Mensaje de adviento del P. Provincial

30 Nov 2024 | Actualidad, Sin categorizar

Hermanos, hermanas:

¡Os saludo con la Paz que nace del Corazón de Jesús a la espera de su advenimiento!

Nos amó para ayudarnos a descubrir que de ese amor nada podrá separarnos. Desde hace algunas semanas contamos con una enseñanza nueva y original sobre el amor humano y divino del Corazón de Jesucristo. La recientemente publicada carta encíclica del Papa Francisco Dilexit nox se convierte en invitación a no olvidar el amor de Cristo que nos alimenta a tejer lazos fraternos, a reconocer la dignidad de todo ser humano, más aún en este tiempo esperanzador que nos dispone al nacimiento del Salvador.

El  adviento  significa advenimiento y espera de Jesús. Siempre el centro es Jesucristo. Él es el principio y el fin. No celebramos una venida cualquiera y sin más, sino la espera de Jesucristo.

Dice San Juan de la Cruz que la esperanza es de lo que no se posee, porque si se poseyese, ya no sería esperanza. En este sentido el adviento nos remite al encuentro personal con Dios al fin de la historia, un encuentro que, como todos los que Dios ha protagonizado a lo largo de los tiempos, es salvador, es invitación a la vida. Pues no podemos olvidar que al comienzo de los tiempos Dios desencadenó la creación de todo lo que existe, incluido el ser humano, por amor. Que en un momento determinado de la historia envió a su hijo al mundo no para condenar a éste, sino para salvarle. En esto se apoya la confianza en que Dios nos salva y nos llama a la vida, nos llama a compartir su misma vida, y él con su justicia, que no tiene que ver nada con la justicia humana, sino con la misericordia, llenará de sentido nuestra propia existencia. Es lo que nos recuerda el profeta Isaías: Tú, Señor, eres nuestro Padre, tu nombre de siempre es nuestro redentor (Is 63,16).

En la entraña de la fe cristiana, como nos recuerda el apóstol, está esperar con firmeza a que Cristo vuelva a completar la obra de la salvación. Toda la existencia cristiana, la misma Iglesia, como institución que aglutina a los fieles en Cristo, deben caracterizarse por esa orientación hacia Cristo resucitado, nuestro bien y salvación.

A nosotros, los carmelitas, la Regla, que nos invita a “vivir en obsequio” de Jesucristo y “servirle con corazón puro y buena conciencia” (R 2), nos llama a esperar “sólo de él la salvación”. Y en las constituciones se nos invita “en comunión permanente con nuestros hermanos que descansaron en Cristo, a la espera, junto con ellos, de la dicha que aguardamos: la venida de nuestro Salvador” (Const. 84).

La fe vincula al hombre con Cristo, la esperanza abre esta fe al futuro amplísimo de Cristo, es por ello “el acompañante inseparable” de la fe. Sin el conocimiento de la fe, fundado en Cristo, “la esperanza se convierte en utopía que se pierde en el vacío”. Pero sin la esperanza, “la fe decae, se transforma en pusilanimidad y, por fin, en fe muerta”. Sólo desde la fe en Cristo, que transforma  la esperanza en confianza, encontramos la senda de la verdadera vida, pero sólo desde la esperanza nos mantenemos en la senda de la vida. La fe está segura de que Dios es veraz, y la esperanza aguarda que Dios, a su debido tiempo, revele su verdad; la fe está segura de que Dios es nuestro Padre, y la esperanza aguarda que se comportará siempre con nosotros como tal. Somos un pueblo en camino, en macha, hacia una meta, que no es la muerte individual, sino la plenitud, que se identifica con Dios, y a la que todos estamos llamados. El cristianismo, al afirmar que el objeto de la esperanza es la bienaventuranza eterna, está reconociendo que la vocación humana tiende a la felicidad, una felicidad no efímera, no hecha de momentos pasajeros, sino que quiere ser definitiva, para siempre; una felicidad que se identifica con Dios mismo. Dios es la felicidad del ser humano.

En este tiempo se nos recuerda que la vida es esperanza, y la esperanza es signo de vida. Quien no espera está muerto. La esperanza es lo que caracteriza al auténtico cristiano. Y es la esperanza la que nos lleva al compromiso con nuestro presente, intentando adelantar, aquí y ahora, la bienaventuranza que esperamos gozar junto a Dios, que llama a la liberación, a que seamos capaces de luchar contra todo aquello que nos oprime, nos impide crecer, ser feliz, y por tanto construir  un mundo más fraterno, donde la salvación, que es vida en plenitud, triunfe sobre el mal y el pecado. Por eso viene bien que recordemos la oración colecta del primer domingo de adviento: Aviva en tus fieles el deseo de salir al encuentro de Cristo, que viene, acompañado por las buenas obras. Y esas buenas obras son todo aquello que nos ayuda a hacer un mundo más hermoso, humano y fraterno, redimido de todo lo que quita bondad y hermosura a la vida misma.

