Frailes Carmelitas Descalzos Carmelitas Descalzas
Carmelo Seglar
Familia del Carmelo Teresiano en la Provincia
Hermanos, hermanas:
¡Os saludo con la Paz que nace del Corazón de Jesús!
Comenzamos un nuevo curso pastoral, retomamos las tareas más ordinarias que han cesado durante el tiempo de verano cuadrando alguna etapa de descanso merecido. El inicio del nuevo curso va muy unido a las fiestas litúrgicas de Sta. Teresa del Niño Jesús y nuestra Madre Santa Teresa de Jesús; en otras ocasiones he centrado estas palabras de saludo y motivación en algunas de las dos santas pero este septiembre se nos presenta diferente con la gracia y el regalo de la Beatificación de la venerable Ana de Jesús, en la celebración presidida por el Papa Francisco el próximo domingo 29 de septiembre en el estadio Rey Balduino de Bruselas (Bélgica). Comparto con vosotros esta reflexión a modo de catequesis general sobre la futura Beata.
Dios es alabado en sus santos. Hoy alabamos a Dios por Ana de Jesús, por el don que supone para nuestra familia religiosa, no es un personaje más del pasado que no haya influido en la vida de nuestra Orden religiosa. El testimonio de su vida es aliento para los carmelitas de nuestro tiempo, para seguir con ilusión el estilo de vida de Santa Teresa, al que ella fue fiel a lo largo de toda su vida
La vemos ante nosotros como una mujer excepcional, “religiosa digna en verdad de ser conocida del mundo entero por su vida santa y singularmente ejemplar”. Una religiosa que, envuelta de humildad, de penitencia y de sencillez, irradia en torno a sí la llama de la vitalidad humana y de su dinámica espiritualidad. La vemos como maestra de vida espiritual, contemplativa incomparable e incansable alma activa. Modelo de priora según el corazón de la Madre Teresa. Su mayor deseo, a lo largo de su vida, fue ayudar a sus hermanas a encontrarse con la Santa, sabiendo que ella era la mejor maestra para conducirlas al encuentro con Cristo.
Nacida en Medina del Campo, en 1545. Pasó su infancia y adolescencia entre Medina del Campo y Plasencia. Con 25 años, 1570, entra como carmelita descalza en el Monasterio de San José de Ávila, y profesa como monja en el monasterio de Salamanca, 1571. Conoce a los primeros carmelitas descalzos, San Juan de la Cruz y P. Antonio de Jesús, en Mancera. Muere el 4 de marzo de 1621, a los 76 años de edad, en el Carmelo de Bruselas. Vivió 76 años, de ellos 51 años como Carmelita Descalza.
Ana de Jesús es una de las piezas fundamentales, una testigo excepcional de la empresa teresiana: “Hija mía y corona mía; no me harto de dar gracias a Dios por la merced que me hizo en traerme a V.R. a mi religión”. Sus setenta y seis años de vida -treinta y siete hasta la muerte de Santa Teresa, treinta y nueve después-, hacen de ella uno de los puentes más importantes de transmisión del carisma teresiano de cara a la historia: “A la madre Teresa de Jesús traté y me trató con familiaridad; que de vista o de palabra o por escrito… supe casi todas sus cosas». Sus doce primeros años en el Carmelo se caracterizan por haber compartido muy de cerca con la Santa Madre los momentos más decisivos a la hora de fijar el espíritu y la personalidad de la Orden: “Conmigo, aunque indigna, se sabe la tenía muy estrecha y, de veinte años que vivió en estas casas de descalzas, la alcancé los once o más…, y de estos once o más años que digo la alcancé, algunos tiempos estuvimos juntas en algunos conventos durmiendo en una misma celda, y muchos días caminamos juntas, y hasta la última semana que vivió no cesó de escribirme, que lo hacía muy a menudo, y así pude saber mucho más de lo que he dicho ni se me acordará para decir de sus virtudes, que fueron infinitas”.
Fue hija predilecta de Santa Teresa, y a su muerte se encargó de difundir sus escritos, confiando a fray Luis de León la primera edición de las Obras de la Santa (1588). “Ansí que, tornando al principio, si no la vi mientras estuvo en la tierra, agora la veo en sus libros e hijas; o por decirlo mejor, en Vuestras Reverencias solas la veo agora, que son sus hijas, de las más parecidas a sus costumbres, y son retrato vivo de sus escrituras y libros”
Se relacionó con San Juan de la Cruz, pudiendo decir que fue discípula suya. A petición de Ana de Jesús San Juan de la Cruz comentó el Cántico espiritual, que se lo dedicó: “Declaración de las Canciones que tratan del ejercicio de amor entre el alma y el Esposo Cristo, en la cual se tocan y declaran algunos puntos y efectos de oración, a petición de la madre Ana de Jesús, priora de las Descalzas en San José de Granada. Año de 1584”.
Ejerció como priora y fundadora en España, Beas de Segura, Granada y Madrid, llevó el Carmelo Descalzo femenino a Francia y Flandes, y logró la licencia para el establecimiento de los Carmelitas Descalzos en Flandes. A lo largo de su vida defendió el espíritu y estilo de la vida, la “santa libertad”, que Santa Teresa de Jesús había legado a sus hijas, expresado en la fidelidad que siempre tuvo a las constituciones teresianas y su empeño por defender la versión impresa en 1581.
