Andares extraños eran los de fray Juan de la Cruz, y no precisamente por algún problema físico que se sepa, solo que él era así de singular, un hombre que parecía ir a contracorriente de todos. Porque, a ver a quién se le ocurre, si no a este bendito, decir que “andar a perder y que otros nos ganen es de ánimos valerosos, de pechos generosos…”.
En este mundo nuestro lo más lógico, acertado y políticamente correcto, como se suele decir, es jugar a ganar. Y a esto es a lo que nos han enseñado desde el principio, desde que somos niños: ganar cuando jugamos, ganar una carrera, ganar algún premio, algún concurso… Y después, cuando crecemos, ganar un puesto, ganar aplausos, ganar prestigio, ganar autoridad. Por otra parte, en nuestras relaciones, a ser posible que gane mi palabra, mi opinión, mi proyecto. Lo cierto es que siempre estamos buscando la manera de ganar, tener esa sensación de estar por encima de los otros, aunque solo sea por una temporada, incluso un breve momento puede bastarnos. Porque si no ganas, eres un perdedor, y los perdedores no tienen mucha cabida en esta sociedad, simplemente son invisibles.
Andar a perder y que otros nos ganen, es un andar ciertamente extraño, aún una necedad. Pasa lo mismo con eso de “andar por no ver”, que era otra rareza que tenía fray Juan. Pero qué ocurrencia la suya, con todo lo que hay que ver en este mundo, con todo lo que la vista nos reclama continuamente, que parece no saciarse nunca de cosas nuevas. En cuanto podemos no dudamos en ir de la ceca a la meca para ver otros paisajes, otras ciudades, otras culturas. Ávidos siempre de leer la última noticia, el último libro, de ver la última película.
Nuestros pasos suelen ser presurosos tanto para ganar a otros como para ver lo más posible. Esta es nuestra manera, razonable creemos, de proceder. Una manera que, por lo que parece, no nos deja estar nunca satisfechos con nada, ni con la pequeña victoria ni con lo último visto. Al final, todo nos termina cansando.
Otro vivir muy distinto era el de san Juan de la cruz, que andando en amor ni cansaba ni se cansaba. A fin de cuentas, el que nada quería ganar se dejó conducir a la mayor ganancia, y suyos fueron los cielos y la tierra, los justos y los pecadores, y los ángeles y la Madre de Dios… Y todas las cosas fueron suyas, fue el mismo Dios, porque Cristo era suyo y todo para él.
Extraños andares, sí. Y también gran sabiduría. Ojalá aprendamos de él nosotros para no seguir desperdiciando el tesoro de la contemplación
Hna. Irene Guerrero ocd (Monasterio de Toro)