LA NIÑA PREDESTINADA PARA GRANDES HAZAÑAS
En el día del nacimiento de Teresa de Cepeda y Ahumada en la ciudad de Ávila, un día 28 del año 1515, recuerdo el evento como un acto de la Providencia divina que la eligió para realizar en la historia de su tiempo grandes obras en beneficio de la Iglesia y de la sociedad. De hecho, los que conocemos su vida vemos una “desproporción” entre lo que es como ser humano y lo realizado por ella. Esta constatación induce en el creyente la actuación de un Dios Providencia en la vida de Teresa ya desde su misma infancia.
En el “caso” de santa Teresa de Jesús no me cabe duda de que, por encima de lo que ella es, una mujer espléndidamente dotada, muchas de sus “obras” superan su inteligencia y voluntad, su cuerpo gravemente enfermo; y, en consecuencia, reconozco que ha sido una “predestinada” desde su misma infancia para dejar en la historia una obra de gigantes. El “caso” de Teresa lo veo iluminado por un texto de san Pablo: “[Dios] a los que de antemano conoció, también los predestinó a reproducir la imagen de su Hijo […]. A los que predestinó, también los llamó y a los que llamó, también los justificó y a esos también los glorificó”. Creo que la Providencia divina la “predestinó” desde el día de su nacimiento para “grandes hazañas”. En la historia del cristianismo Teresa no está sola, sino acompañada de muchos ejemplos, como la elección de los Apóstoles por Cristo, algunos hombres y mujeres santos, fundadores de órdenes y movimientos religiosos que han sobrevivido a los siglos. Pero volvamos al “caso” teresiano.
Por comenzar con los años de infancia de Teresa, ¿no podemos interpretar sus juegos con su hermano Rodrigo como un hecho providencial, un signo precoz de esa elección divina? Curiosamente, primero, les nace el deseo de ser mártires, proyecto frustrado y suplido por el de ser ermitaños y, finalmente, por una nueva frustración, deseando ella ser monja (Vida, 1, 5-6). Teresa interpretó sus buenos “sentimientos” como un don divino que fue perdiendo por su culpa en su adolescencia y juventud. Reflexionando sobre esa “triple vocación”, veo con admiración que reproduce el camino histórico de la Iglesia cristiana vivido por grupos reducidos de creyentes. De hecho, la Iglesia, primero fue mártir perseguida por los emperadores romanos en los tres primeros siglos de su historia; luego floreció la vida eremítica en los desiertos de Palestina, Siria y en Occidente; para concluir prevaleciendo la vida cenobítica. ¿Pura coincidencia o presagio de una elección de la Providencia que tejía su destino en una edad inconsciente?
Y Dios Providencia seguía “mirando y remirando por dónde me podía tornar a sí”, escribe (Vida, 2, 8). Y en pleno despiste de la adolescencia, despertó en ella, con mediaciones humanas, “la verdad de cuando niña” (Vida, 3, 5). En todo el proceso de su vocación religiosa se nota un ir y venir de razones y contra razones hasta que, ¡por fin!, se decidió a ser monja en el monasterio de La Encarnación de Ávila, que no era un modelo de perfección religiosa, donde vivió una vida cristiana más bien mediocre, con grandes deseos de perfección, pero con una cierta rutina, entre amores de Dios y amoríos humanos. En su Autobiografía ha descrito el hábitat con párrafos muy negativos (cf. capítulo 7). Y así desde los 20 años hasta 40, más o menos.
La “predestinación” de la niña Teresa se consumó en la edad madura cuando comenzó a tener contacto con Jesucristo en sus experiencias místicas después de dos “conversiones”, la primera ante “un Cristo muy llagado” (Vida, 9,1-3), y la segunda -la “definitiva”- al oír la voz del mismo Cristo en su interior en torno al año 1541: “Ya no quiero que tengas conversación, sino con ángeles” (Vida, 24, 5-8). A partir de entonces comenzó a experimentar “fenómenos” extraños como “palabras” de Cristo oídas en su interior de contenido variado; “visiones” de Cristo con “revelaciones” de secretos, etc. Pasaron los años de angustia por no saber si procedían de Dios o del demonio hasta que el contacto con los grandes místicos y teólogos clarificaron y sosegaron su conciencia.
Aunque parezca mentira, la predestinación de Teresa para una obra grandiosa en la Iglesia no era para gozar como premio a su vida santa, sino para imitar a Cristo crucificado, colaborando con él en la redención de la humanidad. Esta es la verdad, contra los que creen que los místicos cristianos están en un permanente nirvana de gozos espirituales y alienados de la tierra:
“Bien será, hermanas ´-escribe- deciros qué es el fin para qué hace el Señor tantas mercedes en este mundo […]”: para imitar a Jesucristo en el padecer y “fortalecer nuestra flaqueza” porque “siempre hemos visto que los que más cercanos anduvieron a Cristo nuestro Señor fueron los de mayores trabajos” (¡!) (Moradas, VII, 4, 4-5). Las Moradas VII, cumbre de la vida cristiana, concluyen con la impresionante pregunta con su respuesta: “¿Sabéis qué es ser espirituales de veras? Hacerse esclavos de Dios […] porque ya ellos le han dado su libertad, los pueda vender como esclavos de todo el mundo como él lo fue” (cap. 4, 8).
Teresa de Jesús, predestinada por Dios para hacer una obra grandiosa en la Iglesia de su tiempo, fue sometida a la prueba de la cruz, pero, al mismo tiempo, superó el sufrimiento de la cruz con la paciencia y la fortaleza sobrehumanas. En su reforma del Carmen, tan difícil, fue dirigida por las “locuciones” divinas que la orientaban en cada momento. Por ejemplo, en la fundación del convento de San José, oyó a Cristo que le animaba a iniciar y proseguir el proyecto: “Que no se dejaría de hacer el monasterio […]; que sería una estrella que diese de sí gran resplandor […]; que dijese a mi confesor esto que me mandaba y que le rogaba El que no fuese contra ello ni me lo estorbase” (Vida, 32, 11). Y no fue la única vez que intervino la voz interior de Cristo animando a la fundadora Teresa proseguir la fundación.
Y, para concluir, se pueden releer las muchas “locuciones” que oyó Teresa en su quehacer como fundadora y que los lectores encontrarán en la historia de las mismas. Recojo la última voz que oyó al concluir la tormentosa fundación de Burgos: “¿En qué dudas? Que ya esto está acabado. Bien te puedes ir” (Fundaciones, 31, 50). Teresa marchó no a fundar, sino camino de la muerte en Alba de Tormes. Entre estas dos fechas -1562-1582- la Fundadora oyó la voz interior que le animaba a proseguir el camino fundacional iniciado, voces de reprensión ante su aparente cobardía; otras, voces de ánimo y consuelo, etc. Siempre, iluminadoras de un camino de fe y de esperanza. Pienso que lo dicho demuestre, aunque de modo insuficiente por la falta de más pruebas y de espacio, que Teresa estuvo predestinada desde su tierna infancia para ejecutar los destinos de la Providencia siguiendo el camino de la cruz del Cristo crucificado. Cualquier intento de profundizar el tema será bienvenido para gloria de Dios que dirige la historia y de la propia Teresa que vivió en la creencia que el verdadero fundador de su Reforma fue su amado Cristo.
DANIEL DE PABLO MAROTO
Carmelitas Descalzo. “La Santa” – Ávila