Durante la vista del P. Rubeo, superior general de los Carmelitas, a Avila en abril de 1567, la Madre Teresa, tras entrevistarse con él, al que causa una muy buena impresión, consigue patente para fundar conventos, como el de San José, “en cualquier lugar del reino de Castilla”. Una segunda patente, con fecha del 16 de mayo, aclara que entiende por reino de Castilla: “ha de ser de Castilla la Vieja o la Nueva”, no Andalucía. Las fundaciones se harían bajo su obediencia, sin que ningún provincial ni vicario o prior mandase en ellas. Por cada fundación le permitía sacar “dos monjas de nuestro monasterio de la Encarnación, las que quisiesen y no otras”.
Hacia Medina
Conseguida la licencia se organizó la expedición. Cuenta Julián de Ávila que “iban tres o cuatro carros con las monjas y ropas que al presente era menester y con mozos bastante a pie y no me acuerdo si iban más a caballo que yo”. La expedición estaba formada por la madre Teresa y siete monjas, cuatro de la Encarnación: Isabel Arias y Teresa de Quesada, y las hermanas Inés y Ana de Tapia, primas suyas; Ana de los Angeles, subpriora de San José, su sobrina María Bautista y la postulanta Isabel Fontecha, que tomará el nombre de Isabel de Jesús, que, al no haber podido entrar en San José de Avila, se ofreció para la nueva fundación. A la madre Teresa, que se encontraba sin blanca, le vino bien la dote de la postulante, pues, aunque no era abundante, sirvió para pagar el alquiler de la casa y cubrir los gastos del canino.
La casa
Ya en la casa, aporrean la puerta, despiertan al mayordomo, que les abre la puerta. Entrando en un gran patio, vio la Madre las paredes caídas, pero “no tanto como ellas estaban, y como parecieron después de día”. “La casa estaba tan sin paredes”. El portal, donde se había de poner el Santísimo Sacramento, estaba lleno de tierra, “a teja vana”, se veían las estrellas, y “las paredes sin embarrar”, sin lucimiento. Había que limpiarlo, y “todo faltaba” para adecentarlo en las pocas horas que quedaban hasta el amanecer. Sólo tenían tres reposteros que no eran suficientes para tapar las paredes, pero tampoco había clavos para sujetarlos. El mayordomo trajo los tapices que la dueña les había dado. Mientras las monjas sacaban la tierra y limpiaban el portal, los frailes y clérigos intentaban, como podían, tapar aquellas paredes sucias y desvencijadas.
La fundación
A las cinco de la mañana del 15 de agosto de 1567, cuando rayaba el alba, en la calle de Santiago, tañía una pequeña campana, anunciando la fundación del monasterio de San José de monjas carmelitas. Ante el sonido acudió tanta gente que “no se cabía en el portal”. Dijo la primera misa fray Antonio, de Heredia, prior del convento de los carmelitas y acabada la misa quedó expuesto el Santísimo Sacramento. El escribano público, Diego González, levantó acta del acontecimiento. Entre los testigos de la fundación estaban Julián de Ávila, el sacerdote Alonso Muñoz y los carmelitas fray Lucas de León y fray Antonio Sedeño. Nos dice la Madre Teresa que ella “estaba muy contenta, porque para mí es grandísimo consuelo ver una iglesia adonde haya Santísimo sacramento”.
La Madre Teresa estaba contenta, aunque todo había salio al revés de lo pensado, pues, como diría Julián de Ávila, el Señor la había mortificado y humillado. La casa no era la esperada ni la más apropiada para vivir monjas, y ella no había entrado en Medina “con tanta autoridad” como deseado, todo lo contrario, lo había hecho de noche y casi a escondida, pero al fin había fundado su segundo convento. No todo fueron alegrías, pronto se dio cuenta del estado del lugar: “llegué por un poquito de una ventana a mirar el patio, y vi todas las paredes por algunas partes en el suelo, que para remediarlo era menester muchos días… Cuando yo vi a su Majestad puesto en la calle, en tiempo tan peligroso como ahora estamos por estos luteranos, ¡qué fue la congoja que vino a mi corazón! Y pidió a Julián de Ávila que buscase casa alquilada, “costase lo que costase”, lo cual no era fácil, pues Medina andaba escasa de viviendas.
En su ayuda llegaron los bienhechores, entre ellos el mercader Blas de Medina que cedió a la monjas la segunda planta de su casa, situada en la Plaza Mayor junto a la colegiara de San Antolín. Y con él otros muchos que “nos daban harta limosna para comer”, como Elena de Quiroga, viuda y dirigida del P. Baltasar Álvarez que ofreció su ayuda para “hacer una capilla donde estuviese el Santísimo Sacramento, y también para acomodarnos cómo estuviésemos encerradas”, con el tiempo una de sus hijas, Jerónima, entrará de monja en el convento de San José de Medina del Campo, tomando el nombre de Elena de Jesús.
El 30 de agosto llegaban a Medina las cuatro monjas de la Encarnación que había dejado en Villanueva del Aceral. La casa de Blas de Medina, aunque capaz para un vecino, era «estrecha y pobre para un convento», de ahí que la sala que servía de dormitorio, quitadas las camas y «colgando en medio una estera, durante el día servía de cocina y refectorio». Hechas las reparaciones, a finales de octubre, pudieron volver las monjas a la casa de la calle Santiago, y la madre Teresa nombró priora a Inés Tapia (Inés de Jesús), prima suya y una de las monjas de la Encarnación que la habían acompañado.
P. Luis Javier Fernández Frontela