La esperanza nos remite a Dios, a un Dios, que como hemos dicho anteriormente salva y nos llama siempre a una vida plena. Este Dios se nos revela en Jesucristo, en Él se hace cercanía, proximidad, prójimo nuestro, por eso allí donde encuentra hospitalidad, donde se le acoge, como María, como José, como los pastores o los magos, allí hay un creyente. Este es el misterio de la Navidad.

En este camino del adviento hacia la Navidad San Juan de la Cruz, cuya liturgia celebraremos el 14 de diciembre, nos pide poner los ojos totalmente en Cristo. Volvernos a Él para para escuchar la definitiva revelación del Padre, pues en Él Dios todo nos lo habló junto y de una vez, y ya no se debe buscar sus caminos y su voluntad por medios diferentes: revelaciones especiales o comunicaciones extraordinarias. El oír a Jesús nos exige un  acercamiento a la Escritura, en particular al Evangelio, que nos transmite su vida y su mensaje, sus hechos y sus palabras. Desconocer la Escritura, desconocer el Evangelio, sería desconocer a Cristo, Palabra del Padre. Mirando a Jesús, debemos guiarnos por Él, ya que, en Él, palabra del Padre, encontraremos la respuesta a los interrogantes humanos para responder a ellos desde la fe. Contemplarlo en su existencia terrena para conformarnos con su vida: para haberse en todas las cosas como se hubiese Él.

El papa Benedicto XVI nos dice que la mejor escuela de la esperanza es la oración, y tiene razón, pues la oración es estar con el Dios amigo, que me quiere y me ama, que cuando ya nadie me escucha, él  todavía me escucha. Cuando ya no puedo hablar con ninguno ni invocar a nadie, siempre puedo hablar con él. Y si ya no hay nadie que pueda ayudarme -cuando se trata de una necesidad o de una expectativa que supera la capacidad humana de espera-, él puede ayudarme. La persona que reza nunca está totalmente sola, aunque se vea relegada a la extrema soledad, y aunque tenga que pasar por cañadas estrechas y  noches oscuras.

No podemos olvidar que la oración es oficio del Carmelita, como nos lo pide la Regla, meditando día y noche la ley del Señor y velando en oración (R. 3), que ella nos ayude a mantener viva la esperanza, y que ella nos lleve en Navidad, al celebrar el nacimiento del Señor, a volver a los orígenes de la fe, a la cueva de Belén donde en el Niño acostado en el pesebre aparece la gloria de Dios, y aunque nos cueste entenderlo, celebramos un hecho insólito que el Hijo de Dios se hace uno de nosotros, está con nosotros y entre nosotros.  El que nace es el mismo que, después de una vida oculta, pasó haciendo el bien y anunciando la buena noticia del amor de Dios a todos, fue crucificado, sepultado y resucitado por la fuerza del amor de Dios. Tenemos su palabra, su ejemplo, su sacramento. Él está con nosotros.

En el Misterio de la Navidad, que nos recuerda que Dios sólo nos salva estando con nosotros, celebramos que en Jesús Dios nos ha hecho el mayor regalo que nunca hayamos podido imaginar o soñar, se hace plenamente humano, y, al hacerlo, nos incorpora a su misma vida divina.

Que la contemplación del nacimiento de Jesús en Belén nos lleve a captar que lo importante no es que ha nacido un niño, ni siquiera que ha nacido Dios, sino que ha nacido un Dios que nos ama, nos salva, nos busca. Que como María y José sepamos hacer un sitio en nuestra vida a Jesús.

Finalmente, recién llegado de la visita pastoral a los hermanos de nuestra Delegación en África Occidental (Burkina Faso, Costal de Marfil y Togo), con el corazón cargado de experiencias nuevas y tan hermosas como impactantes, os pido una plegaria al Señor por ellos, por la paz, el bienestar, la salud… todo lo que hagamos por esta tierra preciosa es poco, no pongamos límites a la caridad para con ellos, seamos generosos y solidarios. También volquemos nuestro corazón con las zonas afectadas por la Dana en el levante español, necesitan nuestro consuelo y ayuda económica, seamos generosos como discípulos del Maestro Bueno.

Gracias por atender a estas dos inquietudes que necesitan de nuestro apoyo desde la oración y el compromiso económico.

Saludo de modo especial a las comunidades de Segovia y Úbeda que celebrarán con especial magnitud la fiesta de San Juan de la Cruz previa a la Navidad:

“ Y la Madre estaba en pasmo

de que tal trueque veía:

el llanto del hombre en Dios,

y en el hombre la alegría,

lo cual del uno y del otro

tan ajeno ser solía.”

¡Feliz y santa Natividad del Señor Jesús!

Fr. Francisco Sánchez Oreja ocd

30 de noviembre de 2024

Fiesta de San Andrés, apóstol