EL día 16 de julio se celebra en la Iglesia católica la fiesta litúrgica de la Virgen del Carmen y bien merece un recuerdo especial que muchos/as lectores/as agradecerán. Y lo hago pensando no solo en las monjas y frailes que la tienen por “patrona” amparados en un título “oficial” de “carmelitas”; o los miembros del Carmelo seglar y de la cofradía del Carmen; sino en todos los cristianos/as que sienten una devoción especial a su imagen, visten su escapulario, gozan de sus privilegios, admiran sus tradiciones y rezan en sus santuarios, que son innumerables en todos los países del mundo.
Año tras año, cuando llega esta fecha, se cruzan en mi memoria varios sentimientos que me hacen vivir con mayor intensidad emocional la fiesta de la Virgen del Carmen. En primer lugar, el recuerdo del Monte Carmelo en Palestina donde se encuentra el convento carmelitano de Stella Maris, Estrella del Mar, con el camarín de la imagen de la Virgen del Carmen; santuario que se asoma a la hermosa bahía de Haifa, un extraordinario regalo para la vista. Y, como lector de las Obras de la madre Teresa, la recuerdo soñadora de silencios y soledades de los que entregaban sus vidas a Cristo y a María, antiguamente los frailes ermitaños carmelitas y, en su tiempo, las monjas y los frailes de su Reforma, modelados a imagen y semejanza de los antiguos moradores del Carmelo. ¡Con qué pasión amorosa vive su pertenencia el ser “monja de Nuestra Señora del Carmen”!
Teniendo de fondo esos recuerdos, la pregunta que nos podemos hacer los “carmelitas teresianos” de nuestro tiempo es la siguiente: ¿A qué se debe la universal devoción a la Virgen del Carmen? Sospecho que algunos la habrán tomado como un escudo protector ante las adversidades de la vida No podemos descartar que han alimentado esas creencias las propuestas de los escritores carmelitas -y sobre todo los predicadores de novenas o triduos, al menos en otros tiempos- insistiendo en los “beneficios” de llevar el escapulario del Carmen ilustrados con relatos de “milagros” obrados en tierra, mar y aire; pero sabemos que la verdadera “devoción” a María no se sostiene en esas creencias o deseos, sino en la ofrenda del ser y del quehacer a la Señora del Carmen.
Supongo que ese sentido de lo religioso, tan humano e interesado de los creyentes es, por otra parte, muy comprensible dadas las necesidades de los seres humanos, herencia ancestral del comportamiento de los antiguos romanos que oraban a sus dioses: “Do ut des”: “Te doy [culto] para que me des”; pero más allá de los sentimientos egoístas, es evidente que las buenas prácticas religiosas, secuelas de la verdadera creencia en Dios, en Cristo, en María y sus santos, serenan el alma y tienen repercusión en el cuerpo, a veces comparables a un pequeño milagro. Situada en su verdadero lugar la devoción a la Virgen del Carmen, y aceptando que el uso del escapulario es un “signo” de consagración a María, podemos recordar las promesas que -según la tradición- están vinculadas a llevarlo con devoción.
La principal gracia y prerrogativa del uso del escapulario del Carmen procede de una antigua tradición verbal de siglos (1251) confirmada en un documento litúrgico del siglo XIV como revelación de la Virgen del Carmen a San Simón Stock que suena así: “Este será el privilegio para ti y todos los carmelitas: quien muriere con él [el Escapulario] no padecerá el fuego del infierno: es decir, el que con él muera, se salvará”. Esta supuesta revelación se la ha llamado: “La gran promesa” de María a sus fieles servidores, existiendo una coherente vida cristiana con el cumplimiento de las creencias dogmáticas y los deberes morales.
Con posterioridad se añadió una segunda gracia protectora de Nuestra Señora del Carmen a los portadores de su escapulario: el llamado “privilegio sabatino”, también en conexión con la muerte del cristiano: la misma Señora prometió a sus cofrades salir cuanto antes del purgatorio, a más tardar el sábado siguiente a su muerte. Resumiendo, los “privilegios” de vestir el escapulario del Carmen es ayuda en todos los estadios en los que se pueden encontrar sus cofrades: “En la vida protejo; en la muerte ayudo; y después de la muerte, salvo”.
Los historiadores críticos han observado que la bula del papa Juan XXII en 1322 sobre el privilegio “sabatino” se ha demostrado ser falsa; pero el contenido del mismo fue validado por un decreto de la Congregación del Índice (20-I-1613); y posteriormente las gracias atribuidas al escapulario del Carmen han sido confirmadas por los papas, también los de nuestro tiempo, Pío XII, Pablo VI, Juan Pablo II, “terciario carmelita”. Se puede afirmar que las tradiciones ligadas a la espiritualidad del escapulario forman parte de esa rica “espiritualidad popular”, siempre floreciente y reafirmada en las enseñanzas del concilio Vaticano II.
Establecida la verdad histórica, los modernos lectores no podemos imaginar lo que estas palabras, que aseguraban la salvación eterna, significaban para los oyentes y lectores de la edad media aterrados por la vida tan precaria y expuesta a tantos peligros de muerte y, sobre todo, el temor a la “condenación” eterna y a los tormentos temporales del purgatorio. Por otra parte, sabiendo que conocían poco los dogmas cristianos sobre Dios Uno y Trino, la gracia, etc.
Para concluir, sugiero lo que un lector conocedor de las tradiciones de la orden puede preguntar: cómo fue posible que si en la Regla de los primeros carmelitas no se menciona nunca el nombre de María haya prevalecido desde antiguo su vinculación con ella desde los tiempos más tempranos. Es claro que la Regla sí pide a los miembros de la orden que vivan “en obsequio de Jesucristo”. Pues bien, consta históricamente que desde los comienzos de su vida en común construyeron una capilla dedicada a la Señora del lugar. Después fueron surgiendo los títulos con los que los autores carmelitas distinguieron a su Virgen del Monte Carmelo: Madre, Hermana, Patrona y Reina.
Como apéndice puedo recordar a los lectores que el siglo XIII, cuando nació la orden del Carmen, es un momento privilegiado para el marianismo histórico que se inició con san Bernardo en tiempos de las cruzadas. Estamos en una época “nueva”, fecunda para la mariología. Es el tiempo del arte gótico, tiempo de catedrales nuevas y majestuosas; un cambio de la piedad cristológica y mariana. Aludo a un aspecto devocional: en la edad media Cristo aparece como un ser divino, sentado en su trono de gloria como Pantocrátor, Dios soberano. Lo mismo sucede con la representación de María: su regazo es el trono de su Hijo Jesús. En la época del gótico hay un cambio: María es la madre con su Hijo en los brazos y sonriente, acogedora de los creyentes. En este tiempo de cambio del arte se sitúa el nacimiento de la orden del Carmen.
Termino saludando a todas las mujeres que llevan este hermoso nombre de María del Carmen y en la esperanza de que continúe siendo frecuente. ¡FELIZ FIESTA DEL CARMEN!
DANIEL DE PABLO MAROTO
Carmelita Descalzos
«La Santa» – Ávila