Cristo RESUCITADO Y VIVIENTE

La Semana Santa terminó históricamente en un día de gloria: la RESURRECCIÓN porque, de lo contrario, la vida, pasión y muerte de Cristo hubiera sido un fracaso; así lo vivió la madre Teresa y ha dejado sus sentimientos en sus obras. Curiosamente en sus experiencias místicas repite que veía (no con los ojos corporales) a Cristo como un ser vivo y sus “locuciones” o comunicaciones con ella son nítidamente percibidas y siempre se cumplían. Entre tantas “visiones”, tantos sentimientos de presencia (Vida, 27, 2), no visiones “corporales” (Vida, 28, 4), elijo el siguientes, recomendando la lectura de los capítulos de Vida, 28 y 29. Por ejemplo, ella recomendaba recordar a Cristo en los momentos en que los lectores sintiesen alegría.

 “Sólo digo que cuando otra cosa no hubiese para deleitar la vista en el cielo sino la gran hermosura de los cuerpos glorificados es grandísima gloria, en especial ver la humanidad de Jesucristo Señor nuestro; aun acá que se muestra su Majestad, conforme a lo que puede sufrir nuestra miseria, ¿qué será adonde del todo se goza tal bien?” (Vida, 3).

 Teresa comenta que en sus “visiones” de Cristo se le presentaba “casi siempre resucitado” (Vida, 29, 4). Y queda un apéndice curioso: el encuentro del Resucitado Jesús con su madre María, noticia que no se encuentra en ninguno de los cuatro Evangelios canónicos.

 “Díjome -Cristo resucitado- que en resucitando había visto a Nuestra Señora porque estaba con gran necesidad; que la pena la tenía tan absorta y traspasada que aún no tornaba luego en sí para gozar de aquel gozo” (Cuenta de conciencia 13 – de EDE).

En realidad, pudo ser verdad lo de la “revelación”, pero lo pudo saber por conocimiento de sus “lecturas” al menos en dos “fuentes” literarias: La Vita Cristi del Cartujano; y en los Ejercicios Espirituales de Ignacio de Loyola, si es que los había no sólo practicado, sino también leído, cosa dudosa.

6– El PENTECOSTÉS teresiano: Experiencia del Espíritu Santo

Concluyo estas reflexiones y cerrando el ciclo pascual, recordando sus relaciones con el Espíritu Santo en tiempos litúrgicos y en sus propias experiencias místicas. Selecciono dos momentos de especial significación. El primero es el momento de su conversión definitiva. Sabemos que un problema moral de Doña Teresa de Ahumada eran los apegos afectivos a las personas por su condición natural amorosa que le impedían un amor entero a Dios. Pues bien, un día su confesor, el jesuita Padre Prádanos, le ordenó que abandonase sus apegos afectivos a las personas y Teresa se resistía porque no las consideraba pecaminosas. El confesor le sugirió que rezase el himno al Espíritu Santo: Veni, Creator Spiritus, y sucedió el milagro: desde ese momento se sintió libre para amar sin apegos afectivos peligrosos. (Leer todo el emocionante relato en Vida, 24, 4-8).

Hay otro momento de experiencia de la acción del Espíritu Santo en su vida confusamente narrado, pero que es considerado como el “Pentecostés teresiano”, acaecido en la década de los 60. Dice así: “Estando en esto, veo sobre mi cabeza una paloma, bien diferente de las de acá, porque no tenía estas plumas, sino las alas de unas conchicas que echaban de sí gran resplandor […]. Sosegóse el espíritu con tan buen huésped, que –según mi parecer– la merced tan maravillosa le debía de desasosegar y espantar; y, como comenzó a gozarla, quitósele el miedo y comenzó la quietud con el gozo, quedando en arrobamiento” (Vida, 38, 10).

Termino deseando a los lectores de estos breves apuntes que gocen de estos días de tan profunda espiritualidad y valor histórico para la civilización occidental. Que el tumulto de las calles y las procesiones no apaguen la llama del Espíritu Santo por el materialismo sobrevenido a la tradición cristiana de Occidente. Y mantengamos la profunda significación “religiosa” de la Semana Santa en su espectacular exhibición pública.

P. Daniel de Pablo Maroto, ocd