Fue considerada heredera del espíritu de Santa Teresa. Así lo reconoce fray Luis de León en la Carta-dedicatoria a la madre priora Ana de Jesús y religiosas carmelitas descalzas del monasterio de Madrid: “… La vida en que Vuestras Reverencias viven, y la perfección en que las puso su Madre, ¿qué es sino un retrato de la santidad de la Iglesia primera? Que ciertamente lo que leemos en las historias de aquellos tiempos, eso mismo vemos ahora con los ojos en sus costumbres; y su vida nos demuestra en las obras lo que ya por el poco uso parecía estar en solos los papeles y palabras; y lo que, leído, admira y apenas la carne lo cree, agora lo ve hecho en Vuestra Reverencia y en sus compañeras, que desasidas de todo lo que no es Dios, y ofrecidas en solos los brazos de su Esposo divino, abrazadas con Él, con ánimos de varones fuertes en miembros de mujeres tiernos y flacos, ponen en ejecución la más alta y generosa filosofía que jamás los hombres imaginaron…”
Tuvo la fortuna de haber vivido con Santa Teresa, encontrándose en ella una moja humana: afable, alegre, sencilla y con un gran amor a la verdad. A su lado descubre a un Dios que busca a la persona, que quiere su compañía, que no pide más que una mirada, una exigencia fruto del amor y de la gratuidad. A su lado conoció un estilo de vida religiosa innovador para aquel entonces, donde se compagina oración, soledad, comunión, amistad, trabajo. Comprende que la oración es un don y un compromiso del orante, y descubre que en esta “escuela de vida”, “colegio de Cristo”, no mandan tanto las “normas” y las “asperezas”, cuanto una opción firme por la Iglesia -el sentido apostólico de la consagración religiosa-. Junto a la Madre Teresa descubrió que en la comunidad carmelitana no debe haber diferencias sociales, en ella todas eran iguales, en la de ella no había privilegios por ser de familia de “cristianos viejos”, sino que “todas han de ser amigas, todas se han de amar, todas se han de querer, todas se han de ayudar”. Aprendió que lo importante no es la dote que aporta la que llega, sino la calidad de la persona, si es capaz de conocerse a sí misma, de vivir en comunidad, de orar y trabajar. Descubre que la verdadera ascesis es una “determinada determinación” por la persona de Cristo, que relativiza todo lo demás y que empuja al servicio. La mortificación es una lucha contra la autosuficiencia por medio de la humildad, el desasimiento y el amor fraterno.
Aquellos que la conocieron y trataron afirman que en Ana de Jesús “las grandes y profundas raíces de las virtudes teologales, daban vida en ella a una libertad de espíritu que la hacía tan superior y eminente en todo cuanto emprendía”. Es buena representante de la oración en la acción, de ese activismo creador desde la caridad, que nunca ahoga a la vida interior; hace de la actividad un testimonio de la experiencia de Dios, gracias a los valores de fidelidad vocacional, de sinceridad, de simpatía y amistad, que prestan los mejores servicios a la obediencia y al carisma fundacional.
Tenía una gran estima y veneración hacia los sacramentos, de una manera especial la Eucaristía y la Penitencia, a la Palabra de Dios, a los ministros sagrados y “a todas las rúbricas y ceremonias de la santa Iglesia católica”.
La esperanza en Dios, manifestada en el deseo de llegar a la gloria celeste, la ayudó a llevar los dolores y contradicciones de la vida con magnanimidad y ánimo.
Una gran devoción al Santísimo Sacramento, que se manifestaba en la comunión diaria, algo no habitual en aquel momento, y en el esplendor del culto divino, introduciendo la costumbre de exponer el Santísimo Sacramento y celebrar toda la octava de su fiesta con Misa solemne y sermón, buscando para estos días los mejores predicadores. Se preocupó de cuidar con esmero del adorno y limpieza de los altares. Habiéndose enterado del descuido que en esto había, mandó limpiar y aderezar de modo conveniente los altares de cada cárcel y los proveyó de ropa blanca, de ornamentos y de todo lo necesario para la celebración diaria de la Misa y la administración de los sacramentos.
El amor al prójimo como manifestación del amor de Dios era indicio evidente del que al prójimo profesaba. “Socorría además a los presos pobres con camisas y otros efectos correspondientes a las necesidades de cada cual”. Ana de Bruselas logrará de la Infanta Isabel Clara Eugenia que el día de San José pusiese en libertad a tres presos: «la Infanta cumplió desde entonces su promesa en todo el transcurso de su vida, y aun después de la muerte de la Madre Ana”.
Tenía, ya desde antes de llegar al Carmelo, un gran amor a la verdad, “jamás dio entrada en su alma al vicio contrario, causa de tantos estragos en el mundo”.
Por Ana de Jesús, hija del Carmelo español, fiel discípula de la Madre Teresa de Jesús, es por lo que nos alegramos y damos gracias a Dios, porque ella, que en vida fue amiga fuerte y sincera de Dios, nos ayude a nosotros los carmelitas del siglo XXI, monjas, seglares y religiosos a seguir fieles a nuestra vocación y al carisma o estilo de vida que nos legó nuestra Santa Madre para el servicio de la Iglesia y de la humanidad a través de la oración y el trabajo apostólico.
Aprovecho para recordar la convocatoria provincial de acción de gracias por la Beatificación de Ana de Jesús, en la Santa Misa que celebraremos en el Monasterio de San José de Ávila el próximo sábado 26 de octubre a las 12:30 horas; estamos todos invitados a participar con gozo.
¡Feliz inicio del nuevo curso pastoral, ánimo en las tareas emprendidas y en las que están aún por hacerse realidad, mirando siempre al futuro con esperanza!
Fr. Francisco Sánchez Oreja ocd
5 de septiembre de 2024
Memoria de Sta. Teresa de Calcuta