Aquellos que acudían a escuchar a Juan el Bautista sabían o presentían que algo grande iba a suceder. Que esta vez se trataba de una acción especialísima del Señor en medio de su pueblo y ante ello no se planteaban preguntas teóricas, no buscaron a los rabinos para saber qué opinaban sino tomaron decisiones eminentemente prácticas: qué tenemos que hacer, es decir, como hemos de actuar para acoger, para responder a lo que está a punto de suceder. Por eso acudían a Juan, porque tenia una respuesta para cada uno, para cada problema, que es lo mismo que decir que para cada vida y sus circunstancias. Juan bautizaba como respuesta religiosa ante lo que iba a suceder y ante aquel bautismo, cada uno se planteaba cual era su vida qué podía cambiar de ella, especialmente dejando o evitando la injusticia. Por eso Juan les indicaba caminos concretos de salida y de vuelta a la luz y a la verdad de Dios que se manifestaban en la Alianza, en la Ley. A todos los invitaba a compartir y repartir lo propio, a mirar a quien sufría a su lado y a proporcionar conforto y ayuda en la medida de las propias posibilidades. Pero algunos quisieron ir más allá y ver en él más que a un profeta y Juan, entonces, les desengañaba: yo solo he venido a esto, a bautizar para recordar a todos la alianza; pero, atentos, que detrás viene el Esperado, el Mesías verdadero. Reconoceréis que puede más que yo, Él es quien realmente cumplirá las promesas de Dios, es decir, lo podréis ver cada uno en vuestra vida. Porque Él es el heredero, Aquél destinado a «desposar» al pueblo de Dios y hacerle partícipe de la misma vida divina. Juan sabe y proclama que no es digno ni capaz de hacer lo que hará Él que viene: lo suyo es un bautismo con agua destinado a despertar, a que todos se espabilen y preparen su vida para lo que realmente la cambiará que es el bautismo en el Espíritu pues este hace participar de la vida misma se Dios y eso solo puede hacerlo el Mesías. Juan anuncia un juicio, una purificación pero solo como alerta y disposición; el verdadero cambio, la transformación, el juicio en la verdad viene con Él. Así será el tiempo de la Gracia por excelencia pero también la última oportunidad de cambio y conversión. Quien reconozca y acoja y se entregue a Quien viene, recibirá la vida divina con el Espíritu, arderá en el fuego de amor verdadero, quien lo rechace arderá como inútil paja en la hoguera que no se acaba.
Primera lectura: Sofonías 3, 14-18a
Regocíjate, hija de Sión,
grita de júbilo, Israel,
alégrate y gózate de todo corazón, Jerusalén.
El Señor ha cancelado tu condena,
ha expulsado a tus enemigos.
El Señor será el rey de Israel,
en medio de ti, y ya no temerás.
Aquel día dirán a Jerusalén: No temas, Sión,
no desfallezcan tus manos.
El Señor tu Dios, en medio de ti,
es un guerrero que salva.
El se goza y se complace en ti,
te ama y se alegra con júbilo
como en día de fiesta.
Filipenses 4, 4-7
Hermanos:
Estad siempre alegres en el Señor;
os lo repito, estad alegres.
Que vuestra mesura la conozca todo el mundo.
El Señor está cerca.
Nada os preocupe; sino que, en toda ocasión,
en la oración y súplica con acción de gracias,
vuestras peticiones sean presentadas a Dios.
Y la paz de Dios, que sobrepasa todo juicio,
custodiará vuestros corazones y vuestros pensamientos
en Cristo Jesús.
Evangelio: Lucas 3, 10-18
En aquel tiempo, la gente preguntaba a Juan:
–¿Entonces, qué hacemos?
El contestó:
–El que tenga dos túnicas, que se las reparta con el que no tiene; y el que tenga comida, haga lo mismo.
Vinieron también a bautizarse unos publicanos; y le preguntaron:
–Maestro, ¿qué hacemos nosotros?
El les contestó:
–No exijáis más de lo establecido.
Unos militares le preguntaron:
–¿Qué hacemos nosotros?
El les contestó:
–No hagáis extorsión a nadie, ni os aprovechéis con denuncias, sino contentaos con la paga.
El pueblo estaba en expectación y todos se preguntaban si no sería Juan el Mesías; él tomó la palabra y dijo a todos:
–Yo os bautizo con agua; pero viene el que puede más que yo, y no merezco desatarle la correa de sus sandalias. El os bautizará con Espíritu Santo y fuego: tiene en la mano la horca para aventar su parva y reunir su trigo en el granero y quemar la paja en una hoguera que no se apaga.
Añadiendo otras muchas cosas, exhortaba al pueblo y le anunciaba la Buena Noticia.


