«No de piedras, sino de corazones humanos»

7 Nov 2024 | Actualidad

Este año, por su proximidad a la clausura del Sínodo, la celebración de la fiesta del Beato Francisco Palau es una buena ocasión para recordar la sintonía total entre su experiencia mística eclesial y la sinodalidad a la que con urgencia nos llama el Papa Francisco.

El P. Palau, enfatizó la importancia de la vida interior, la misión y la unión mística con la Iglesia (Dios-prójimos) como medios para experimentar y manifestar la comunión eclesial. Sus escritos, especialmente, sus notas íntimas, «Mis Relaciones con la Iglesia», reflejan esta experiencia mística que lo convierte en profeta de la comunión eclesial como relación y encuentro.

Descubrió a la Iglesia como el cuerpo místico de Cristo, una unidad de creyentes en comunión con Dios y entre sí, que caminan con esperanza hacia la plenitud: «Marchemos siempre, siempre adelante, hasta llegar a ser semejanza e imagen de Dios; adelante siempre… ¡Adelante la obra de Dios!».

Así que la idea de la Iglesia como misterio de comunión es fascinante y central en la teología del Beato Francisco Palau, marcando además su vida y misión. Para él, la Iglesia no era solo una institución, sino un misterio espiritual profundo que trasciende el tiempo y el espacio. No es un ente abstracto, sino una realidad del día a día, una forma de vida fraterna en la que es fundamental el caminar juntos siguiendo los pasos de Jesús. Es para todos y se debe reproducir en cada grupo y comunidad: «Estando unidas marcharéis juntas, encadenadas con las cadenas del amor de Dios. Marcharéis por un mismo camino…Jesucristo será vuestro guía».

La sinodalidad coincide totalmente con la visión que tuvo Palau de la Iglesia, aunque esta palabra no se encontraba en el vocabulario de su tiempo para designarla. En sus escritos y en su vida encontramos la esencia vital de su significado. Es una invitación a una participación inclusiva y comprometida con el Evangelio, en una Iglesia que, como cuerpo de Cristo, acoge, acompaña y envía. Así lo entendió Francisco Palau ya en el siglo XIX, poniendo en boca de la Iglesia estas significativas palabras: «A mí no me mueven ni las dignidades ni los honores: amo del mismo modo al pastor supremo de las almas que…, que al simple pastorcito que desde la peña del monte apacienta su ganado; ni menos miro al rico más que al pobre, al viejo que al joven, al bien formado que al paralítico, al hombre más que a la mujer»

Por eso para él la Iglesia que experimenta es cercanía, madre amorosa que se hace cargo de las debilidades y pobrezas de los hombres y mujeres de cada tiempo, curando las heridas y sanando los corazones rotos. Una Iglesia que sabe convivir en la pluralidad, acogiendo los brotes de vida, protegiéndola, alentándola, defendiéndola: «En medio de los pueblos soy tu hija, la Iglesia militante sobre la tierra, y lloro con los que lloran y sufro con los que sufren; aquí tu eres mi padre, mi médico, aquí mi consuelo y alegría, aquí tu palabra es el pan de mi vida, y cuanto haces a mis miembros los enfermos lo haces a mí y yo te lo agradezco y porque me buscas y sirves en los pecadores, enfermos y afligidos, porque en la pena y aflicción me das consuelo…».

Porque según Palau la Iglesia es una comunidad construida y formada «no de piedras, sino de corazones humanos»  que está más cerca del perdón que de la condena, del servicio amoroso que del poder ambicioso; que como María sabe ser lugar de encuentro de Dios y la humanidad, de conciliación y hermandad.

Por todo lo expuesto, celebrar la fiesta de Francisco Palau es una llamada a caminar juntos como comunidad, abriéndonos al Espíritu Santo y escuchando las voces de todos los miembros de la Iglesia sufriente, especialmente las de los más vulnerables. Sus palabras a Juana Gratias, la primera Carmelita Misionera, nos sigue interpelando hoy: «Mírale en este cuerpo que es su Iglesia, llagado y crucificado, indigente, perseguido, despreciado y burlado. Y bajo esta consideración, ofrécete a cuidarle y prestarle aquellos servicios que estén en tu mano»

Su legado continúa inspirando a las congregaciones que fundó, las Carmelitas Misioneras y las Carmelitas Misioneras Teresianas y a los fieles en la búsqueda de una comunión más profunda con Dios y entre sí. Estas congregaciones y sus respectivas asociaciones laicales han continuado su obra misionera y espiritual en los cinco continentes, dedicándose a la educación, la atención a los enfermos, a la promoción de la espiritualidad y de la justicia social. Su enfoque en la vida contemplativa combinada con la acción misionera sigue siendo una inspiración para la vida de la Iglesia.

Lola Jara Flores, cm