“¡Qué de santos tenemos en el cielo!” (Fundaciones 29,33)
Siguiendo a la Santa Madre Teresa, el Carmelo se inicia en el conocimiento y en la celebración de este misterio como ella: con la lectura de las vidas de santos donde se adquieren las primeras ideas y valoraciones de lo temporal y lo eterno, se alientan las infantiles ensoñaciones de heroísmos, donde se buscan anhelos de martirio o se ensaya la vida solitaria y ermitaña. Esta santidad encarnada en biografías, historias y leyendas, espacios y cuerpos concretos es el primer acceso a la vivencia de la comunión de los santos.
Esta afición a las vidas de santos perduró en ella mucho más allá de la infancia: “Imitando al dicho Padre Santo Domingo, era muy devota de las Colaciones de Casiano y Padres del Desierto, y así, cuando esta declarante estuvo con ella, la Santa Madre la mandaba cada día que leyese dos o tres vidas de aquellos santos por no tener ella siempre lugar por sus justas y santas ocupaciones, y que a las noches se las refiriese esta declarante, y así lo hacía” (BMC XIX, 591).
La comunión de los santos es comunión en la fe en la vida eterna. ”También me aprovechó para conocer nuestra verdadera tierra, y ver que somos acà peregrinos… Esle gran ayuda para pasar el trabajo del camino haber visto que [el término] es tierra adonde ha de estar muy a su descanso… Sólo mirar el cielo me recoge el alma, porque como ha querido el Senor mostrar algo de lo que hay allà, estése pensando… “ (Vida 38, 5 y 6).
Es comunión en el carisma, porque en la Iglesia, el Espíritu Santo reparte gracias especiales entre los fieles para la edificación de la Iglesia:“Tengamos delante nuestros fundadores verdaderos, que son aquellos santos padres de donde descendimos, que sabemos que por aquel camino de pobreza y humildad gozan de Dios” (F 14, 4). “Pongan siempre los ojos en la casta de donde venimos, de aquellos santos Profetas. ¡Qué de santos tenemos en el cielo que trajeron este hábito!
Y esta fiesta celebra por tanto la comunión en la misión y en el destino: “Tomemos una santa presunción, con el favor de Dios, de ser nosotros como ellos” (F 29,33)
Y se celebra la fiesta poniendo en la mesa la comunión en los bienes que ya son nuestros en anticipo. “Todo lo tenían en común” (Hch 4, 32). Todo lo que posee el carmelita debe considerarlo como un bien común y puede considerarlo como suyo y pedirlo a quien es más rico pues lo tiene en posesión: “¡Oh ánimas bienaventuradas, que tan bien os supisteis aprovechar, y comprar heredad tan deleitosa y permaneciente con este precioso precio!, decidnos: ¿cómo granjeabais con él bien tan sin fin? Ayudadnos, pues estáis tan cerca de la fuente; coged agua para los que acá perecemos de sed” (Excl. XIII, 4).
En la comunión de los santos “ninguno de nosotros vive para sí mismo; como tampoco muere nadie para sí mismo” (Rm 14, 7). Es comunión en el amor. El menor de nuestros actos hecho con caridad repercute en beneficio de todos. Esta solidaridad entre vivos o muertos se funda en la comunión de los santos. “Alcanzadnos, oh ánimas amadoras, a entender el gozo que os da ver la eternidad de vuestros gozos, y cómo es cosa tan deleitosa ver cierto que no se han de acabar” (Ib.).
La comunión con la Iglesia triunfante ha sido un componente importantísimo en la experiencia de la Santa Madre, y esto desde el comienzo mismo de su vida mística: “pareciame estar metida en el cielo, y las primeras personas que allà vi fue a mi padre y mi madre… Había gran vergüenza de ir al confesor…, que me parecia había de burlar de mi y decir ¡qué San Pablo para ver cosas del cielo o San Jerónimo! Y por haber tenido estos santos cosas de éstas, me hacia más temor a mi” (Vida 38, 1).
La comunión de los santos es un anticipo de los diálogo con los bienaventurados; y le ha servido a Teresa para aprender el idioma del cielo e incluso para ser introducida personalmente en las relaciones amistosas con los santos: “…quiere el Señor de todas maneras tenga está alma alguna noticia de lo que pasa en el cielo, y paréceme a mi que asi como allá sin hablar se entienden (lo que yo nunca supe, cierto, es así hasta que el Señor por su bondad quiso que lo viese y me lo mostró en un arrobamiento) así es acá” (Vida 27, 10).
El cielo, la Iglesia triunfante es un componente de la vida cristiana que en la experiencia de la Santa Madre es intenso y atractivo. Constituye como la iniciación en la vida celeste, es un anticipo.
La Santa Madre Teresa, exploradora de la tierra prometida, nos ayuda a celebrar esta fiesta de los Santos del Carmelo.
P. Gabriel Castro, ocd