Un año más iniciamos el Adviento, una nueva vuelta –esperemos que siempre hacía arriba o hacia dentro– en la vivencia del misterio de la presencia de Cristo en nuestras vidas y en la historia a través de la liturgia. Adviento significa llegada, venida y en la liturgia hace referencia a la preparación que tenemos siempre que hacer y revisar para acoger esta llegada y venida de Dios a nosotros. Se trata (primera lectura) del cumplimiento de las promesas de Dios, de su definitiva irrupción en la historia común que, para los judíos, se identificaba con el juicio universal de las naciones, que llevaría a cabo «un vástago de David» que «hará la justicia y el derecho en la tierra» y pondrá a salvo a Jerusalén, al pueblo elegido. La Escritura nos propone, hablando del futuro, una especie de esquema que luego ha de rellenar la realidad, los hechos concretos. No se trata propiamente de una «predicción» sino de un anuncio de lo que sucederá destinado a los fieles para que podamos y sepamos prepararnos ante lo que se avecina y que nos ayuda a entender los acontecimientos y el papel de la intervención divina en ellos. Así son los discursos sobre el fin (escatológicos) de los Evangelios, como el de este fragmento de Lucas que hemos escuchado. Se nos habla de cambios drásticos en el mundo que conocemos que llevan el temor a quienes los contemplan. El mundo en el que nos creemos bien asentados y que pensamos está bajo nuestro dominio se revuelve, se muestra en realidad como es, incontrolable. A veces se ha tratado de guerras y revoluciones, otras de catástrofes naturales pero la verdad es que en este mundo no podemos tener un asiento permanente. Es cierto que tenemos que adaptarnos a él pero no confundirnos con él porque la realidad es más grande que lo que vemos, sentimos, pesamos y podemos medir. Estas tribulaciones cósmicas pueden ser el fin o no pero en cualquier caso son la ocasión para ver «al Hijo del Hombre venir sobre una nube con gran poder y gloria». A este Hijo del Hombre lo conocemos y lo reconocemos: es el mismo que nos habla en los Evangelios, hombre verdadero sí e Hijo de Dios, que vino y que tendrá que volver para culminar lo ya comenzado. Por eso, la reacción de los creyentes y de los que no aún no crean y tendrán, quizá, la última ocasión para reconocer la verdad, ha de ser levantar la cabeza porque se acerca la liberación, volver la cara hacia Aquél que ha venido, viene y vendrá. Y también se nos recuerda que debemos velar, vigilar, que no podemos consentir que la mente, nuestro raciocinio que es capaz de penetrar, guiado por la luz de la fe, en esta verdadera realidad, se nos embote con la preocupación por el dinero o el mero bienestar material –ninguna seguridad material servirá de nada– o tratemos de ocultarnos en la bebida u otras fantasías o ideologías. Es esencial estar velando, estar vivos, atentos, dispuestos para poder alzar la cabeza y contemplar al que está ya viniendo. Se nos invita, por lo mismo, a la oración, a «estar despiertos», es el único modo de obtener fuerza para todo lo que tiene que venir y, sobre todo, para sostenernos ante el Hijo del Hombre, para que seamos capaces de reconocerlo.
Primera lectura: Jeremías 33, 14-16
Mirad que llegan días –oráculo del Señor–, en que cumpliré la promesa que hice a la casa de Israel y a la casa de Judá.
En aquellos días y en aquella hora
suscitaré a David un vástago legítimo,
que hará justicia y derecho en la tierra.
En aquellos días se salvará Judá
y en Jerusalén vivirán tranquilos,
y la llamarán así: «Señor –nuestra– justicia»
Segunda lectura: 1Tesalonicenses 3, 12-4, 2
Hermanos:
Que el Señor os colme y os haga rebosar
de amor mutuo y de amor a todos,
lo mismo que nosotros os amamos.
Y que así os fortalezca internamente;
para que cuando Jesús nuestro Señor
vuelva acompañado de sus santos,
os presentéis santos e irreprensibles
ante Dios nuestro Padre.
Para terminar, hermanos,
por Cristo Jesús os rogamos y exhortamos:
Habéis aprendido de nosotros cómo proceder
para agradar a Dios:
pues proceded así y seguid adelante.
Ya conocéis las instrucciones que os dimos
en nombre del Señor Jesús.
Evangelio: Lucas 21, 25-28. 34-36
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
Habrá signos en el sol y la luna y las estrellas,
y en la tierra angustia de las gentes,
enloquecidas por el estruendo del mar y el oleaje.
Los hombres quedarán sin aliento por el miedo,
ante lo que se le viene encima al mundo,
pues las potencias del cielo temblarán.
Entonces verán al Hijo del Hombre
venir en una nube,
con gran poder y gloria.
Cuando empiece a suceder esto,
levantaos, alzad la cabeza;
se acerca vuestra liberación.
Tened cuidado: no se os embote la mente con el vicio, la bebida y la preocupación del dinero, y se os eche encima de repente aquel día; porque caerá como un lazo sobre todos los habitantes de la tierra.
Estad siempre despiertos, pidiendo fuerza para escapar de todo lo que está por venir, y manteneos en pie ante el Hijo del Hombre.